La casa bajo tierra (un cuento oscuro, #0.8)

15

Rhiannon esperó a que hubieran desaparecido por el túnel de entrada a la cámara que contenía la brecha para moverse del rincón en el que se había escondido. Las sombras a su alrededor se atenuaron y dejaron a la vista su silueta. Se frotó las sienes con dos dedos, cansada y con un palpitante dolor de cabeza. Había usado mucha magia durante demasiado tiempo y eso le estaba pasando factura. Tal vez no pudiera llegar hasta las celdas bajo el palacio de la Sombra y la Niebla protegida por las sombras, pero ese no era el mayor de sus problemas ahora.

Keiran tenía razón. Había algo diferente en el sello. La brecha que había debajo… se sentía. De manera muy tenue, pero estaba ahí de nuevo. Rhiannon había sentido su palpitar por debajo de la losa de granito, débil, como el corazón de animal hibernando durante el invierno. Pero eso era más de lo que se había dejado sentir en los últimos dos siglos y medio.

Rhiannon contempló la losa desde el pie de la escalerilla tallada en la roca de la montaña. Parecía intacta salvo por unos cuantos arañazos viejos, pero si el sello estaba fallando en algún momento comenzaría a resquebrajarse. En algún momento, el mundo de arriba y el de abajo volverían a estar unidos.

Un suspiró cansado escapó de sus labios. No tenía ni la más remota idea de lo que eso supondría para ella ni para los suyos. Un cambio, sí, ¿pero de qué tipo?

Rhiannon se dio la vuelta y comenzó su camino hacia el exterior. No tenía sentido quedarse mirando el sello mucho más tiempo; la noche avanzaba deprisa y aquel pedazo redondeado de granito solo le generaba más preguntas que respuestas.

Descendió Beinn Nibheis con paso ligero y se internó en el bosque que rodeaba la montaña. Las sombras se arremolinaban alrededor de su cuerpo de manera natural, como si la reconocieran, así que decidió no usar su magia para ocultarse. Si se movía en silencio, nadie tendría por qué detectar su presencia.

Llevaba un rato caminando, perdida en sus pensamientos y en las dudas que aquel viaje le había dejado, cuando una voz sobre su cabeza la dejó helada.

─ ¿La ves?

Rhiannon se detuvo tan bruscamente que estuvo a punto de tropezar y caer sobre un charco fangoso. Levantó la mirada, tratando de buscar al dueño de esas palabras escondido entre las copas de los árboles.

─Sí. Está rodeada.

El miedo le cerró el estómago con una mano helada. Mierda, la habían descubierto. Y por lo que parece la tenían…

─Esos asquerosos bichos raros…

Rhiannon frunció el ceño. ¿Bichos raros?

La segunda de las tres voces, masculina como las otras dos pero más aguda, volvió a hablar.

─ ¿No se suponía que tenía que ser el Hijo Traidor?

Una rabia helada se extendió dentro de Rhiannon. La oscuridad siseó a su alrededor, reflejo de las emociones de su señora. No era la primera vez que escuchaba cómo se referían a su hermano de esa manera, pero no por ello le resultaba menos doloroso.

─Siempre es él el que sale a hacer los recados de su majestad subterránea, no entiendo que hace la señora del hielo aquí.

─Estará ocupado entreteniendo a su majestad.

Las risas fueron lo que ayudó a Rhiannon a encontrarlos sin recurrir a sus sombras. Se encontraban por encima de su cabeza, encaramados a una rama alta, casi completamente ocultos por el follaje. Dos puccas con la apariencia de un conejo pero con las extremidades y las zarpas más largas, con las que se encaramaban a la rama, dos pixies cuyas alas parecían estar hechas de cristal tallado y se movían suavemente a en sus espaldas, tres cambiaformas con el aspecto de grandes lechuzas de plumaje blanquecino y enormes picos ganchudos, y un fear dearg cuya barba colgaba por debajo de sus pies y su gorro rojo rematado en punta que casi tocaba la rama que tenía por encima.

Ignoró sus risas y sus comentarios crueles y siguió la dirección de sus miradas. Sus ojos se agrandaron y reprimió a duras penas el impulso de soltar un juramento. No, aquel variopinto grupo de feéricos salvajes no la había detectado a ella, sino a Vivian y compañía. Y estos no parecían tener ni idea de que los estaban observando.

Se encontraban a varios metros de distancia, serpenteando entre los árboles de camino al palacio bajo tierra. Rhiannon había estado tan abstraída en sus pensamientos que ni siquiera había reparado en su cercanía. Maldita sea, podrían haberla descubierto… Tanto los sidhe y los neònach como los feéricos salvajes que se habían escapado de dónde quiera que los tuvieran cautivos. Rhiannon nunca dejaría de fascinarse con la capacidad de aquellos seres para escabullirse de sus celdas bajo tierra, arriesgándose tan descaradamente a ser descubiertos y castigados.

─Suficiente ─interrumpió el primero que había hablado, un pixie, el que tenía las alas de un color dorado oscuro─. Recordad el plan. Sí queremos que esto funcione, tenemos que hacerlo como lo hemos planeado.

Se escucharon murmullos de asentimiento generalizados. Sin embargo, Rhiannon pudo apreciar que el otro pixie, cuyas alas tenían un brillo rojo borgoña, movía las piernas con vacilación.

─Rogh…

El pixie hizo un gesto de exasperación con los brazos.

─ ¿Soy el único al que le parece injusto que el kelpie tenga el honor de comerse a esa cerda y a sus secuaces?



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En el texto hay: inmortales, fae

Editado: 07.10.2022

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