La casa bajo tierra (un cuento oscuro, #0.8)

14

Beinn Nibheis se alzó ante Vivian sin ningún tipo de esplendor ni poderío. De los tres lugares icónicos de Elter, aquel era el que tenía una apariencia menos acorde con su importancia. No tenía la majestuosidad antigua y ajada de Mag Tuired, con sus ruinas oscuras llenas de maleza, resistiéndose a terminar de desplomarse, ni tampoco despertaba la misma admiración que el Craobh Mòr, una maravilla de la naturaleza y al mismo tiempo totalmente antinatural, con sus ramas como dedos extendidos hacia el cielo y sus raíces tan largas y profundas que se decía que llegaban a cada recoveco de Elter.

No, Beinn Nibheis era una montaña de dimensiones modestas que había sido moldeada por el paso del tiempo hasta convertirla en una elevación de formas suaves. Tal vez parte de su grandeza fuera esa, pensó Vivian mientras ascendía, persistir a lo largo de los milenios en un mundo que se llamaba a sí mismo inmortal, pero en el que todo había cambiado desde sus orígenes. Los seres que vivían en él, los reinos en los que estaba dividido, los gobernantes de esos territorios…

Solo Beinn Nibheis, el Craobh Mòr y Mag Tuired habían estado ahí desde el principio, testigos de todo lo que había acontecido en Elter desde el primer instante de su existencia. Vivian estaba segura de que si pudieran hablar, esos tres lugares tendrían historias extraordinarias que contar, después de todo lo que habían visto. Lo que no sabía con tanta certeza era si quería oír esas historias.

─Daos prisa.

Bueno, también estaba segura de que no quería escuchar la voz de Eamon apremiándola para que fuera más rápido. Vivian se mordió la lengua y apretó el paso todo lo que su cansado cuerpo le permitía.

La entrada a la montaña apareció ante ella como una enorme boca sin dientes, preparada para comérsela. El olor a humedad y a feéricos de todo tipo se entremezclaba con el de su magia. Una magia que se había atenuado desde que las sealgair habían colocado el sello sobre la brecha que unía el mundo de arriba y el de abajo, según Vivian había entendido. Ella nunca había sentido el poder de Beinn Nibheis así, en todo su esplendor, por lo que no terminaba de entender su utilidad allí. Keiran sabría darse cuenta de si algo había cambiado mejor que ella.

Pero Vivian no iba a negar que se lo agradecía. Prefería soportar el tono cortante de Eamon y los gañidos de los neònach antes que las miradas de su familia.

Los túneles de la montaña conservaban las piedras de luz que los iluminaban. Eamon caminaba delante de Vivian y las iba encendiendo con el contacto de sus dedos. La mayoría de los pasadizos no eran lo bastante anchos como para que dos feéricos mayores caminasen por ellos a la par, así que el grupo avanzaba de uno en uno, con Vivian en el medio. Si hubiera tenido que ser ella quien fuera de primera, habría sabido llegar hasta donde se encontraba la brecha sin problemas. Su influencia era tenue, pero estaba allí, flotando en el aire, tiraba de ella con más intensidad a medida que se acercaban.

Después de lo que a Vivian le pareció una eternidad, el túnel se ensanchó y ante ella apareció una cámara pequeña, pero lo suficientemente amplia como para que todo el grupo cupiera en su interior. Pero Vivian apenas prestó atención a ese detalle; su atención estaba puesta en la pared que había delante de ella y en la losa de granito que había allí, como si se tratase de un parche.

Vivian había estado antes dentro de Beinn Nibheis, pero nunca había llegado hasta allí. No le sorprendió que hubiera una especie de escalerilla rudimentaria excavada en la roca para poder llegar hasta la brecha, que se encontraba a varios palmos del suelo. Si le llamaban el mundo de arriba al lugar donde vivían los mortales era porque, lógicamente, había que subir, ¿no?

Vivian dio un par de pasos hacia la brecha sellada, sin dejar de mirar la losa de granito. Tenía un aspecto mundano, inofensivo. Vivian desconocía el aspecto que tendría la brecha sin la losa; solo sabía que se parecía a una herida abierta, con una magia de un rojo furioso rodeado sus bordes.

Vivian se detuvo bruscamente cuando sintió algo… algo que no estaba bien. Algo que no tenía nada que ver con el poder de la brecha o la montaña, sino con algo como lo que había dentro de ella. Vivian parpadeó, desconcertada. No podía ser…

─Teníamos que haber obligado al otro a venir.

La pulla que escuchó a sus espaldas hizo que diera un respingo en el sitio. Aquel sentimiento era casi idéntico al que experimentaba cuando estaba cerca de Keiran o de cualquiera de los demás Hijos Predilectos. Sus poderes se reconocían. Era una sensación extraña de explicar, no había otra manera de describirla. Reconocimiento, familiaridad. Lo igual llamando a lo igual, las partes de un todo que desean aproximarse.

Pero era imposible. No podía haber otro Hijo Predilecto en aquel lugar, todos se habían quedado en el palacio bajo tierra. Además, tampoco había ningún lugar en el que esconderse sin ser visto. Solo sombras allí donde la luz de las piedras blanquecinas no llegaba.

¿Keiran?

Su pregunta, lanzada al aire llena de dudas, no tuvo respuesta, así que siguió aproximándose hacia el sello. Quizás aquella sensación de reconocimiento se debiera a la magia de la montaña, aunque le parecía extraño.

Vivian se detuvo cuando alcanzó el pie de la escalerilla y se quedó mirando la losa de piedra. Marcas de garras surcaban su superficie, como si hubieran intentado sacarla a zarpazos. No había señales de aquella luz roja que supuestamente rodeaba la brecha. Nada. Pero con la magia lo importante no eran las apariencias.



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En el texto hay: inmortales, fae

Editado: 07.10.2022

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