La casa bajo tierra (un cuento oscuro, #0.8)

13

Los ojos le picaban y la garganta le escocía. El suelo sobre el que estaba arrodillada estaba mojado y le manchaba la ropa de barro y ceniza. Había llovido mientras peleaban, como si los dioses estuvieran llorando sobre sus cabezas. Pero los dioses no lloraban, y menos por la muerte.

Rhiannon tenía la vista clavada en la hoguera apagada que había delante de ella, pero no la veía. No podía. No quería, aunque debía hacerlo. Ella era la responsable de aquello, de todas las muertes que habían tenido lugar en aquel campamento rodeado de estacas de serbal de cazadores, aunque no fue su mano la que acabó con todas las vidas.

No se movió cuando Gawain se arrodilló a su lado. Apenas fue consciente de que dejaba la ballesta en el suelo y de que le pasaba las manos por el cabello húmedo para apartárselo de la cara con gentileza. Solo se estremeció; no se merecía aquello.

Por un momento pensó que iba a golpearla o a gritarle, pero Gawain nunca le haría algo así. Sus ojos buscaron los de ella, pero Rhiannon siguió con la mirada en blanco. No podía soportar mirarlo, aquellos ojos tan azules como el cielo al amanecer en verano. Los ojos de Yvaine…

─No me digas que se acabó.

Su voz sonó sorprendentemente firme a pesar de que apenas fue un murmullo. Gawain volvió a pasarle los dedos por el pelo, intentando acomodarle los mechones cortos detrás de las orejas.  Rhiannon no comprendía cómo era capaz de tocarla.

─No voy a decírtelo. No voy a mentirte.

La muerte era un final para quienes se iban, pero no para los que se quedaban. Para ellos era un nuevo comienzo. Con el paso de los años los nuevos comienzos no se harían más fáciles para Rhiannon. Sin embargo, aquel era diferente. Porque era culpa suya.

─Lo siento.

No lo miró cuando le pidió perdón por enésima vez desde que se habían enterado de lo que le había ocurrido a Yvaine. No lo había mirado desde entonces, ni una sola vez. Puede que si consiguiera no volver a ver su rostro nunca, los rasgos de Gawain acabarían difuminándose entre sus recuerdos. Era el mínimo castigo que se merecía.

Permaneció callado tanto tiempo a su lado que Rhiannon llegó a pensar que se había marchado sin que se diera cuenta. Entonces, sus dedos se entrelazaron suavemente con los de ella, mojados y manchados. El líquido rojo y espeso se desparramó entre sus manos unidas y cayó sobre la tierra.

Gawain no se había ido. Siempre estaba allí, fuera donde fuera. La luz que daba forma a su sombra.

─Ella tomó sus propias decisiones.

Rhiannon se preguntó cuantas veces se había repetido a sí mismo aquellas palabras. ¿De verdad le servían de algo?

Yvaine había elegido por su cuenta, sí, pero motivada por las ideas que Rhiannon le había metido en la cabeza.

─Eso no hará que deje de dolerme.

Las palabras flotaron entre ellos, junto con el aroma del serbal de cazadores quemado, la sangre, la ceniza y la nébeda. Gawain se apartó de su lado para inclinarse hacia los restos de la hoguera, sin deshacer su agarre de los dedos de su esposa. Rhiannon seguía sin mirarlo hasta que él le tendió algo con la mano abierta.

─Yvaine querría que lo tuvieras.

Parpadeó para enfocar la vista. Sobre la mano manchada de rojo desvaído de Gawain había una pulsera. El fuego había ennegrecido la plata, pero los eslabones seguían intactos, igual que el cierre, que podía desplegarse de manera que diese lugar a una navaja pequeña. Rhiannon se la había regalado a Yvaine para que siempre tuviera algo con lo que defenderse. No quería que dependiera solo de su poder, sobre todo cuando aún no había pasado la Turas Mara.

De poco le había servido en el mundo humano y menos contra las cazadoras de feéricos. Ahora tenía un aspecto patético sobre la palma de Gawain. Exactamente lo que siempre había sido; un intento inútil de proteger a quien quería. De haber sabido que sería ella quien de verdad le haría daño a Yvaine, jamás se habría acercado a la pequeña. Jamás la habría cogido en brazos, ni la habría enseñado a montar a caballo, ni a sostener una espada ni a disparar con un arco.

Gawain aguardó, pero Rhiannon no se movió. Finalmente, levantó sus manos unidas y depositó la pulsera entre los dedos de Rhiannon. Los cerró sobre los eslabones de plata y apretó con fuerza, tanta que ella pensó que su forma se quedaría grabada en su piel.

Rhiannon no tenía ni idea de cuánto tiempo permanecieron así, juntos y al mismo tiempo separados por una distancia insalvable que ella misma había marcado, hasta que Gawain dijo:

─Necesito salir de aquí.

Rhiannon no dijo nada ni dio señales de haberlo escuchado. Su mirada seguía perdida en sus dedos cerrados juntos con los de Gawain. Él dejó escapar un suspiro silencioso y le soltó la mano por fin. Se inclinó hacia ella y posó sus labios suavemente sobre su frente. Rhiannon aspiró su olor a amanecer entremezclado con el de la masacre que los rodeaba. Aromas que ella jamás querría haber percibido así, juntos.

Gawain se levantó con un movimiento lento y pesado impropio de él, cogió la ballesta que había dejado en el suelo y se alejó de Rhiannon con pasos silenciosos.

Después de otro largo rato consiguió separar la mirada de su mano cerrada y contemplar lo que la rodeaba. La tierra estaba pisoteada y húmeda por la lluvia, salpicada de manchas de sangre, ceniza y cadáveres de cazadoras de diferentes edades. No era un campamento grande; si lo hubiera sido, probablemente Rhiannon y Gawain no habrían conseguido acabar con todas las sealgair que vivían allí solos.



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En el texto hay: inmortales, fae

Editado: 07.10.2022

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