En la profundidad de la oscura noche, Andrea regresaba a la vieja casa de su madre. Hace algunos años ella había decidido viajar por el mundo, aunque por mucho tiempo lo único que anhelo su corazón fué sentir el calor del hogar, el amor de sus seres queridos... su tribu. Aquella casa era muy especial para ella, pues, aquel sitio había sido el hogar por generaciones de su familia materna, regresar a ese lugar, de alguna manera le traía paz a su alma, sin embargo, en el fondo de su corazón negro, sabía muy bien la oscuridad que se acercaba, una vieja amiga podría tocar de nuevo su puerta.
La tristeza, el miedo, la soledad... sensaciones que Andrea conocía a la perfección, emociones que inconscientemente buscaba a través de situaciones, eventos canonicos atraídos desde la oscuridad de su ser que serían reflejados con la gente que solia compartir un poco de su ser. Aquellos sentimientos le eran familiares, le recordaban su hogar.
-En la mesa está tu entrendía- Dijo la madre de Andrea.
-Gracias- Murmuro con voz baja Andrea.
Un té de frutos rojos frente a la ventana de la cocina, con una maravillosa vista a las montañas, cada sorbo de aquel elixir traía muchos recuerdos a la mente de Andrea, recuerdos oscuros que eran apaciguados con el verde de la naturaleza que podía contemplar sus ojos. Estar en casa de su madre, era calmar un poco las aguas en las que siempre transitaba ella, "como las aguas del mar, profundas, misteriosas y peligrosas".
Era la primer noche que iba a pasar en aquel lugar, al entrar a su antigua habitación, se dio cuenta de que cada cosa se encontraba en el mismo lugar de siempre, nada había cambiado, sus libros estaban en la biblioteca al lado de su cama, también estaba una muñeca que tenía desde sus 5 años de edad. Se tumbó en la cama y a causa del cansancio del viaje, cerró paulatinamente sus ojos.
Una calma tensa llenaba el ambiente. La habitación donde ella intentaba dormir empezaba a llenarse de una oscuridad que no venía de las sombras, sino de algo más antiguo y vivo Algo muy familiar.
Andrea sentía la presencia de un peligro invisible. Su pecho se apretaba y su respiración empezaba a fallar.
-Lo que me faltaba, otro molesto ataque de ansiedad- Pensó Andrea.
Tomó su celular con manos temblorosas para pedir ayuda, pero en un abrir y cerrar de ojos el cuarto se transformó.
Magicamente las paredes cambiaron. Al mover la cabeza de lado a lado, comprendió que ya no estaba en su habitación, sino en una casa pequeña y extraña, llena de personas con rostros conocidos pero con ojos completamente negros.
Entre esos rostros, se encontraba su querida madre, ella sonreía... demasiado. Algo en ella no era correcto.
-Carajo- Grito Andrea con desesperación, pues sabía que tendría que luchar de nuevo, si, luchar, pues aquella niña que le temia a las sombras ya no estaba en su hogar, ahora de ella emergía una luz que la podía salvar.
Cada espacio de esa nueva casa era aterrador, en las paredes habian manchas recientes de sangre, Andrea sentía que había algo más en ese lugar, algo que no podía percibir a simple vista pero si lo podía sentir.
Se escucharon pasos detrás de ella, vio a esa gente extraña correr hacia un tunel, parecía que estaban huyendo de algo, ella se estaba acercando muy despacio y de repente un gato blanco con una mancha naranja en su espalda se cruzó en su camino, se quedo viendola fijamente y se percató de que los ojos de aquel gato también se tornaron completamente negros. Una mirada casi demoniaca, notó una sensación de maldad de aquel pequeño ser.
-¿Michi endemoniado? Lo que me faltaba, a ti no te haré daño, tu pequeña alma está aprisionada- Dijo Andrea al gato.
Al mirarlo de cerca, sus ojos se tornaron negros como abismos. Y entonces Andrea lo entendió:
-Esto no es real. Estoy soñando, debo salir rápido de esta prision mental.- Dijo en su mente Andrea.
Su “madre” no era su madre. Era un demonio disfrazado. Un espejismo del amor que sentía en lo profundo de su corazón, un paralelo de su universo espiritual.
Andrea volvió su mirada buscando respuestas, pero aquella casa había desaparecido. Solo quedaba una blancura absoluta, como si el mundo se hubiera borrado. Aquella casa de sombras ya no estaba al alcance de su vista.
-¿Qué es esto?¿Tranquilidad?¿Incertidumbre? Hace unos años este momento me habría parecido algo mágico, un acercamiento a Dios... No! No debo dejarme llevar por esas falsas ideas abstractas del bien y el mal.-Dijo Andrea en voz alta.
-Dios te abandonó al nacer, pequeña criatura- Se escucho en el vacio de esa inmensidad.
Andrea intentó ver algo y no logró ver nada... dió tres pasos hacia atrás y regresó de nuevo al lugar en el que se había cruzado con el gato, ahí caminó desorientada hasta encontrar una puerta, era de aspecto moderno, estaba hecha de madera y vidrios, al otro lado de la puerta se veian siluetas de personas, por fin había encontrado la salida a esa pesadilla tan abrumadora.
Se acercó a la puerta, cuando la tocó, esta se convirtió muy rapidamente en una pared de ladrillos. Miró hacia atrás: otra pared. Estaba encerrada en un espacio que no existía. Aprisionada, con miedo entre paredes de ladrillos. Sus lágrimas empezaron a caer en su rostro, era consciente de todo lo que estaba pasando, aún así, no podía escapar de ese mundo.