Todo huele a metal quemado y a traición.
Mientras Kram me arrastra por un pasillo lateral que no figura en ningún plano oficial, escucho —a lo lejos— las sirenas internas, los gritos, el ruido de puertas blindadas cerrándose.
Pero lo más fuerte no es eso.
Lo más fuerte es el olor.
El olor a operación política recién abierta, como si alguien hubiese abierto el estómago de un animal muerto y estuviera hurgando adentro con las manos sucias.
—Metete acá —dice Kram, abriendo una compuerta oculta detrás de un estandarte.
Me meto.
El lugar es estrecho. Oscuro. Un pasillo de servicio. El Palacio tiene miles. Miles para no ser visto. Miles para no ser encontrado. Miles para que nadie sepa quién mueve los hilos.
—¿Qué pasó arriba? —pregunto.
—Lo que pasa siempre —dice Kram entre dientes—. Un atentado oportuno. Un culpable conveniente. Y un relato armado antes de que explote la primera pared.
El demonio ríe.
—Ay, qué lindo es verlos trabajar. Son tan… previsibles. Con la eficiencia de un cirujano borracho.
Kram avanza rápido. Está furioso. No por mí. No solamente.
Está furioso porque lo hicieron quedar débil frente a las Casas. Porque lo desautorizaron en vivo. Porque le tocaron la fibra de la vulnerabilidad.
—Van a decir que fuiste vos, Syerra —dice—. Ya deben tener los titulares impresos. “Espiritista desestabiliza la Nación”. “Ataque mágico al Poder Legislativo”. “Terrorismo arcano”. “El Gobierno pierde el control”. Te van a culpar para provocar descreimiento y quitarme poder.
—Pero yo no hice nada —respondo.
Kram se detiene tan brusco que casi lo choco.
Me mira. Y ahí, por primera vez desde que lo conozco… veo asco.
No hacia mí. Hacia el sistema.
—No importa lo que hiciste, Syerra —dice con un tono que me quema la garganta—. IMPORTA. LO. QUE. DICEN. QUE. HICISTE.
El demonio casi aplaude.
—Bravo. Excelente definición de política. Resumen perfecto del oficio nacional. Deberían bordarlo en las banderas.
Seguimos avanzando.
La luz titila. El pasillo vibra. Mi marca arde. Siento algo acercándose.
Algo mental. No físico. Una avalancha de voces.
—¿Qué… es eso? —pregunto.
—Los medios —dice el demonio con orgullo—. Están vomitando tu nombre en cadena nacional.
Me quedo helada.
—¿Ahora mismo?
—Ahora mismo —responde él—. “Espiritista incontrolable”. “Magia desestabilizadora”. “Riesgo institucional”. “Arma no regulada”. Una belleza. Todo mentira, por supuesto. Pero funciona. Porque la gente cree lo que le grita el que tiene mejor micrófono.
Kram aprieta los dientes.
—Las Casas filtraron información a los canales aliados. Los opositores ya están armando editoriales. Y los nuestros… nuestros están especulando qué postura tomar según el clima social.
—¿Los tuyos? —pregunto.
—No son míos —escupe—. Son hienas disfrazadas de funcionarios.
Nos detenemos frente a una compuerta metalizada.
—Entrá —dice.
—¿Qué es este lugar?
—La Sala de Enlace del Consejo Interno.
—¿Qué significa eso?
—Que acá se esconden cuando quieren decidir algo sin quedar grabados.
—O sea —dice el demonio, feliz—, el cuarto de guerra para la rosca, el pacto, el chisme, la puñalada y el acuerdo entre traidores. ¡Mi lugar favorito!
Entramos.
La sala es fría. Sin ventanas. Una mesa larga en el centro, llena de papeles, informes, sellos, sobres cerrados.
Huele a café quemado y a corrupción.
Una pantalla de cristal mágico muestra titulares. Todos tienen mi nombre.
—Mirá esto —dice Kram, golpeando la mesa con el puño.
La pantalla muestra:
“Syerra: la bruja que casi voltea al Estado.”
“Primer ministro protege a terrorista arcana.”
“Fuentes: la relación entre ambos no sería solo política.”
“Empresarios piden su ejecución preventiva.”
“Un pacto demoníaco en el corazón del Gobierno.”
Siento náuseas.
Literal. No metafóricas.
—¿En serio? —susurro—. ¿En serio dicen esto?
Kram retrocede, furioso.
—No dicen. OPERAN. Y ya sabemos de parte de quién.
El demonio, por supuesto, feliz.
—Bienvenida al país. Un pueblo que ama la novela, odia la verdad y vota según el rating.
Me acerco a la pantalla.
Y entonces lo veo.
Una foto de mi madre. Y de mi padre. En la misma nota.
—“Hija de antiguos operadores de la Casa Altamira.”
—“La trama de corrupción continúa una generación después.”
Mi corazón explota en el pecho.
—¿Qué…? ¿Cómo consiguieron esto? Fueron a mi archivo…
El demonio se ríe.
—Oh, eso es fácil. Nunca destruyen nada. Guardan dosieres de todo. Años de carpetazos. Nada se elimina. Solo esperan el momento justo para usarlo. Es la economía circular de la mugre.
Kram me mira. Y veo algo raro en sus ojos.
Compasión. No por mí. Por lo que están haciendo conmigo.
—Syerra… —dice—. No mires eso.
—Ya lo vi.
—No te define.
—Sí me define.
Y lo entiendo: Mi familia fue parte del aparato. Fueron engranajes. Luego fueron descartados. Y ahora me usan a mí como continuación de la historia.
Soy rehen de la herencia. Como todos en este país disfrazado de Nación próspera.
Entonces siento un tirón. Interno. Profundo.
La marca.
Kram también lo siente.
Los dos nos quedamos paralizados.
—¿Qué… está pasando? —pregunto.
El demonio sonríe con colmillos.
—La ceremonia quedó abierta, pequeña. La atadura no se terminó. Y el caos político alimenta la magia.
La sala empieza a oscurecerse. Las luces fallan. Los papeles se elevan en remolinos. La pantalla chisporrotea.
—Syerra… —dice Kram, bajando la voz—. Cerrala.
—No puedo.
La marca no quiere cerrarse. Quiere alimentarse. De miedo. De tensión. De mentira.
—¡Syerra, cerrala YA! —exige Kram.
—NO PUEDO, KRAM.
La marca se expande. Siento voces. Veo sombras. Mis manos brillan.