La Casa de las Bestias

Capítulo 1

El pasillo que conduce a la Cámara de Sombras siempre huele igual: a incienso corrupto, a polvo antiguo y a ese aroma metálico que deja la magia cuando se queman demasiadas almas en un mismo lugar. Respiro hondo mientras avanzo, y un sabor a hierro me golpea en la lengua. No debería estar nerviosa. Yo elegí esto. Yo pedí esta noche.

Pero algo vibra en mi esternón, como si una mano invisible golpeara desde dentro.
El vínculo.

Desde que enlacé por error con él, cada vez que me acerco a una fuente de poder, siento que alguien toca mis huesos desde el reverso del mundo. No me acostumbro. No sé si alguna vez lo haré. Lo que sí sé es que ese demonio —mi demonio— está despierto. Me observa. Espera.

Empujo la puerta de la Cámara y la penumbra me recibe como un abrazo áspero.

Siete círculos pintados a mano rodean la sala, cada uno representando a una Casa de la Nación. Siete colores, siete símbolos, siete mentiras. Porque acá, cuando cae la noche, no gobierna ningún voto humano, sino lo que arde bajo los símbolos.

Hoy, sin embargo, hay más gente de la que esperaba. Y más ojos clavados en mí.

—Llegás tarde, Syerra —dice Velea, mi supervisora—. Ya están todos.

Claro que están todos —o todos los que importan, al menos—. Los representantes de las Casas, los intermediarios políticos, las sombras vivientes que sirven a los espiritistas más antiguos. Pero lo que me detiene es ella: la Primera Asesora Presidencial. Nunca la había visto en persona, pero se filtraron algunos datos en la prensa de su relación con los poderes ocultos. Al parecer, no eran intentos de desprestigio sino más reales de lo que cualquier mortal normal podría imaginar.
La mujer que, si quisiera, podría hacer desaparecer a cualquier persona de la Nación sin dejar un solo rastro.
La mujer que usa al mismo demonio con el que yo enlacé.

Me observa como si conociera mis secretos incluso antes de que los piense.

—Disculpen —digo, inclinando apenas la cabeza, como corresponde. No bajo la mirada. Aprendí hace tiempo que los débiles la bajan; los peligrosos miran fijo.

La Asesora sonríe. No es una sonrisa amable. Es una advertencia disfrazada de protocolo.

—Nos alivia que hayas llegado —dice ella, con su voz suave como terciopelo rasgado—. Esta noche necesitaremos… precisión.

Claro. Por eso me llamaron.
Soy joven, sí. Pero mi conexión con el Más Allá es más fuerte que la de espiritistas que llevan treinta años abriendo portales. Y no porque sea talentosa por naturaleza, sino porque he estado dispuesta a hacer lo que otros no: llegar al borde, sangrar, romperme, pagar el precio.

Aunque quizá esta noche el precio sea más alto.

Velea me señala el círculo negro en el piso: Soebacam. Mi Casa. La Casa que gobierna… al menos de día. De noche gobierna otra cosa. Y esta noche yo soy la puerta.

Doy un paso adentro. Siento cómo el aire se espesa, cargado de energía. Los otros círculos vibran levemente, como si las Casas rivales respiraran conmigo.

—Comenzá cuando estés lista —dice la Asesora.

Lo estoy. O, al menos, me convenzo de que lo estoy.

Cierro los ojos. Inhalo. Exhalo. Elevo las manos.

Y el mundo cambia.

La oscuridad se arremolina bajo mis pies como si fuera tinta líquida buscando una grieta donde colarse. Mis dedos hormiguean. Mis labios se entumecen. La magia responde demasiado rápido, como si me reconociera… o como si me reclamara.

—Que se abra la puerta menor —musito—. Que se revele el camino hacia el eco del Abismo. Que acuda aquel que escucha.

Siento la atención de todos sobre mí. Pero siento algo más: la presencia. La sombra que me sigue desde el día del enlace prohibido.

No. No ahora. Necesito control. Necesito que no aparezca él.

Repito el mantra. “El vínculo no manda sobre mí. Yo mando sobre el vínculo.”

La oscuridad responde con un siseo burlón que solo yo escucho. Él se ríe. Mi demonio se ríe.

Mi respiración se corta. Una sensación de caricia fría recorre mi columna, sube hasta la nuca y me obliga a arquear los hombros. No es dolor. No es placer. Es algo en el medio, un filo que podría inclinarse hacia cualquier extremo.

Por favor, no aparezcas, pienso. Pero él nunca hace lo que le pido.

La sala se estremece. Las velas se inclinan hacia mí, no hacia arriba. El piso tiembla.

—Syerra —susurra Velea—, ¿qué estás haciendo?

Quisiera responderle. No puedo.

Porque en el centro del círculo, la oscuridad se abre como una boca.

Y emerge él.

No completamente, no como forma física, pero sí como presencia aplastante. Un cuerpo hecho de humo, sombras y brasas. Dos ojos ígneos. Y una sonrisa que no pertenece a nada humano.

—Pequeña… —su voz traspasa mi mente—. ¿Llamándome tan pronto?

Caigo de rodillas. Alguien grita. O creo que grita. No puedo distinguir. Su aparición siempre distorsiona la realidad.

La Asesora avanza un paso. Solo uno.

Nunca la vi temer. Hasta hoy.

—Controlalo —ordena—. Ahora.

Lo intento. Dioses, cómo lo intento. Pero el vínculo late bajo mi piel como un corazón ajeno.

—No vine a obedecerla a ella —dice el demonio, mirando a la Asesora sin realmente mirarla—. Vine porque vos me abriste la puerta. Otra vez.

Y entonces lo siento. La conexión. El tirón. La unión entre los dos, esa hebra invisible que nos ata desde aquella noche en que cometí el peor error de mi vida.

Sus palabras se clavan en mi mente: Mostrales lo que sos.

La energía me recorre, feroz. No puedo contenerla. Un aura oscura brota alrededor de mi cuerpo, iluminando el círculo con destellos rojos.

Velea retrocede. El Consejo observa, mudo. La Asesora aprieta la mandíbula.

Y el demonio ríe. Una risa profunda que hace vibrar el aire.

—Basta —digo, con la voz que puedo reunir—. No te llamé para esto.

—Me llamaste —corrige él—. Y si me llamás, vengo.

—Volvé —ordeno—. Cerrá la puerta.



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En el texto hay: romance, terror, presidente

Editado: 04.12.2025

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