La Casa de las Bestias

Capítulo 11

La Cámara Umbral huele a piedra fría, sangre vieja y a tratados que nadie debería haber hecho nunca.

Estoy de pie en mi círculo, frente a Kram, con el demonio ocupando el tercer espacio, como un anfitrión orgulloso de una fiesta de mal gusto.

—Última vez que pregunto —dice Kram—. ¿Estás segura?

No lo está preguntando como político.
Lo está preguntando como alguien que, por primera vez, va a depender de otra persona de verdad.

—No estoy segura de nada —respondo—. Pero estoy más segura de esto que de dejar que tu gobierno y mi padre hagan conmigo lo que quieran.

El demonio aplaude suavemente, como si tuviera guantes invisibles.

—Hermosa frase. ¿Firmás con eso o quieres algo más solemne, pequeña?

—Callate y empecemos —le digo.

Él sonríe.

—Muy bien. Atadura Diplomática. Duración: siete días. Rehenes: dos. Espectador: uno.

La Cámara se oscurece un poco más.

Un círculo de luz roja se dibuja, conectando mi pecho con el de Kram. No es una imagen simbólica. Lo siento: un hilo caliente, tirante, que atraviesa el aire.

—Reglas —dice el demonio—. Iré lento, que es mucho para procesar:

Levanta una mano, numerando con dedos que parecen humo condensado.

—Uno: Duración fija. Siete días exactos desde ahora. A la séptima noche, la Atadura caduca, salvo que ambos pidan renovarla, lo cual… —sonríe— no recomiendo si quieren conservar la poca cordura que les queda.

Kram traga saliva. Yo también.

—Dos: Efectos. Vos, Syerra, vas a tener acceso ampliado a mi energía. Vas a poder ver, sentir y manipular más cosas del Abismo sin desarmarte del todo. Vos, Kram, vas a sentir amplificado todo lo que Syerra sienta en relación a vos: desconfianza, angustia, bronca, ternura, atracción, miedo. No vas a poder esconderte en el autoengaño. Ese recurso se acabó.

Kram frunce el ceño.

—Genial —murmura—. Política sin la posibilidad de mentirme a mí mismo. Esto sí que es tortura.

—Tres —sigue el demonio—: Vulnerabilidad mutua. Si te matan a vos, Syerra, no muere él… pero sus emociones colapsan. Pánico, culpa, explosión de imagen pública. Se cae el relato de la estabilidad y la Nación entra en crisis institucional. Si lo matan a él, Kram se vuelve mártir y vos quedás con un enlace inestable directo al caos: tu poder se vuelve tan grande y tan roto que las Casas se verían obligadas a encerrarte o exterminarte.

Se inclina, casi afectuoso.

—Cuatro: Ruptura anticipada. Solo puede hacerse con consentimiento explícito de los dos… y con mi presencia. Si uno intenta romper la Atadura por la fuerza o a espaldas del otro, lo que se rompe no es el vínculo: es el sistema. Golpes, levantamientos, locuras súbitas, epidemias de violencia. Ustedes dirán si les suena familiar.

Se oye un crujido en la piedra. No sé si es efecto de la magia o de la verdad.

—Cinco: Jerarquía de contratos. Hasta ahora, mi pacto más fuerte era con tu padre, Syerra. Él era mi cliente principal. Vos eras proyecto. En el momento en que se selle esta Atadura, el contrato con tu padre pasa a segundo plano. La prioridad la tenés vos. Y, por extensión, él.

Kram lo mira fijo.

—¿Eso significa que el padre de Syerra pierde poder sobre vos? —pregunta.

—Pierde prioridad —aclara el demonio—. No puedo servir a dos amos a la vez en la misma guerra. Yo trabajo para donde está el vértice del poder real. Y hoy… está acá.

Nos señala.

Me sudan las manos.

Kram alza la suya hacia mí.

No como un amante. Como alguien que firma un tratado que puede salvarlo o hundirlo.

—Syerra —dice—. Si aceptás, lo que sienta por vos va a dejar de ser… manejable. Y lo que vos sientas por mí va a dejar de ser… negable.

Lo dice con una honestidad brutal.

—Ya odio que lo diga —respondo—. Así que firmemos antes de que me arrepienta.

Le tomo la mano.

La energía estalla.

No hay otra palabra.

El suelo vibra. Mis huesos vibran. La luz se mete en mis ojos, en la nariz, en la boca. Siento el sabor del metal y de la sangre, pero no estoy sangrando. Es el gusto de la magia vieja, la que se usó para construir este sistema que todos fingen legítimo y que nació de pactos como este.

Veo cosas. Muchas. Demasiadas.

Veo a Kram de niño, sentado en un aula, recitando frases sobre deber cívico que él mismo no cree. Veo a gobernantes anteriores firmando decretos que les repugnan, pero que sostienen su poder. Veo a mi madre llorando en una oficina sin ventanas. Veo a mi padre estrechando la mano del demonio por primera vez.Veo las siete Casas levantándose sobre barro, sangre y encuestas.

Y en medio de todo, una imagen se recorta nítida.

Un texto antiguo. No en papel. En piedra. La Profecía.

No la veo como metáfora. La leo.

“El Pivote será humano. No tendrá dones más allá del lenguaje y la voluntad. Su fuerza estará en la posición, no en la sangre. Si el Pivote es destruido sin enlace, la Nación se desangra entre sí. Si el Pivote es enlazado al Portador de la Brecha, el Abismo observará. Si el Portador actúa por hambre propia, devora al Pivote y al país. Si el Portador actúa por decisión consciente, la Bestia retrocede y las Casas se ven obligadas a elegir entre reformarse o caer.”

Eso dice.

Palabra por palabra.

No habla de mesías ni salvadores. No habla de santo alguno. Habla de un tipo cualquiera puesto en un lugar clave. Y de alguien como yo unida a él.

—Ahí lo tenés —susurra el demonio, satisfecho—. Desarmado el mito. No hay elegido sagrado. Hay una estructura imbécil que depende demasiado de un solo cargo.

La luz se contrae.

Vuelvo a la Cámara.

Kram también: está arrodillado, el pecho agitado, pero vivo.

—¿Estás… bien? —pregunto.

Me mira, confundido. No por la magia. Por lo que siente.

Y yo lo siento a él.

Su bronca. Su miedo. Su orgullo. Su impulso absurdo de tocarme para ver si sigo ahí.
Su pánico a hacerlo.



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En el texto hay: romance, terror, presidente

Editado: 23.12.2025

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