La ceremonia debe realizarse debajo del Palacio. Muy debajo.
Los pasillos subterráneos huelen a humedad, metal viejo y secretos enterrados bajo decretos que nadie recuerda haber firmado.
Kram camina delante de mí con una antorcha —sí, una antorcha; la ironía del sistema democrático moderno apoyándose en rituales del año cero se explica sola—, mientras yo sigo los susurros del demonio, que vibra como un animal excitado.
—Ay, qué lindo —dice—. Una ceremonia prohibida, en sótanos húmedos, con tensión sensual contenida y consecuencias políticas irreversibles. ¿Saben lo mucho que extraño estas cosas?
Kram no lo escucha, pero sé que siente “algo”. Una presencia. Un filo. Una tensión que no sabe nombrar.
—Syerra —dice sin darse vuelta—. Estás muy silenciosa.
—Estoy pensando —respondo.
—¿En qué?
En vos.
En mí.
En nosotros.
En cómo carajo sobrevivimos a esto.
Pero digo:
—En lo que viene.
Él asiente. Pero sé que no me cree del todo.
Llegamos a la Cámara Umbral.
No es grande. No es luminosa. No es acogedora.
Las paredes están cubiertas de inscripciones antiguas. No de demonios. De los primeros gobiernos.
Porque esto es lo que nunca cuentan en los discursos.
Las Casas no nacieron de la democracia. Nacieron del miedo. Y del pacto entre magia y poder político.
—Ponete en el centro —me indica Kram.
—Estás seguro de esto —pregunto—. Una atadura no te hace más fuerte. Te hace vulnerable.
—Eso ya lo sé —responde—. Y aún así… te quiero viva.
El demonio aplaude mentalmente.
—¡Ay, el humano enamorado de la criatura peligrosa! ¿Sabés cuántas versiones de esta historia vi terminar en tragedia? Todas. Sigamos.
Me ubico en el círculo. Kram en el suyo.
Entre ambos, un tercer círculo vacío. El del intermediario. El de la fuerza que atesta el pacto.
—¿Quién hace de garante? —pregunta Kram.
El demonio levanta su figura espectral detrás de mí.
—¿Quién más?
Kram retrocede un paso involuntario. Yo lo siento: su pulso se acelera.
—¿Él? —pregunta Kram—. ¿Puede aparecer así?
—Puede —respondo—. Y quiere.
El demonio sonríe.
—Sellar pactos. Qué nostalgia. Desde que murieron las monarquías mágicas casi no me invitan a nada divertido.
La ceremonia empieza.
Siento el peso de la magia caer sobre mis hombros como una capa mojada y helada. Kram no tiene magia, pero la energía le golpea igual: lo veo tensarse, como si cargara un peso excesivo.
—Syerra —dice con los dientes apretados—. ¿Esto es… normal?
—Depende —respondo—. ¿Qué sentís?
—Como si algo me… buscara.
—Es la marca —digo—. Ya empezó.
—No pensé que fuera tan rápido.
—Yo tampoco.
El demonio posa su mano espectral sobre el tercer círculo.
—Iniciemos. Una semana. Una alianza. Una ruina compartida. Qué hermoso concepto legal.
Las paredes se oscurecen. La luz se dobla. El piso respira.
Y de pronto, veo algo dentro de mí misma.
Mi familia.
Un recuerdo.
No debería pasar en esta ceremonia. No deberían aparecer fragmentos del pasado. Pero aparecen.
Mi madre, inclinada sobre una mesa, escribiendo cartas mágicas con un sello de la Casa Altamira. Mi padre, con uniforme, entregando informes secretos a un gobernador que jamás se presentó como tal.
—No —susurro—. Esto… no puede ser.
Kram me mira.
—¿Qué ves?
Mi voz se corta.
—Ellos… estaban involucrados en las Casas. Y no como empleados. Como… piezas. Como operadores.
El demonio ríe, oscuro.
—Ay, pequeña. Por fin lo ves. No sos un accidente del Abismo. Sos producto de una operación política. Una niña criada en secretos. Una magia diseñada para ser útil. Sos muy práctica a fines de esta sociedad y de este sistema, no debería sorprenderte.
La imagen continúa.
Veo a mi madre firmar un pacto prohibido. Veo a mi padre entregar su voto a cambio de una protección que nunca llegó. Veo cómo él desapareció por “motivos oficiales”. Cómo ella se “suicidó” sin marcas de suicidio.
Cómo me dejaron a mí fuera de todo. O… dentro de todo.
—Syerra —dice Kram, preocupado—. Estás temblando.
Lo estoy. Entiendo por qué me eligió el demonio. No fue casual. No fue error.
Mi familia había sido parte de un plan político. Yo era un eslabón sobrante. Una pieza no usada. Un artefacto esperando activación.
Y la marca me eligió a mí porque… porque yo era el recipiente más adecuado. El único con magia heredada de pactos sucios.
El demonio sonríe como un profesor feliz con su alumna.
—Ahora entendés por qué todo esto late en tu sangre. La magia no solo te eligió. La política también.
El círculo empieza a cerrarse.
Una luz roja une a Kram conmigo. Por primera vez siento su vulnerabilidad directamente.
No oculta nada. Porque no puede.
Siento su miedo. Su cansancio. Su deseo de control. Su impotencia frente a las Casas. Su desesperación por sobrevivir a una Nación que funciona a base de operaciones sucias, pactos rotos y traiciones televisadas.
Siento… que me necesita. Como líder. Como figura pública. Como humano en medio de una tormenta que no maneja.
Y eso me asusta más que la muerte.
Porque no sé si me necesita a mí… o necesita mi poder.
Justo cuando el pacto está por sellarse… BOOM.
Una explosión arriba. Una vibración recorre los pasillos. El suelo se sacude.
Kram gira hacia la salida.
—¿Qué fue eso?
El demonio se ríe.
—Un operativo político. Qué timing impecable. Los opositores son unos artistas.
—¿Qué hicieron? —pregunto, acelerada.
El demonio baja la voz.
—Tiraron abajo la Cámara Mirval. Un ataque interno. Simulado como atentado. Van a culpar a un “grupo radicalizado”. Y después… a vos.
—¿A mí? —grito.
—Por supuesto —dice él—. Sos el blanco perfecto. Mujer, espiritista, poderosa, peligrosa, recién defendida por el primer ministro. Los titulares ya se escriben solos.