En un pueblo rodeado de niebla y árboles que parecían esqueletos, llegó “El Circo de las Sombras”, una caravana de artistas y atracciones que recorría los pueblos en temporada de Halloween. Siendo su atracción principal “La Casa de los Monstruos”, una construcción tenebrosa que prometía una experiencia aterradora.
Cinco adolescentes, conocidos por su valentía y escepticismo, decidieron visitar la casa haciendo una apuesta para ver quien lograba salir primero. Ya que no creían en la maldición que se decía que pesaba sobre la casa.
La noche de Halloween, el grupo de amigos decidió reunirse para entrar en dicha atracción, con la esperanza de darle algo de “Sabor a miedo” a sus vidas. Asistieron juntos a la función del circo y deambularon por la zona, que resultaba ser mucho más grande de lo esperado, hasta que encontraron la joya de la corona. Bastante apartada de todo al parecer, una casa antigua con apariencia abandonada, algunas ventanas rotas y una puerta con aspecto de boca lista para comerse a sus víctimas, fue lo que encontraron. Incluido por supuesto, un letrero enorme sobre la parte alta de la casucha que rezaba en letras grotescas “La Casa de los Monstruos”
El interior se encontraba por lo que podían notar desde fuera, precariamente iluminado, por lo que no podían hacerse una idea de lo que encontrarían adentro, no habían antorchas o velas que pudieran ayudarles a mejorar el panorama. Solo la luz de la luna llena iluminaba la escena, creando sombras inquietantes a su alrededor, con árboles que parecían tener partes de esqueletos.
Bastó solo que dieran un paso al frente con la intención de entrar, para que el portero les advirtiera antes de dejarlos pasar. Apareciendo, a parecer del grupo, de la misma nada. Cuando miraron en dirección de donde venía la extraña voz, pudieron observar a un hombre de aspecto algo siniestro, demasiado delgado para ser sano. Un cigarrillo descansando en sus delgados labios y lo que parecía ser una botella de licor en su mano izquierda, con apariencia de haber saqueado una tumba sin remordimientos, ropa desalineada lo que parecía un viejo traje de tres piezas prácticamente hecho jirones.
Su impresionante presencia los dejó clavados en el suelo el tiempo suficiente para acercarse a ellos.
—¡Pero miren que tenemos aquí! —soltó con picardía rodeando al grupo— Carne fresca —susurró en el oído de la única chica en el grupo.
Causando que temblara por lo escalofriante que le resultó su cercanía.
—¿Quién eres tú? —preguntó un valiente.
—El portero, claro está —respondió sin más.
—Pues véndenos cinco entradas, queremos entrar…
—¡Quieren entrar! —soltó una carcajada digna de un completo lunático. —entonces los dejaré pasar.
—Eso intento decirt…
—¡Pero! —lo interrumpió— Primero debo advertirles —murmuró— “La Casa de los Monstruos” no es para cobardes. Los que entran ahí deben ser realmente valientes e inteligentes para poder salir.
—No sabíamos que nos contarían el tiempo…
—¡Oh no! —volvió a interrumpir el portero— Nadie contará el tiempo. No me interesa contar los minutos que les tomará orinarse en los pantalones —les dedicó una sonrisa retorcida— Nadie cuenta el tiempo, pero la casa lo sabe. Seguro conocen la leyenda —murmura de forma intrigosa—En vísperas de Halloween despierta la maldición que encierra la casa, todo aquel que acepte el reto de entrar, deberá asegurarse de salir antes de que amanezca… o no podrá salir jamás. Su alma le pertenecerá. —hace un ademan exagerado señalando la casa.
Observó atentamente las expresiones de aquellos chicos, y de inmediato supo que aquella, sería una noche divertida.
—Si están dispuestos a entrar, deben saber que nada, ni nadie podrá ayudarlos…
Con un gesto colectivo y una sonrisa llena de ambición, el portero vio moverse al grupo con el deseo interno de que ninguno lograra salir.
Carlos, Alex, Sofía, Milo y Jack, entraron en “La Casa de los Monstruos” con una mezcla de emoción y algo de miedo colándose por sus sistemas, aunque jamás lo dirían en voz alta. La puerta se cerró detrás de ellos y se encontraron con un laberinto de pasillos oscuros y habitaciones llenas de terroríficas criaturas, o al menos eso se imaginaban por los espeluznantes sonidos que emanaban de dichos cuartos. Lo cierto es que lo que parecía ser música proveniente de alguna especie de piano demasiado viejo y mal afinado que parecía flotar en el ambiente por toda la casa, no ayudaba en nada.
La casa definitivamente debía tener una especie de tuco, tomando en cuenta que lucía pequeña por fuera, pero el interior parecía tan amplio como una de las mansiones que en ocasiones veían por la televisión. La noche ahora comenzaba a parecer más eterna de lo esperado, y la ansiedad crecía.
Sobre todo, cuando decidieron separarse.
—¡Vamos! ¡No tenemos todo el día! —gritó Alex. Causando que la piel de todos se erizara en el trayecto. Aún sin mucho ánimo se separaron, y cada uno tomó un camino diferente.
Carlos llegó a una habitación llena de espejos, nada parecía fuera de lo normal, a decir verdad. Hasta que la puerta se cerró de forma brusca a sus espaldas, llevándose de alguna forma la música que hasta hace dos segundos le estaba calando los huesos de forma extraña. La habitación lucía como cualquier cuarto de los espejos que haya visitado antes.