El eco del canto espectral todavía resonaba en el aire, flotando como una neblina inquietante alrededor de los cuatro amigos. En sus rostros se dibujaban la confusión y la incertidumbre, mientras regresaban al vestíbulo, donde las sombras se agrupaban en los rincones, esperando a ser nombradas. La tenebrosa experiencia del encuentro les había dejado una marca indeleble; el momento se sentía suspendido, completamente ajeno al tiempo que mes tras mes se había arrastrado hacia atrás.
Mark fue el primero en hablar, su voz algo más ronca que antes. “No podemos quedarnos aquí. Necesitamos un plan. Debemos averiguar qué está pasando.” Pero incluso en su determinación, había un tinte de temor, como si cada palabra que pronunció fuera una invitación a la casa para manifestar aún más su misterio.
“Creo que deberíamos buscar algo que nos ayude a entender lo que está sucediendo. Hay que encontrar respuestas antes de empezar a correr,” sugirió Tom, intentando suavizar la tensión que se había acumulado entre ellos. Las puertas y ventanas del vestíbulo parecían cerrarse, como si la mansión estuviera tomando nota de su conversación, observando sus movimientos con un aire de paternalismo malévolo.
Diana miró en dirección al pasillo oscuro donde desapareció Mark poco antes. “¿Qué hay de ese diario que encontramos?” preguntó. “Puede que nos diga algo sobre lo que acaba de suceder.”
“Mejórate el diario”, repitió Tom, recordando la sensación escalofriante que había sentido al leer las primeras páginas. “Era… perturbador. Pero quizás haya algo más que se nos ha escapado.”
Julia, que había permanecido en silencio desde su regreso, también sintió el peso de la decisión que debían tomar. “Nunca debimos entrar aquí. La mansión no quiere que estemos aquí,” dijo, con un tono de voz tembloroso pero firme. “Pero ahora estamos dentro, y tiene razón, necesitamos respuestas. Voy a buscar ese diario.”
El grupo acordó sus posiciones. Mark y Tom se quedaría cuidando sus espaldas en el vestíbulo, mientras Julia y Diana regresaban a la habitación del estudio donde había estado el baúl. Las paredes parecían encogerse a medida que se aproximaban, como el abrazo de una madre protector pero amenazante, y el sonido de los pasos resonaba con un eco de despedida.
Al llegar, el estudio estaba tan reservado y polvoriento como la última vez que lo vieron. Las estanterías aún estaban llenas de esos libros que se sentían más como reliquias olvidadas que como información útil. Julia se dirigió rápidamente hacia la pila donde había encontrado el diario, mientras Diana la seguía con la mirada, observando cada movimiento de su amiga.
Cuando Julia finalmente localizó el diario, su corazón dio un vuelco. Estaba apoyado contra la pared, casi como si esperara su llegada. Con manos temblorosas, lo recogió, notando cómo el polvo se aglomeraba en sus dedos. Había un aire de reverencia en la acción, como si estuviera a punto de desvelar un secreto que había estado esfumándose por el tiempo.
Las páginas estaban llenas de garabatos casi ilegibles y dibujos angustiosos, y cada una de sus palabras parecía impregnada con el aire de misterio que envolvía la casa. Julia miró a Diana, buscando una impresión de su amiga sobre lo que contenía el diario. “No sé si quiero leerlo aquí,” dijo, preocupada por el contenido, la posibilidad de que el diario fuera más que una simple recopilación de palabras.
“Puede que no tengamos opción,” respondió Diana, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. “Si algo oscuro nos persigue, necesitamos saber qué es. Este lugar puede estar vivo de alguna manera.”
Julia asintió y, tras un profundo aliento, abrió el diario viejo. Las hojas crujían mientras las pasaba con cuidado, escaneando los escritos en busca de respuestas. Las palabras parecían cobrirse de un velo de locura, pero a medida que le daba un vistazo más detallado, se detuvo en una entrada que captó su atención.
“El día que llegamos a Ravenswood. La noche se cernía pesada alrededor de la mansión, como si la casa estuviera inhalando la oscuridad. Existe un poder aquí que no comprendo completamente, pero los ecos del pasado resuenan y se manifiestan en lo efímero. Aquí hay voces que una vez fueron, y sombras que nunca se irán. Hoy vi un niño. Su mirada era la desesperación misma.”
Al pronunciar las palabras en voz alta, oyó cómo el eco se desvanecía. Sus ojos se abrieron con creciente inquietud al leer sobre la interacción del diario con el mismo niño al que habían encontrado momentos antes. “Esto… esto es una advertencia,” dijo, dejando el diario sobre la mesa. El aire se sentía más pesado, como si se avecinara una tormenta, y las ventanas ronroneaban, como si una ligera brisa intentara infiltrarse.
Diana, que había estado observando el diario, hizo un gesto. “Mira, sigue. Hay más.” Sus dedos seguían el camino de las palabras mientras leía la siguiente entrada. “El lamento del niño se fusiona con el canto de los ancestros, llamando a quienes alguna vez recorrieron estos pasillos. La noche es un umbral donde los vivos y los muertos se entrelazan. La casa muestra lo que uno trae consigo. Hay que enfrentarse a la oscuridad, o será demasiado tarde.”
Julia sintió que una sombra densa se allanaba ante ellas. “¿Acaso está hablando de nosotros? ¿De lo que hemos traído aquí?”
“No puedo decirlo, pero hay algo inquietante en sus advertencias. ¿Cree que lo que está escrito podría ser real?” comentó Diana, sus ojos inquietos indagando el espacio alrededor de ellas, buscando una respuesta en los rincones oscuros.
Hacia la parte final del diario, Julia vio un diagrama, un boceto mal hecho de la mansión en la que estaban ahora. Un círculo en el centro parecía marcar un punto, y alrededor de él estaban los espacios de cada habitación, conectados por líneas oscuras. “Esto… parece un mapa,” exclamó, pero sus pensamientos se interrumpieron. “¿Qué piensa que significa?”
“El centro es donde ocurren las cosas,” respondió Diana, observando animadamente. “¿Y si el niño está tratando de guiarnos a ese lugar? Puede que el diagrama revele algo crítico para nuestra comprensión de la casa, o incluso puede decirnos cómo salir de aquí.”