La Casa de las Bestias

Capítulo 5

No duermo. Otra vez.

Aunque esta vez no es por miedo, ni por la marca recién grabada, ni por el asesino inconsciente que Kram se llevó como si fuera un objeto incómodo.
No.

Esta vez no duermo porque el demonio está inquieto. Y cuando él está inquieto, yo dejo de sentirme dueña de mi propia cabeza.

Me recuesto sobre la cama, mirando el techo. El aire está demasiado quieto, como si la habitación contuviera la respiración.

—No deberías pensar tanto—susurra él.

«No me metas en una visión ahora. No estoy de humor» pienso.

—¿Y si te muestro algo que sí te pone de humor?—dice, divertido.

—No.

—Una cosita chica.

—No.

—Algo que ya querés ver, aunque no lo admitas.

—NO.

—Demasiado tarde.

El techo se derrite como tinta negra. La cama desaparece. La habitación encantada se disuelve.

Y aparezco… en otra habitación.

Una muy diferente. Más grande, más elegante, con paredes de mármol oscuro y una luz suave filtrándose por las cortinas.

Y vapor. Mucho vapor.

—No —susurro—. No, no, no.

—Sí —responde mi demonio—. Mirá.

El baño de Kram.

La visión no es metáfora. No es símbolo. Es literal. Estoy en su baño. Invisible, intocable, intangible… pero presente.

El vapor se mueve como si respirara. Y detrás de él, alguien camina.

Kram.

Con una toalla alrededor de la cintura. El torso desnudo. El cabello mojado, goteando, pegado a la nuca.

Yo me quedo quieta. Muy quieta. Inmoralmente quieta.

El demonio suspira encantado.

—Mirá qué obra de arte política —dice—. El país se cae a pedazos pero este hombre sale de la ducha como si estuviera protagonizando una profecía exótica.

«Llevame de vuelta. Ahora.»

—No hasta que lo veas. Todo.

«¡No puedo verlo así! ¡Esto es una invasión!»

—Ah, por favor —dice él—. El 90% de los espíritus del Abismo espían a la gente en la ducha. Es cultura compartida.

Kram camina hacia el espejo, limpiándolo con la mano. El reflejo aparece brumoso al principio, luego nítido.

Se mira. Se examina. Pasa la mano por su pecho, bajando hacia el abdomen, quitando gotas de agua.

Yo realmente intento mirar al techo. Al piso. A cualquier lado. Pero no puedo. No. Puedo.

Eso es lo peor.

Y entonces sucede.

Kram se detiene. Inclina la cabeza.

Como si… sintiera algo. Como si percibiera que hay presencia. No visual. No audible. Otra cosa.

Él frunce el ceño, suave. Da un paso hacia adelante. Y mira directamente al espacio donde yo estoy de pie.

—¿Syerra? —murmura.

Mi alma abandona mi cuerpo y se toma vacaciones en otro plano.

—Oh, esto está buenísimo —dice el demonio—. Él no te ve, pero te siente. Qué hermoso caos.

Kram se queda quieto. Muy quieto.

Luego… sonríe. Ese tipo de sonrisa peligrosa que solo alguien plenamente consciente de su atractivo puede permitirse.

—Bueno… —dice él, en voz baja consigo mismo—. Si hay alguien observando… que observe bien.

Y entonces, sin ningún tipo de pudor político ni moral, se pasa la mano por la nuca, arrastrando el agua hacia abajo, dejando ver más piel, más tensión muscular, más… intención.

—NO —protesto—. No lo está haciendo a propósito.

—Syerra —dice el demonio—. Ese hombre haría campaña presidencial con una toalla si se lo pidieran.

Kram se apoya contra el lavatorio, inclina el torso hacia adelante. Los músculos de la espalda se tensan. El vapor dibuja líneas sobre la piel.

Y ahí, sin razón alguna excepto pura provocación del universo…

Él deja caer la toalla.

Yo cierro los ojos. Los abro. Los vuelvo a cerrar.

—¡QUÉ HACES! —le grito al demonio.

—Yo nada —dice él, feliz—. Él lo hace todo solito.

No veo demasiado. Porque la visión es suave, nebulosa, recatada. Pero veo suficiente como para que mi corazón pierda el ritmo.

Kram ríe para sí. Esa risa baja que escuché en la Cámara. Esa risa que anuncia que él sabe algo que yo no.

—Si estás ahí —dice de pronto—, haceme el favor de aparecer mañana con menos intención de incendiar el Palacio. No puedo darme otro baño antes del consejo matutino.

Yo me ahogo en aire inexistente.

—VOLVEME YA —ordeno.

—Bueno, bueno —dice el demonio—. Me divertí.

El vapor se disuelve. La luz cambia. La visión se rompe.

Regreso a mi cama jadeando, con el pulso acelerado, la cara ardiendo y una vergüenza que podría alimentar una planta carnívora por un año entero.

—Te odi…

—Me amás —me interrumpe el demonio—. No me mientas. Esa visión fue la mejor cosa que te pasó desde que descubriste que podés abrir portales.

—¡Eso fue invasivo!

—Eso fue educativo —corrige—. Tenés un problema grande con ese hombre. Y el problema no es político.

Casi tiro la almohada contra el espejo.

Pero no hay tiempo.

El espejo vibra otra vez. Fuerte. Urgente.

—¿Otra visita? —pregunto, preocupada.

—No —dice el demonio—. Esta vez no es enemigo.

La puerta se abre.

Kram entra. Con ropa esta vez, gracias al universo. Aunque debería ser ilegal que un traje negro le quede así de bien.

—Te escuché gritar —dice, cerrando la puerta detrás.

Yo quedo petrificada.

No. No, no, NO.

Él me mira fijo. Hay preocupación en su expresión. Y algo más. Algo que descubrió hace minutos, desnudo en su baño, mientras yo estaba pegada a su visión como una idiota flotante.

—¿Estás bien? —pregunta.

Yo hago lo peor posible: asiento. Demasiado rápido. Demasiado fuerte.

—Sí. Claro. Bien. Normal. Perfecta. Yo siempre duermo tranquila, como un bebé. Nada raro sucedió. Absolutamente nada. ¿Vos? ¿Todo bien? ¡Qué bueno verte vestido! Digo, despierto. Digo… ¡acá!

Kram parpadea. Lento. Dos veces.

—Syerra.

—¿Sí?

—¿Estuviste en una visión conmigo?

Silencio absoluto. Más fuerte que un portal, más pesado que una profecía.

—No fue culpa mía —susurro.
—Explícame eso —dice él.



#277 en Fantasía
#63 en Magia
#1393 en Novela romántica

En el texto hay: romance, terror, presidente

Editado: 23.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.