La Casa de los Girasoles

3

 

¿Quién era ella? ¿De dónde era ella? ¿Qué era ella? Esa última pregunta no tenía sentido y aun así Arturo se la hizo porque si le hubieran dicho que era un ángel o un ser de un mundo especial, se lo hubiera creído.

            No sabía que era lo que estaba sintiendo y si se hubiera detenido a reflexionar hasta hubiera pensado que se estaba enfermando, pues en unos segundos le subió la temperatura del cuerpo y se sintió mareado. Pero era un mareo agradable, como cuando… cuando… la verdad es que no tenía con que compararlo.

            El punto es que, de pie en el lobby, no podía dejar de observar a aquella niña. La niña más linda del mundo. Un poco más baja que él, de cabello negro, liso y un largo infinito. Unos ojos grandes y castaños. Una carita tallada por un artista.

Efectivamente, la niña más linda del mundo.

            Ella estaba con una señora, que debía ser su madre, y unas maletas, por lo que probablemente venían a hospedarse. Arturo sintió ese aguijonazo de rencor hacia su familia. En otra vida, en otro presente, quizá podría acercarse y hablarle, podría conocerla. Ser su amigo. Pero la soledad era el privilegio que venía implícito al ser un Hermano del Girasol.

            Esa niña sería otra persona más que vendría de paso para luego marcharse a una vida inalcanzable para él.

            O quizá no.

            Del ascensor salió la señora Laura, una de las reclutadoras, y se abrazó con la mamá de la niña.

            Eso les dio un subidón a las esperanzas de Arturo.

            Quizá no venían solo de paso…

            Quizá.

            La niña y las dos mujeres se subieron al elevador

            Arturo salió corriendo directo a las escaleras y empezó a subir los escalones saltándolos de dos en dos. Si no eran simples visitantes, entonces irían a…

            Llegó al primer piso, abrió la puerta y salió al pasillo con el corazón desbocado y jadeando del cansancio. No recordaba la última vez que había corrido tanto.

            Sosteniéndose de la pared, escuchó lo que quería: el ascensor deteniéndose en ese piso.

            Se formó una sonrisa en sus labios.

            Tratando de controlar la respiración, las vio salir del elevador. La niña iba detrás de las mujeres rodando su pequeña maletita. Miraba a los lados con expresión confundida. Arturo se preguntó de dónde venía.

            En ese momento entendió que aquella niña tenía un pasado, tenía una vida, probablemente muy distinta a la suya y ahora se estaba convirtiendo en una Hermana del Girasol. Ese pensamiento fue una chispa que pudo encender toda una hoguera de reflexiones en su cabeza, partiendo por la palabra “reclutadores”, pero en honor a la verdad, estaba demasiado concentrado en ver a las recién llegadas como para que esa chispa se convirtiera en nada.

            Las llevaron hasta una de las habitaciones del Hotel, y después de una plática de algunos minutos, madre e hija entraron al cuarto.

            Arturo estaba feliz.

            No eran simple visitantes.

            El cuarto que le habían concedido era uno para nuevos integrantes. El hotel estaba dividido en una jerarquía piramidal. Entre más tiempo llevabas en la familia y mejor te portabas, más arriba subías en la escala, lo cual se reflejaba literalmente subiendo un piso del edificio. Los apartamentos iban mejorando entre más arribas estaban y conseguirlos no era nada fácil. Requería paciencia, compromiso y dedicación. Demostrar ser de verdad un Hermano del Girasol.

            Arturo, cuya vida entera había sido dentro de la familia, vivía en el noveno piso del edificio. Por encima de ellos solo estaban donde se residencian los que se ocupan de los asuntos administrativos de la familia; el treceavo, donde residen los Ancianos, los miembros más viejos y sabios; y finalmente el catorceavo, donde vivía su Gran Líder, quien por ser quien es merece un piso entero para él.

            A la niña y a su madre las habían colocado en uno de los apartamentos estándares del primer piso, el escalón más bajo. Y es que según le había enseñado a Arturo su padre, en la Casa de los Girasoles no hay favoritismos; todos debemos empezar desde cero.

            A Arturo le daba igual si ellas estaban por encima o por debajo de él.

            Lo importante es que se unirían a ellos.

            Serían miembros de la Casa de los Girasoles.

 

            Esa noche no durmió de la emoción.

            Había visto personas nuevas llegar, pero en su mayoría eran hombres y mujeres solitarios en estados deplorables que venían con aura de desesperados. A la mayoría de ellos Arturo prefería evitarlos. Vagaban por los pasillos observando sus alrededores como si fuesen un laberinto. O expresaban una emoción acelerada entregándose con llantos a los eventos familiares.

            Algunos no se quedaban en el hotel y eran transferidos a otros sitios, “más apropiados”, según le había dicho a su madre.



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En el texto hay: amor adolescente, sectas, problemasfamilres

Editado: 19.04.2023

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