Meses después, en una página olvidada de anuncios inmobiliarios, apareció una fotografía: la vieja mansión victoriana, rodeada de niebla, con un letrero nuevo en la entrada.
“Se vende. Propiedad histórica. Precio accesible.”
Ninguna mención de los anteriores dueños. Ningún registro de los desaparecidos. Solo una breve descripción de “encanto clásico” y “gran potencial para restauración”.
Sofía, sentada en la cama de un pequeño departamento alquilado en otra ciudad, encontró el anuncio por casualidad. Sintió cómo la sangre se le helaba en las venas. No era un recuerdo, ni una pesadilla: era real.
La mansión esperaba.
Y Sofía entendió que, tarde o temprano, alguien más cruzaría esas puertas.
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Editado: 18.09.2025