La mañana en que decidieron emprender el viaje hacia Ravenswood, el sol apenas rompía el horizonte, lanzando sus primeros destellos sobre la niebla que abrazaba la tierra. Era una niebla diferente, más espesa y gris, como si estuviera llena de secretos. Julia condujo el viejo sedán que había heredado de su abuelo, un automóvil que chirriaba y temblaba en cada bache, pero que ofrecía una extraña calidez en su interior. A su lado, en el asiento del copiloto, estaba Mark, quien no podía contener su emoción.
“¡No puedo creer que finalmente lo hagamos!”, exclamó, su voz llena de entusiasmo como un niño antes de Navidad. Mark era el miembro más aventurero del grupo, el que siempre estaba buscando “la próxima gran historia”. No podía resistir un misterio, y lo había convencido a ella y a los demás de que la mansión en Ravenswood sería la oportunidad perfecta para un fin de semana inolvidable.
Detrás de ellos, en los asientos traseros, Diana y Tom intercambiaban miradas cómplices, uniendo sus fuerzas en un pacto silencioso. Diana era la voz de la razón, siempre dispuesta a poner en perspectiva las locuras de Mark. Su cabello castaño se despeinaba con el viento del auto, pero su mente estaba enfocada en las advertencias que había escuchado sobre la mansión. “¿No deberíamos haberlo pensado dos veces?”, murmuró, mientras se perdía en sus pensamientos.
“¿Qué podría salir mal?” respondió Tom, quien, con su risa despreocupada, buscaba el equilibrio entre la lógica de Diana y el entusiasmo de Mark. Era un tipo de actitud relajada que lo hacía querido por todos.
El camino hacia Ravenswood serpenteaba a través de un paisaje que parecía sacado de otra época. Las viejas carreteras estaban flanqueadas por árboles densos cuyas ramas se entrelazaban, formando un túnel verde que filtraba la luz del sol en patrones dappled. A medida que avanzaban, el mundo exterior se volvía más y más silente, como si la naturaleza estuviera presintiendo la llegada de los cuatro amigos. Las aves, que normalmente cantarían alegremente, parecían haber desaparecido, y la única compañía del automóvil era el sonido del motor.
“¿Sabías que la mansión está deshabitada desde hace décadas?”, dijo Julia, rompiendo el silencio tenso que se había asentado en el vehículo. Miró por la ventanilla con curiosidad, tratando de averiguar si las historias que había escuchado eran solo leyendas urbanas. “Se dice que los antiguos dueños desaparecieron sin dejar rastro. La gente del pueblo teme acercarse a ella.”
“Eso es lo que la hace aún más interesante”, interrumpió Mark, con una sonrisa que insinuaba su espíritu aventurero. “Imagina todas las historias que podríamos contar si nos adentramos en esa casa. ¿No te gustaría ser parte de algo grande?”
Julia, a pesar de sus dudas, sintió una chispa de emoción en el fondo de su corazón. Era común que los amigos fuesen en busca de aventuras, pero esta vez había algo diferente. Había una energía palpable en el aire que la hacía sentir viva, a pesar de que una sombra de inquietud la acechaba.
Una hora después, llegaron a las afueras de Ravenswood. Lo que antes había sido un pueblo próspero ahora parecía haber sido olvidado por el tiempo. Las calles estaban desiertas, y las casas, con sus ventanas cubiertas de polvo y sus puertas desgastadas, parecían observar desde la distancia, como las figuras sombrías de un pasado que mejor permanecería oculto. Los carteles de “Se Vende” estaban descoloridos, y los árboles en los jardines estaban cubiertos de maleza, como si la naturaleza hubiera decidido reclamar lo que una vez le perteneció.
“Esto es espeluznante”, murmuró Diana, apretando el borde de su abrigo. “¿Estás seguro de que deberíamos hacerlo?”
“¿Qué hay de malo en explorar un poco?”, contestó Mark, ansioso por llegar a la mansión y uno de sus antiguos secretos. Sin esperar una respuesta, comenzó a revisar la dirección en su teléfono. “La casa está justo en el centro, al norte de aquí.”
Con una última mirada a los rostros preocupantes de sus amigos, Julia giró la llave del encendido y continuó manejando. Curiosamente, no pasó mucho tiempo antes de que la carretera de cemento se convirtiera en un camino de grava, y el aire se volviera más frío, como si la temperatura hubiera bajado de repente. Un pequeño escalofrío recorrió la columna vertebral de Julia, pero lo desestimó: eran solo los nervios.
Finalmente, un terreno oscuro se extendió a su vista, donde la mansión se alzaba con una presencia ominosa. Era un edificio grande, de techos altos y ventanas oscurecidas, con gárgolas talladas en piedra que parecían mirar hacia el horizonte. Los arbustos estaban descontrolados, y las flores marchitas florecían tímidamente en los macizos. La primera impresión era de abandono, pero en el aire también había una indescriptible sensación de historia, como si las paredes hubieran sido testigos de eventos inenarrables.
“Es perfecta”, susurró Mark, casi como si fuera un rito de adoración. Los ojos de todos se posaron sobre la imponente estructura, atrapados por una mezcla de curiosidad y aprehensión. Era como si en su interior se ocultara un tesoro, un secreto que solo podía ser desbloqueado al cruzar su umbral.
“Sí, perfecta si te gusta el terror”, dijo Diana, su tono sarcástico intentando apaciguar un poco la tensión. Sin embargo, ni su comentario ni la risa de Tom pudieron mitigar el aire electrizante de anticipación que llenaba el ambiente.
Julia apagó el motor y se quedó mirando el edificio unos momentos más, la niebla comenzando a descender lentamente a su alrededor. “Bueno, ya estamos aquí. ¿Listos?”
Mark saltó del auto antes de que ella terminara de hablar. “¡Vamos! ¡No tengo todo el día!” gritó, comenzando a caminar hacia la portezuela principal, como un niño en busca de aventuras.
Tom y Diana, entre risas nerviosas, siguieron su ejemplo. Julia fue la última en salir, un nudo en su estómago que no parecía deshacerse. La puerta crujió profundamente cuando Mark la empujó, un sonido resonante que retumbó por los terrenos de la mansión y por las calles vacías de Ravenswood. Era un llamado a la aventura, y también un eco de todo lo que había quedado atrás.