Tras la caída de la Casa del Agua y el Cristal, solo quedaba Tierra de Nadie por conquistar. Un territorio vasto y oscuro, rebosante de feéricos salvajes que no respondían ante nadie y bañado por una magia agreste, no debería ser complicado de someter. No tenía un ejército, ni guerreros instruidos, y el poder de los feéricos que allí vivían no podía compararse al de sus hermanos mayores. Y sin embargo ninguna Casa de Elter le trajo tantos quebraderos de cabeza a la Reina como aquel lugar.
─Son salvajes, maldita sea ─gruñía constantemente Awen con los dientes apretados mientras contemplaba la línea de bosque que se extendía ante ella─. No puede ser tan complicado.
Keiran callaba a su lado, igual que Vivian. Los ojos de la joven Hija Predilecta se desplazaban por los troncos de los árboles de Tierra de Nadie, que parecían componer una boca llena de dientes podridos.
Se encontraban en el límite sur de la Casa de la Sombra y la Niebla, planeando su siguiente movimiento. Ellos, Keiran y Awen, junto con Lorcan, el que parecía ser el general de los ejércitos sidhe, Idris, el de los de la Sombra y la Niebla, y Lennox, a quien Vivian había designado como superior de las tropas del Agua y el Cristal. Ella se limitaba a contemplar en silencio, sin intervenir, pues sabía que nada de lo que dijera sería de utilidad.
Tampoco Vivian comprendía cómo aquel lugar estaba consiguiendo resistir los embates de sus enemigos. Los soldados entraban en aquella boca oscura y amenazante, sí, pero no salían. Enteros al menos no.
Los cuerpos de fae, sidhe y neònach eran devueltos a la frontera con la Casa desmadejados, hechos pedazos sanguinolentos tan desfigurados que era complicado distinguir a qué especie pertenecían. A veces incluso eran lanzados desde las copas más altas de los árboles, rociando sangre sobre quien se encontrase demasiado cerca de la linde del bosque.
Llevaban diez meses intentando entrar en Tierra de Nadie. Diez largos meses en los que lo único que habían conseguido era un centenar de derrotas vergonzosas y un incremento significativo de la ira de la Reina sidhe. Con cada nuevo fracaso, Awen apretaba los dientes con más fuerza. Y cada vez que eso ocurría, los hombros de los generales se encogían un poco más y sus miradas se escapaban más lejos, tratando de evitar la de la Reina, eludiendo su atención.
Vivian apenas era consciente de todas esas cosas. Todo había cambiado desde que el anillo de mineral azul se había deslizado en su dedo, pero ella sentía que algo se había congelado en aquel páramo entre colinas. Los acontecimientos pasaban por delante de Vivian como una sucesión de imágenes y ella solo era una espectadora muda, sin parte ni arte en aquella historia. Pero la tenía, más de lo que quería reconocer.
Nunca participaba en los debates en los que se proponían ideas sobre lo que hacer a continuación, y en ocasiones apenas prestaba atención. Solo se molestaba en escuchar lo que Keiran decía y apoyarlo con asentimientos de cabeza y palabras suaves. Desconocía si sus propuestas eran mejores que las de otros, pero había algo en él que la alentaba a darle la razón. Puede que porque era el único que se atrevía a llevarle la contraria a Awen, siempre con prudencia. Ese día no fue diferente.
─Estoy de acuerdo ─contestó cuando los ojos de los presentes se posaron sobre ella, aunque en realidad no tenía ni idea de lo que había dicho. Lo único que sabía era que quería que dejasen de mirarla.
El resto de gobernantes fae solo aportaban a la causa sus ejércitos, o lo poco que quedaba de ellos. Durante los primeros meses Awen procuraba mantenerlos cerca, pero con el paso del tiempo y ante la falta amenazas reales por parte de cualquiera de ellos, comenzó a permitir que se quedasen en sus territorios. Cargar con ellos de un lado para otro, junto con sus emociones pesadas y empalagosas, se había convertido en un incordio. Allí no la molestarían y podrían contribuir con sus propias manos a otra tarea que para Awen parecía ser tan importante como conquistar Tierra de Nadie; construir una red de túneles que recorriese todo Elter.
Vivian sabía que existían pasadizos bajo tierra en las Casas, donde los sidhe habían vivido durante generaciones, esclavos de los sidhe. Había pasado más de un siglo desde que estos los habían abandonado misteriosamente y lo más probable era que muchos de ellos no estuvieran en condiciones de ser usados, por lo menos no de manera inmediata. Pero podían arreglarse, había dicho Awen con una sonrisa taimada, y necesitarían una ampliación. Una ampliación muy, muy grande.
─ ¿Los has echado de menos? ─había preguntado Keiran al conocer aquella idea con una osadía que había hecho con todos los músculos del cuerpo de Vivian se contrajesen dolorosamente.
Vivian se sentía totalmente paralizada, pero sus ojos habían conseguido desplazarse hacia la Reina. Sorprendentemente, la pulla de Keiran no parecía haberla afectado de manera negativa. Su sonrisa estaba intacta y sus ojos resplandecían con aquel fuego abrasador alrededor de sus pupilas.
─Algo parecido ─había replicado ella con voz melosa─. Me gustaría que probaseis lo que se siente viviendo dentro de esos túneles. Creo que os resultará… interesante, cuanto menos.
Keiran dejó escapar una risa queda que agitó su garganta con suavidad.
─Me atrevería a decir que te resultará especialmente interesante a ti.
La Reina se había limitado a sonreírle. Vivian tuvo que poner todo de su parte para evitar que un estremecimiento la recorriese de arriba abajo.