La Casa de las Bestias

Capítulo 2

Kram no me ofrece la mano cuando salimos de la Cámara de Sombras.

—Levantate —dice, sin subir el tono, pero con esa autoridad que no necesita volumen para clavarse en la piel.

Podría odiarlo por eso. Podría odiar la forma en que su voz se cuela entre mis huesos como si fuera otra clase de hechizo. En vez de eso, mi estómago hace una pirueta ridícula.

Muy bien, Syerra. Te está hablando el primer ministro, no un cantante de taberna.

Me incorporo sola. Las piernas me tiemblan, pero no le pienso dar el gusto de verlo. Velea hace ademán de acercarse y Kram levanta dos dedos, apenas.

—La necesito a solas —dice.

“Necesito”. Qué verbo tan peligroso.

La Asesora frunce el ceño.

—Primer ministro, la joven espiritista acaba de tener un episodio de…

—De poder —la interrumpe él, sin apartar la vista de mí—. Un episodio de poder. Y me gustaría comprenderlo.

“Comprenderlo”. Claro. A esto le llaman “interés institucional”. Yo le llamo curiosidad con muy buen traje.

—Voy a acompañarlos —dice la Asesora, cortante.

—No —responde Kram, y por primera vez la mira, con calma—. Si algo de lo que presenciamos hoy es tan grave, tiene que ser discutido entre ella… y yo.

Entre los dos.

El demonio en mi pecho ronronea.

—Me cae bien —murmura—. Él sí entiende el juego.

«Callate», le pienso, ajustando la mandíbula.

La Asesora duda un segundo. No le gusta que alguien le quite control, se le nota hasta en el pulso del párpado. Pero Kram es Kram. Y en la superficie del mundo, el peso de su cargo todavía vale más que el peso de sus sombras.

—Como desee —dice ella, helada—. Pero recuerde, primer ministro, que todo lo que Syerra aprendió… lo hizo al servicio de la Nación.

Yo me muerdo la lengua para no responder algo inconveniente. Tipo: al servicio de la Nación, sí… y de tu demonio personal, querida.

Si abro la boca ahora, capaz termino sin lengua.

Kram asiente, solemne. Después gira hacia mí.

—Ven.

No es una invitación. Es una dirección. Y lo peor no es cómo lo dice. Lo peor es lo que hace mi cuerpo cuando lo escucho.

Me guía por un corredor estrecho, sin guardias ni asesores, hasta una sala que jamás había pisado. No es uno de los grandes salones del Palacio, tampoco una oficina formal. Es más… íntima.

Una habitación rectangular con paredes forradas en madera oscura, una mesa baja, sillones mullidos y una ventana alta que deja entrar la luz mortecina de la luna. Hay una bandeja con una botella de licor ámbar y dos vasos sin usar.

Qué conveniente. Qué casual todo.

—¿Tenías planeada una invocación caótica con espiritista incluida o esperabas a otra persona para beber? —disparo, antes de pensarlo demasiado.

Kram me mira por encima del hombro, con media sonrisa.

—Planeaba un encuentro complicado, sí —dice—. Lo único que cambió fue la invitada.

Mi corazón decide hacer cardio sin mi permiso.

—Ah —respondo, seca—. ¿Y la otra invitada sabe que fue reemplazada por una chica que casi hace colapsar la Cámara de Sombras?

—Si lo sabe, lo negará —contesta él—. Nadie admite perder espacio frente a alguien más… interesante.

“Interesante”. Ajá. El primer ministro sabe elegir adjetivos. Y tonos.

El demonio se ríe bajito dentro de mi mente.

—Te está tanteando —dice—. Le gustás. O le gusta lo que podés hacer. En su caso, es casi lo mismo.

«Te juro que si sigues hablando te invocaré en medio de una letrina», pienso.

—Dudo que te atrevas —responde él, divertido.

Genial. Un demonio telepático con sentido del humor. Lo que me faltaba.

Kram se detiene junto a la mesa, sirve licor en un vaso y luego en otro.

—¿Tomás? —pregunta, tendiéndome uno.

Lo observo. El líquido ambarino gira, espeso, olor suave a especias y fuego.

—¿Eso viene con alguna cláusula en letra chica? —pregunto—. “Al aceptar esta bebida, cedo mi alma, mi cuerpo y mi derecho a voto”.

Kram suelta una risa corta, honesta. Es la primera vez que le escucho reír, no simplemente exhalar aire con elegancia política.

—No —dice—. Si quisiera tu alma, no la pediría con bebida. La pediría en un contrato.

No ayuda. No ayuda en absoluto.

Aun así, tomo el vaso. Justo lo mínimo para que nuestros dedos se rocen. Un toque, apenas, en la yema. Un contacto breve, eléctrico.

La magia dentro de mí reacciona como si le tiraran chispas a un barril de pólvora.

Un calor denso me sube por la garganta. No sé si es el licor… o él.

—Entonces brindo por mi alma intacta —digo, levantando el vaso—. Al menos por hoy.

—Por hoy —repite, chocando delicadamente su cristal con el mío.

Bebo. El licor es fuerte, dulce y filoso. Como la política. Como el demonio. Como la forma en que Kram me mira por encima del borde del vaso, en silencio.

Nos sentamos frente a frente. Él ocupa el sillón como si hubiese nacido ahí: postura relajada, rodillas abiertas, un brazo apoyado en el respaldo. No hay un solo pliegue fuera de lugar en su ropa. Yo, en cambio, debo tener el aspecto de alguien que acaba de sobrevivir a una explosión sobrenatural. Lo cual, en realidad, es bastante exacto.

—Supongo que querés hacerme preguntas —digo, apoyando el vaso en la mesa—. Usualmente, cuando casi destruyo un lugar sagrado, alguien quiere un informe.

—No —dice él—. Primero quiero escucharte sin preguntas. Quiero que me cuentes lo que pasó… desde tu perspectiva.

Mmm. Eso es nuevo. Generalmente el poder pregunta y después decide qué parte de lo que respondés es útil.

—¿Seguro que sos primer ministro? —alzo una ceja—. Sonás más como un terapeuta ultra premium.

—Tranquila —contesta, con una curva sutil en los labios—. No cobro por hora. Todavía.

Creo que casi me atraganto de la risa. Casi. Porque no voy a darle ese espectáculo.

Inhalo hondo. Pongo en orden mis ideas. Siento la presencia del demonio, rozando los bordes de mi conciencia, atento como un gato en la oscuridad.



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En el texto hay: romance, terror, presidente

Editado: 04.12.2025

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