La Casa de los Girasoles

5

Arturo se paró frente al espejo y no le gustó lo que vio. Un niño pequeño, paliducho, delgado, con dos estúpidos brazos colgando como estúpidas lombrices desde sus estúpidos hombros. Un cabello azabache imposible de peinar sobre una cabeza de barbilla puntiaguda, con unos lentes rectangulares que le daban a su cara aspecto de insecto malformado.

            Como vestimenta, unos pantalones cortos y una franela de rayas.

            Se veía patético, ¿no?

            Intentó probar con otra ropa, otro porte, otros gestos, pero seguía siendo el mismo Arturo.

            Sus padres, divertidos, lo veían desde el pasillo preguntándose qué bicho le había picado a su hijo, al que nunca habían atrapado arreglándose tanto; mucho menos un domingo por la mañana. A su madre, de hecho, no se le había escapado el detalle de que su pequeño veía demasiado a esa nueva niña de la Familia, y ahora, entre preocupada y animada, le causaba gracia el efecto que la chica había causado.

            Después de comprobar que su quinto pantalón lucía tan mal como el anterior, Arturo se rindió y decidió que era mejor ignorar el tema.

            Lo importante era no volver a meter la pata con la boca.

            Había pasado la noche repasando todas y cada una de sus cagadas del día anterior. Cuando no supo que decir, cuando repitió el “Hola” quinientas veces, cuando se delató el espionaje. En la tranquilidad de su habitación se le ocurrieron miles de frases super interesantes y divertidas que podría haber dicho. Oraciones ocurrentes de una brillantez insuperable, denotando todo su ingenio, astucia y carisma.

            Eso no podía volver a ocurrir.

            No sabía que estaba haciendo ni porqué. No sabía que sentía. Normalmente un domingo en la mañana después de desayunar era la hora perfecta para recostarse y volverse a dormir aprovechando el frío restante del amanecer. Ahora en vez de eso prefería irse temprano para encontrase con Lilia. Una locura, francamente. Pero sinceramente eso es lo que quería, aunque no comprendiera las razones. Se estaba guiando puramente por instinto.

            Insatisfecho con su apariencia, pero resignado sin más, se dirigió a la puerta, aunque antes de llegar a salir, la voz de su padre lo paralizó.

            —¿Vas a algún lado, galán?

            Arturo se quedó sosteniendo el pomo sintiendo como la temperatura de su cara volvía a elevarse.

            Se giró haciendo un esfuerzo sobrehumano por aparentar normalidad.

            —Voy a salir a jugar —respondió.

            —¿Con quién? —contraatacó su madre, que venía saliendo de la cocina.

            Ambos padres lo veían con sonrisas de oreja a oreja.

            Arturo comenzó a sudar.

            —Eh… Eh…

            —Vas muy arreglado —dijo su padre.

            —Te ves muy guapo —agregó su madre.

            Arturo deseo ser invisible.

            —¿Quieres que te acompañemos? —preguntó su papá poniéndose de pie desde la silla donde estaba.

            —¡No! —gritó Arturo.

            —¿No?          

            —No, es que yo… eh…

            —¿Quedaste en jugar con la niña nueva? —le interrogó su mamá.

            Arturo afirmó con la cabeza sin dejar de mirar al suelo.

            —Salúdala de nuestra parte, hazla sentir bienvenida.

            —S-sí

            Y cuando por fin estaba por irse, su padre añadió.

            —Oye, muchacho —Arturo se volteó a verlo—, es muy linda, ¿verdad?

            El chico cerró de un portazo.

            Cinco minutos después estaba en el lobby buscando a Lilia con la mirada. No se le veía por ningún lado. Ya estaba dos minutos retrasada y eso en tiempos de niño es una eternidad. Lo suficiente para comenzar a pensar que ella no vendría y que su amabilidad era simplemente una actitud fingida para deshacerse de él.

            Porque claro, que fueran Hermanos de los Girasoles no los hacía amigos, ¿verdad?

            Arturo tonto.

            Pero ya va, antes de que el pánico le embargara, pues ella ya llevaba la increíble cantidad de diez minutos de retraso, se le ocurrió una idea.

            Caminó atravesando un pasillo conectado al lobby hasta la puerta que daba al comedor.

            Ahí la vio.

            Estaba sentada con su madre en una de las mesas comiendo de una bandeja.

            Ellos habían dicho que se encontrarían después del desayuno, así que sí ella seguía comiendo, técnicamente aún no lo había dejado plantado, ¿verdad? Sí, eso era.

            Como para calmar sus ansias, Lilia lo vio desde su asiento y lo saludó con la mano, agregando un gesto de que la esperara. Él le devolvió el saludo pensando que el movimiento de su muñeca era estúpido, así que lo detuvo y se fue al pasillo a esperarla. Ella apareció con su madre unos minutos después.



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En el texto hay: amor adolescente, sectas, problemasfamilres

Editado: 19.04.2023

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