La Casa de los Susurros

Capítulo 9: Atrapados por la Casa

El aire estaba cargado de humedad y miedo. La mansión parecía haber cambiado desde la noche anterior. Los pasillos ya no seguían ninguna lógica: las puertas se cerraban solas, los ventanales desaparecían y los corredores que antes habían recorrido se alargaban o se torcían de forma imposible.

—Esto no puede ser real —murmuró Diego, con la respiración agitada—. La casa… nos está encerrando.

Sofía sostuvo la mano de Valeria, temblando.

—Lo está haciendo. La casa quiere que estemos solos, separados… y nos observa.

Cada paso que daban hacía que los pisos crujieran como si alguien caminara detrás de ellos. Las sombras se movían de manera independiente, alargándose y acortándose, formando figuras humanas que se acercaban y retrocedían al mismo tiempo.

—¡No se muevan! —gritó Valeria cuando una de las sombras tomó la forma de Camila, con sus zapatos aún polvorientos en el suelo—. ¡No podemos perder la cabeza!

La figura de Camila se detuvo a un metro de ellos. Sus ojos eran vacíos, sin vida, y sus labios se movían formando palabras que nadie podía comprender. Cada vez que intentaban acercarse, la sombra se desvanecía y aparecía en otra parte del pasillo.

Martín respiraba con dificultad.

—Esto… esto no puede estar pasando… —dijo, mientras su propia sombra se deformaba sobre la pared, alargando brazos que parecían querer atraparlo.

De repente, del piso superior bajó un sonido metálico, como cadenas arrastrándose. Una sombra enorme emergió de la oscuridad: tenía forma humana, pero sus extremidades eran imposibles, retorcidas en ángulos antinaturales. Susurros incomprensibles llenaron el aire, repitiendo los nombres de cada uno de ellos, mezclados con gritos de agonía de alguien que había desaparecido.

—¡Corred! —gritó Valeria, y el grupo comenzó a avanzar a ciegas por los pasillos que cambiaban constantemente. Cada giro los llevaba a un lugar que no reconocían; puertas que antes estaban abiertas ahora daban a muros sólidos.

Diego tropezó con algo y cayó de rodillas. Al iluminar con su linterna, vio una figura más pequeña, cubierta de sombras, que se retorcía y emitía un chillido desgarrador.

—¡No puedo más! —gritó—. ¡Está viva!

Sofía gritó cuando otra sombra se proyectó frente a ella, formando el rostro de Julián, con los ojos completamente negros. La voz de la figura imitaba a Julián, pero distorsionada, cantando y llorando al mismo tiempo.

—¡No es real! —gritó Valeria, intentando mantenerlos unidos—. Solo tenemos que mantenernos juntos.

Pero la mansión no les dio tregua. Las paredes comenzaron a cerrarse, los pasillos a encogerse, y el suelo temblaba bajo sus pies. Una corriente de aire helado los empujaba hacia adelante, como si la casa los estuviera obligando a avanzar hacia lo desconocido.

Martín trató de levantar un cuadro para bloquear la sombra que lo perseguía, pero este se deshizo en polvo, como si nunca hubiera existido. Cada objeto que intentaban usar para protegerse desaparecía o se volvía en su contra: sillas que caían sobre ellos, lámparas que se apagaban, puertas que se cerraban justo cuando intentaban salir.

Valeria sintió que el miedo intentaba devorar su mente. Cada susurro, cada sombra, cada reflejo los confundía y agotaba. Era imposible distinguir entre lo real y lo que la mansión inventaba para torturarlos.

—Tenemos que… seguir —jadeó Valeria—. No podemos detenernos.

Una sombra más apareció de repente, arrastrándose por el suelo como un río negro. Se dirigía directamente hacia Sofía, quien gritó mientras intentaba retroceder, chocando con las paredes que parecían moverse a voluntad de la casa.

En un último esfuerzo, Valeria tomó la mano de Sofía y la arrastró consigo. Corrían, tropezando con sombras que imitaban a los desaparecidos, con voces que los llamaban, mientras el aire se volvía más pesado y la luz de la linterna comenzaba a parpadear.

El grupo estaba atrapado, aislado, y la mansión los miraba con satisfacción. Cada sombra, cada reflejo, cada crujido les recordaba que no había escapatoria fácil. La casa no solo quería atraparlos: quería quebrarlos.

La noche continuaba, interminable y llena de horrores. Cada paso que daban era un juego macabro de la mansión, y todos sabían que lo peor estaba por llegar: la casa no descansaría hasta haber reclamado todo lo que deseaba.




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