La casa de la bruma

30. Finales

Después de revolucionar el pueblo de Capilla del Monte con su cabellera rubia atada en un moño entre tantas oscuras de los descendientes de los indios comechingones que se asentaban en la región antes de que llegaran los conquistadores españoles. Incluso antes de que los alemanes tomaran estas tierras como propias y las labraran y trabajaran bajo el Sol y bajo la lluvia como si de suelo germano se tratara.

De pronto, la vida solitaria y desahuciada de Nikolaus se veía constantemente visitada por los vecinos, que a falta de otros regalos convidaban a Ada con ramos de flores de peperina. Llegaron a regalarle hojas secas de esa planta, para que hiciera infusiones para ella misma y para la pequeña, cuando se sintieran dolidas o enfermas. Las gentes creían que tenía propiedades curativas, y así lo aceptó Ada.

La vida de Nico había dado un giro de ciento ochenta grados. De vivir en el centro de la Capital Federal, de pronto se encontraba rodeada de animales que solo había visto en libros de cuentos. No obstante, el cambio le sentó bien y supo adaptarse pronto a su Großvater (abuelo), su Großmutter (abuela), su Onkel (tío) Christian y Tante (tía) Rosa. Los tíos aún no tenían niños. Por eso, bajo los cuidados y supervisión de su nueva familia, tenía la oportunidad de alimentar las gallinas y los gansos, cabalgar con el tío o con el abuelo, cuando no con su dad. Las mujeres que iban a visitar a su madre Ada llevaban a sus niños para que jugaran con la muñeca de porcelana, como llamaban a Nico a espaldas de su madre.

Sin embargo la felicidad que rodeaba a la pequeña familia germano-italiana, tanto Ada como Niko debían reconocer que extrañaban Buenos Aires. Un día cualquiera se dejaron ver por el pueblo para usar el único teléfono que tenían y que estaba instalado en el bar de Octavio. Ada llamó al despachante de aduanas Carlos Lindemann, quien fuera su jefe y esperaba que aún siguiera siéndolo, y le resumió sus últimos días.

—Nos hemos reencontrado con mi marido, señor Lindemann. Disculpe que no he podido llamar antes, estoy en Capilla del Monte. Aquí hay un solo teléfono —miró a los concurrentes del bar e hizo un gesto pidiendo perdón—. Quisiera saber si aún tengo el puesto en su oficina, ya que pensamos volver a trabajar en la Capital.

—Señora Graf, es un gusto escuchar de usted. Claro que tiene el puesto. Nadie me tiene listo el trabajo en dos horas como usted. Siendo sinceros, estuve probando algunas secretarias y todas me recordaron a usted, ¡porque no eran usted! Tómese los días que necesite, la espero cuando vuelva a Buenos Aires. ¿Tiene idea de cuándo será?

—Estimo que en menos de un mes ya estaré de vuelta detrás de mi máquina de escribir. Gracias, señor Lindemann.

 

La vuelta a Capital llevó un intenso aroma a peperina y la ropa blanca de Nico, sucia de sustancias extrañas. El auto de Niko estaba lejos del VW Beetle que usara en su etapa de Nebelhaus. En cambio, tenía un Renault 3CV color celeste y en él hicieron el camino entre Córboba y la Capital. Se instalarían en el departamento que Ada había comprado en Congreso. Julia ya no vivía allí, desde que se había casado con su patrón.

Lindemann no solo había guardado el puesto para cuando Ada volvió a instalarse en el piso de la calle Junín, entre Bartolomé Mitre y Rivadavia, en el barrio de Congreso, sino que también tenía una propuesta para Niko.

Siendo despachante de aduanas, muchas veces requería los servicios de un abogado para redactar escritos y pedidos. Resultó que Niko tenía un título en derecho y solo debía validarlo en el Colegio de Abogados de Buenos Aires para que le dieran la matrícula y pudiera ejercer. Así fue como el despacho de Lindemann se volvió más pequeño, con tres personas trabajando en lugar de dos.

Mientras dad y mutti[5] trabajaban, Nico iba al jardín de niños aledaño a la Parroquia Nuestra Señora de Balvanera, en la calle Bartolomé Mitre, cuya experiencia educativa incorporaba la pedagogía francesa.

Poco a poco, la familia Graf encontró su lugar en Capital Federal. Ada recordaba su pasado como italiana pero reconocía que había vivido tanto tiempo como alemana que ya tomaba la patria germana como suya.

 

Un día cualquiera, Carmen Lindemann llegó a la oficina de su marido y se plantó delante del escritorio de Ada. Sorprendida, se obligó a sonreir.

—Hay algo que no está bien acá —comenzó a departir. Era obvio que traía preparado un monólogo—. Usted y el doctor Graf son un matrimonio ejemplar, padres afectuosos y trabajadores incansables. Pero les falta algo. —Hizo una pausa para crear conmoción.

—¿A qué se refiere, señora Lindemann? —objetó Niko.

—Su matrimonio. A su matrimonio le falta la iglesia, ¿verdad? Y como buenos ciudadanos que son, deberían estar casados por el rito de la Iglesia Católica Apostólica Romana —dijo mientras se persignaba con aire grave.

Ada dejó escapar una carcajada y miró a Niko.

—Aunque más no sea por las fotos, deberíamos hacerlo —sugirió Ada a su marido.

—¡Las fotos! ¡Las fotos! Bueno sí, eso también. Y el vestido y el esmoquin. Hay mucho que preparar.

Los días siguientes giraron como en un torbellino. Ada compró un vestido en la Avenida Florida, en uno de los tantos paseos, y Niko decidió usar uno de los trajes que le habían adaptado cuando perdió el brazo. La niña disfrutaba con los preparativos, si bien eran bastante pocos. Después de mucho discutirlo y pensarlo, se decidieron por enviar una invitación a fräu Leman a Nebelhaus, ya que era lo más parecido que tenían a una familia.

La ceremonia fue sencilla. El matrimonio Lindemann ofició de padrinos de los novios. Nico obtuvo el deleite de sentarse en las piernas de la fräu Leman, que no había querido faltar. Finalmente terminaron con un convite en el departamento de Junín.



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 17.11.2022

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