La casa de la bruma

19. El conventillo

Ada estiró su salida de la casa todo lo que pudo. Nebelhaus era ahora su hogar y dejarlo le dolía tanto como en el pasado le sucedió al dejar Bari. La señora Rosa y el señor Denver se habían ido unos días atrás. Herr Müller había ido a hablar con ella. De la forma más fría posible le notificó que prescindiría de sus servicios, rescindiría su contrato y, a cambio, le daría una importante compensación económica. Hizo hincapié en el acuerdo de confidencialidad, que regía sin límite de tiempo. Esperaba que encontrara pronto un lugar a donde marcharse con la niña, con la esperanza de que sus caminos no se volvieran a cruzar.

El encuentro dejó a Ada devastada. Mientras Nicole jugaba con las muñecas de tela sobre la alfombra de la biblioteca, la antigua fräu Graf sentía el peso del mundo sobre sus hombros. Hablaba con fräu Leman, intentando entender la razón por la que Müller se había ensañado especialmente con ella. Y Johann… no entendía por qué la había dejado a su suerte, siendo que la había amado. A menos que… Pero ella no quería pensarlo. Debía creer en que todo había sido verdad y que cada promesa sería cumplida. Pero la más importante ya la había roto: no había vuelto a ella. La había dejado sola en un universo llamado Nebelhaus donde no podía encontrarlo.

—Venga conmigo —la instó fräu Leman cuando la escuchó hablar, pensar, susurrar y llorar sobre el señor Weimann.

La tomó de la mano y la llevó hasta el cuarto del patrón.

—Ya lo he revisado, a pedido de herr Müller. He debido quitar todo lo indicio de que él estuvo aquí. Pero he dejado algo para usted, fräu Graf. Está dentro del cajón de la mesa de noche.

La señora Leman dejó a Ada a solas en la habitación impersonal de Johann. Habían quitado hasta los trajes del ropero. Sus pantuflas de noche tampoco estaban. Ada se preguntó dónde había ido a parar todo eso. Rodeó la cama y se sentó en ella, de cara a la ventana cerrada. El aire de la habitación se mantenía fresco pese al calor de enero. Las pesadas cortinas marrones no dejaban pasar ni un solo rayo de Sol.

Escuchó a lo lejos que la señora Leman jugaba con Nico y le agradeció el momento a solas que le regalaba. Con el futuro confuso por delante, imaginaba que no se separaría jamás de su hija, esa Nicole Graf a quien quizás debiera cambiar el nombre a Nicoletta Fiore.

Estiró la mano y abrió el cajón de la mesa de noche. El cubículo estaba casi completamente vacío, de no ser por una foto. La tomó y se mordió el labio para evitar llorar. Era una instantánea de la Navidad de 1944. Johann sostenía a Nico a upa y Ada extendía los brazos hacia los dos. Ella no conocía la fotografía que parecía haber sido atesorada por Johann.

—Ahora puedo darle un padre a Nico, ¿verdad señora Leman? ¿Aunque sea mentira?

La señora Leman la escuchaba parlotear. Para ella no había dudas de que ese hombre había sido el verdadero padre de Nico.

—Dígale, señora Graf. Cuéntele que su padre murió en la guerra, haciendo el bien. Y consuélese usted también así. Lamento no poder ayudarla más, mi contrato es con herr Müller y he de cumplirlo.

Danke dass du meine freundin bist (gracias por ser mi amiga), fräu Leman.

—Por si en algún momento lo necesitan, ich bin in der nähe (estaré cerca). Aunque no me vean.

 

Al día siguiente, Ada subió a Nicole a un taxi, acomodó sus posesiones lo mejor que pudo y juntas volvieron al conventillo de la Avenida Paseo Colón. Don Luigi las esperaba en la puerta. Después de todo, recibir a Ada Fiore era como recibir a Olga Zubarry, con esos zapatos a la última moda y los pañuelos con los que vestía su cabeza.

Paradójicamente, la única habitación disponible era aquella al lado de la cocina, donde Ada y Giuseppe habían concebido a Nico. Don Luigi las llevó hasta allí y les pidió disculpas por el lugar pequeño que les había conseguido. Era lo mejor que había logrado con tan poco aviso. Ada agradeció el lugar, especialmente que estuviera limpio. Sonrió lo mejor que pudo al casero y las demás personas que se asomaban por detrás, agitó una mano y pidió un momento a solas. Lo primero que hizo fue reparar en que ahora había una mesita de luz además de la silla y la cama. La ropa permanecería en las valijas y bolsos. Rebuscó en su cartera un conejo de felpa de Nico y se lo dio para que jugara con él. Luego rescató de una bolsa una enagua vieja y un vestido liviano de color celeste. Se hizo un rodete en el cabello y se calzó unas sandalias gastadas pero buenas. No quería desentonar con la gente de por allí. Suspiró profundamente y se dijo que guardaría a Ada Graf todo el tiempo que fuera necesario hasta que encontrara dónde volver a sacarla a la luz. Levantó a Nico del suelo y salió hacia la sala común. Allí saludó y se presentó ante sus nuevos vecinos.

 

—Es hora de que te levantes de esa cama, te laves un poco, te vistas y te arregles lo mejor posible y vayas a ver a ese abogado a donde te envió este Johann.

Julia la había encontrado jugando a la mancha con Nico en el Parque Lezama. Recordando el acuerdo de confidencialidad que había firmado, Ada le había contado cuanto podía sin faltar a su palabra. En los últimos años, había estado trabajando para un alemán de Córdoba llamado Johann. Por razones que ella desconocía, el patrón había tenido que viajar a la Europa de post guerra y no había vuelto más. Sin embargo, antes de irse, le había profesado su amor y había dejado preparado un futuro para ella y Nico, si por alguna razón no se vieran más.

La española había hecho lo esperable. Había leído sus cartas. Ada había escogido a ciegas y el resultado era la Estrella. De acuerdo con lo que decía Julia, esta carta representaba la esperanza y la fe, el paso de la noche a la mañana. Ada quería creer, mas Julia ya creía. Decidió darle un tiempo a su amiga para reencontrarse consigo misma para luego la empujarla a encontrarse con el destino en la oficina del escribano.



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 17.11.2022

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