La casa bajo tierra (un cuento oscuro, #0.8)

16

Vivian contempló a Rhiannon desaparecer con fascinación. Se movía como con la agilidad, la fuerza y la elegancia de un caballo, como los que había visto en las caballerizas de la villa palaciega del Agua y el Cristal, solo que más salvaje. Más parecido al kelpie que vivía en el estanque.

No era lo más sensato dada su situación, pero cuando no quedó de Rhiannon más que un girón de niebla oscura entre los árboles, Vivian se rodeó las rodillas con los brazos y apoyó en ellos la frente. A pesar del cansancio y sus ojos cerrados, podía ver con total claridad la imagen de la hermana de Keiran detrás de sus párpados. Si tuviera que describirla, Vivian diría que Rhiannon era una figura esbozada por las sombras. Pálida como un pedazo de mármol, tallado por las tinieblas que se arremolinaban a su alrededor y le daban forma.

Rhiannon era muy hermosa, pero no de la manera en la que lo eran las demás mujeres fae o sidhe. La suya era una belleza más dura, menos refinada, más pura. Rhiannon no era como Vivian; no era una estatua a la que contemplar, un adorno más del que presumir. Tenía una vitalidad demasiado intensa como para reducirla a eso.

Debería estar pensando en todo lo que había ocurrido esa noche. En el ataque de los feéricos salvajes, en el sello que se alteraba… pero no podía dejar de pensar en Rhiannon. Keiran no le había hablado de sus talentos con los poderes de la Sombra y la Niebla, y no estaba segura de que debiera hacerlo. Si él no le preguntaba explícitamente por su hermana o no rebuscaba en su mente para ver lo que había descubierto en Beinn Nibheis esa noche, Vivian no le diría nada. Sospechaba que esa era una conversación que debían tener los dos hermanos entre sí.

Sonrió con cansancio contra la tela maltrecha de su vestido, sus colores manchados y más deslucidos en ella de lo normal. Keiran siempre había tenido secretos, ella lo sabía desde el principio. Se preguntó que más sorpresas le quedarían por descubrir y también cuándo se las desvelaría.

Levantó la cabeza cuando escuchó un movimiento cerca de ella, como un chapoteó. Por un momento pensó que se trataba del kelpie, pero era Eamon, que se despertaba sobre el charco de agua que había formado la escarcha derretida a su alrededor.

Mientras Eamon parpadeaba y luchaba por enfocar la mirada, un pensamiento cruzó rápido por la mente de Vivian. ¿Recordaría a Rhiannon? ¿Recordaría lo que la propia Vivian le había hecho?

Las dudas la llenaron y se removieron debajo de su piel como un enjambre de abejas alborotadas. La máscara de falsa seguridad con la que había cubierto sus facciones antes de salir del palacio flaqueó un instante, pero consiguió reponerse con rapidez. Ella era la débil, la figurita de cristal que se derretía. Pero Vivian tenía la determinación de que eso no ocurriría hasta que llegase a su habitación, aquella celda privada que se había convertido en sus aposentos.

El soldado sidhe miró a su alrededor, llevando la mano a la espada que había caído cerca de él. Vivian siguió el recorrido de su mirada y su expresión, que solo mudaba de un desconcierto ligero a uno más grande. Eamon vio la sangre de los feéricos salvajes, el agua que había quedado después de que el escudo de Vivian se derritiese, la tierra machacada por la pelea y a Sayer inconsciente y sangrando cerca del estanque, pero no vio el resto de los cuerpos, ni el de Glen ni el de sus atacantes. Sus labios se entreabrieron, pero si iba a hablar, Vivian no le dio la oportunidad.

─Me pregunto qué dirá la Reina cuando sepa que no habéis cumplido con vuestra función de guardianes como se esperaba.

El soldado se giró con rapidez hacia ella, con la hoja de su arma por delante. Frunció el ceño y la miró de hito en hito, como si hubiera recordado su presencia. Como si estuviera intentando situar su papel en lo que había ocurrido a su alrededor mientras estaba inconsciente.

Vivian aguardó, sentada, con las rodillas flexionadas y los brazos rodeándoselas, pero con la espalda recta y el cuello erguido. Le dolía cada músculo, cada fibra, pero no cedió ante la mirada desconfiada del sidhe. Simplemente aguardó. No había nada más que pudiera hacer, se había vaciado casi completamente de magia.

Eamon tragó saliva antes de hablar.

─No nos habéis matado.

Vivian ladeó ligeramente la cabeza.

─ ¿Por qué iba a hacerlo?

Eamon se quedó callado. Volvió a estudiarla despacio, su vestido raído, la sangre en su rostro, el tono macilento de su piel. Su poder consumido como una cerilla después de arder. El sidhe podía sentirlo.

Al ver que Eamon no contestaba, Vivian decidió retomar la palabra.

─Siempre hay que estar atento a lo que hay a tus espaldas ─prosiguió sin usar ninguna fórmula de cortesía en esta ocasión─. Si yo no hubiera sido una Hija Predilecta, dudo que ahora estuviéramos hablando.

Dejó que sus palabras se embebieran con la altanería de alguien propio de su posición, una entonación que había escuchado muchas veces en la voz de Keiran. Pero Vivian la hizo más ligera, más disimulada y casual; más suya. Cuando vio la sombra que se extendía por el rostro de Eamon, Vivian sintió una punzada de satisfacción en su interior.

─Tus compañeros están alimentando al kelpie del estanque. Mejor eso que se desperdicien pudriéndose aquí ─añadió al ver el cambio en la expresión de Eamon.



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En el texto hay: inmortales, fae

Editado: 07.10.2022

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