La casa de la bruma

23. Exportaciones

Carlos Lindemann había privilegiado el conocimiento que Ada tenía de los idiomas alemán e italiano por sobre su impresionante experiencia laboral adquirida en tan poco tiempo. El hombre era de descendencia alemana y planeaba retomar el comercio con la patria de sus antepasados una vez terminada la guerra. Porque Lindemann era despachante de aduana.

El alemán había visto flaquear su negocio debido a los vaivenes en que se sumergió Europa durante la guerra. Eran pocos artículos que había podido ingresar al mercado que no fuera de manera ilegal. Pero este tipo de comercio no era prometedor a largo plazo, especialmente cuando las circunstancias bélicas cambiaron.

El 5 de julio de 1946, un mes antes del tercer cumpleaños de Nico y finalizada la guerra, la ciudad que una vez fuera la capital del Tercer Reich, Berlín, fue dividida en dos: la parte este se convirtió en la República Democrática Alemana, bajo el poder de la Unión Soviética, y la oeste, en la República Federal de Alemania, bajo el poder de los Estados Unidos, Francia y Reino Unido. El objetivo que tenía el señor Lindemann era tender hilos entre las cuatro facciones y la Argentina. Ese día, la señora Ada Graf ocupó su escritorio por primera vez.

Para trabajar con el señor Lindemann, Ada había tenido que pasar algunos días leyendo y estudiando el código aduanero. Según este, los despachantes de aduana son las personas que realizan trámites y diligencias a nombre de otros para la importación y exportación de bienes. Uno de los fundamentos del trabajo de Ada era el cumplimiento del artículo 55. Los despachantes debían llevar un libro rubricado por la aduana donde detallar las operaciones. Además, en el libro tenía que costar las obligaciones tributarias y toda anotación correspondiente a la Administración Nacional de Aduanas. Si el libro rubricado presentaba un retraso en las anotaciones, los despachantes podrían y deberían ser sancionados. El señor Lindemann tenía fama de ser uno de los mejores despachantes de la ciudad, pero era ampliamente desordenado. Su última secretaria había renunciado dejando un escritorio colmado de carpetas y papeles por clasificar. Esta había sido una desafortunada renuncia, mas el despachante tenía puestas sus esperanzas en las habilidades de su nueva ayudante.

Desde mayo de ese año, Lindemann había estado lidiando con el nuevo Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) que buscaba, entre otros objetivos, mantener los mercados internos y crear nuevos (como ese año sucedió con España), fuera de la órbita del Reino Unido y los Estados Unidos.

El IAPI mediaba entre los productores primarios y los secundarios, en una industrialización creciente, bajo la órbita del Banco Central y del gobierno de facto de Edelmiro Farell. Este instituto habría de seguir funcionando durante la presidencia del coronel Juan Domingo Perón, quien había subido al poder un día antes de que Ada comenzara su nuevo trabajo.

La señora Ada Graf era una mujer joven que había trabajado para su marido, el difunto señor Graf. A decir verdad, parecía más una jovencita que una señora, con sus escasos veintidós años. Usaba el cabello cortado hasta los hombros; era rubio y tenía las ondulaciones perfectas que la hacían parecer, junto con la mirada y la nariz respingada, a la actriz de moda Olga Zubarry. Se vestía con trajes de pollera y saco de colores discretos y blusas de algodón claro. Muchas veces la escuchaba subir por la escalera y sabía que ese día se había puesto tacón alto. Desde que ella había entrado en su vida y en su negocio, la oficina y los intercambios se habían vuelto más ordenados. La señora Graf decía siempre lo mismo: «Deme dos horas, señor Lindemann», y con ello tenía suficiente para todo. Buscaba en el archivo, armaba nuevas carpetas para clientes recientes, tipeaba hojas y fichas con las referencias de cada persona que requería sus servicios. Incluso a veces, cuando estaba en duda con algo, se remitía al viejo volumen del diccionario castellano que juntaba polvo en su estante y disipaba las dudas; incluso al código aduanero. Tenía un plano de la ciudad y más planos de los barrios con las calles marcadas. Hacía notas y las enganchaba en donde hubiera lugar: notas recordatorias, notas de direcciones, infinidad de papelitos.

Pero a pesar de pasar con ella nueve días por día, cinco días a la semana, Carlos Lindemann no conocía a quien ya consideraba su mano derecha. Se sorprendió el día en que pidió retirarse media hora antes «porque debía comprar un regalo de cumpleaños para su hija». Entonces se dio cuenta que era esa la razón por la que no se quitaba el anillo de casada ni volvía a usar el apellido de soltera. La señora Graf tenía una hija del señor Graf. Mientras existiera un vínculo como ese, ella no dejaría entrar a nadie en su vida. Y no es que fuera una idea suya, sino más bien de su mujer. Conseguir pareja para la señora Graf se había vuelto una meta para la señora Carmen Lindemann, aunque más no fuera por deporte.

Carmen Lindemann era una mujer en sus cuarentas que gustaba de las reuniones a las que su marido era invitado. Se codeaba con los empresarios ganaderos tanto como los industriales. Desde que su hija se había casado y mudado al sur, le había encontrado el gusto a emparejar extraños. La señora Ada Graf era una de sus víctimas, como gustaba llamarlas, y esperaba encontrar un buen hombre para ella aunque desconocía totalmente sus gustos. Su objetivo a corto plazo se hundió cuando la misma señora Graf afirmó que estaba esperando por alguien.

Las palabras habían surgido de la boca de Ada de manera abrupta. No las había pensado y ya las había dicho.

—No me interesa ningún caballero, señora Lindemann. Estoy esperando por alguien.

Se había volteado y, tras rodear su escritorio, se había entregado a la tarea que la ocupaba desde temprano: preparar la carpeta de un ganadero de Capilla del Monte, en Córdoba.

Algo la inquietaba y no podía distinguir qué. Se había sentido urgida a confesar su amor no correspondido y ahora no sabía cómo hacer que todos los presentes (solo los señores Lindemann) olvidaran sus palabras.



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 17.11.2022

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