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Una pequeña familia sale de viaje a las afueras de la ciudad. Sara, con el pretexto de conocer a su suegro, planificó una visita para celebrar su cumpleaños.
Su suegro es un famoso cirujano del país. Vive solo y aislado en una gran mansión. Cuando Sara llegó, el doctor no estaba.
Hace unos meses Sara se volvió a casar, siendo así su tercer matrimonio y con una hija de cuatro años encontró la felicidad junto a su amado Héctor.
Héctor, acomodó su equipaje en una de las habitaciones principales de la casa. Tal como Sara lo imaginaba; muebles lujosos, piso de mármol cubiertos con una alfombra tan suave que podía dormir en ella, cuadros extravagantes y, por sorpresa su hija había tomado algo que no se imaginaria encontrar.
—¡Mami mira!—dijo la infante.
—¡Alice!, ¿que tienes ahí?
Se trataba de una hermosa muñeca. Alice, la había visto en una de las tantas sillas del vestíbulo, la tomó y se la llevo hasta la habitación donde se encontraba su madre.
—¿De dónde sacaste la muñeca?
Alice señala tímidamente cabizbaja hacia las escaleras.
—Alice, eso es de tu abuelo—replicó Héctor al ver que la niña se aferraba a la muñeca—. ¡Dámela! La pondré en su lugar antes que llegue mi padre.
—Si la niña tomó esa muñeca en especial, significa que he hecho un buen trabajo—se expresó una voz masculina.
Los ojos de Sara se abrieron de par en par. Héctor volteó a mirar. Era el doctor Frederick Jones. Un hombre alto, esbelto, de tez pálida, vestido con una camisa tan blanca como él, corbata roja carmesí, pantalones ajustados y cubierto con una bata de médico blanca y en su bolsillo se veía la montura de unos lentes elegantes.
—Sr.Jo-nes… lo siento—tartamudeó Sara.
Sin embargo Frederick ignoró a Sara y se dirigió especialmente hacia la niña. Se inclinó hasta su altura. Y una suave caricia hacia sus mejillas permitieron robarle una de sus lágrimas.
—Esa muñeca, le perteneció a mí difunta esposa—dijo en tono suave—. Margott, adoraba esa muñeca…—deja caer un suspiro y prosigue—, ¿Alice, no‽
La niña asiente la cabeza con timidez. Frederick con un ligero movimiento eleva la barbilla de la pequeña y la mira directos a sus ojos.
—Tienes unos ojos muy hermosos pequeña Alice—sussuró—. Bien, permitiré que juegues con ella, por ahora, cuídala bien.
La cara de felicidad de la pequeña se iluminó tanto que empezó a corretear por toda la habitación con su nuevo juguete.
Héctor, intenta disculparse pero su padre lo para en seco y dirigiéndoles una sonrisa a ambos los invita a tomar el té.
Sara nerviosa ante la presencia de su suegro, no le salían palabras de conversación. En la sala donde estaban reunidos tenia una hermosa decoración al estilo inglés, excepto por un detalle; las muñecas de porcelana exageraban en tamaño y formas en todos los rincones del lugar.
La morena sintió escalofríos, toda su piel se erizaba tanto con solo mirarlas a los ojos.
—¿Son hermosas verdad?
Sara despertó de su trance.
—Tengo un pasatiempo—lo dice entre risas—,mi esposa, era una amante de las muñecas. Cada vez que salíamos, ella por impulso traía una a la casa. Decía que eran sus hijas.
—¿Hijas?—logró preguntar.
—Si, mi esposa añoraba con tener una hija. Cómo sabrá señorita Sara, solo pudimos concebir a Héctor y lamentablemente mi querida Margott falleció antes que pudiera conocerlo.
Hizo una pausa, bebió un sorbo de su té, colocó la taza en la mesita y se disculpó por no haberles dado la bienvenida.
Mas tarde por la noche, Sara, fue acostar a su hija en la habitación de a lado, para su sorpresa las lámparas de mesa tenían una figurita al igual que las muñecas de la sala. Evitó mirarlas, le dio las buenas noches a su pequeña y se marchó.
Al día siguiente, Héctor le muestra a su esposa la biblioteca de la casa.
Sara es una joven periodista de la revista de salud más codiciada en el país, ella es además, una amante de la literatura y lo que más le fascinaba eran los libros de historia, fábulas y el romanticismo.
El rubicundo le mostró sección por sección de cada cubículo; todas clasificadas según su género y también le advirtió que la sección T estaba prohibida. Ya que en ella estaba los libros privados de su padre y que nadie podía tocar.
Sara, le prometió a su esposo que no lo haría y se marchó.
Pasaron las horas, la morena se había distraído tanto entre sus páginas que había olvidado la noción del tiempo pero había algo que le intrigaba.
El doctor Frederick Jones evitaba las reuniones con la prensa y de cualquier medio de comunicación, cosa que ella le intrigaba por desvelar el misterio que envolvía a este ser con facultades médicas nunca antes vistas.
Sara anhelaba conseguir una entrevista sin que él y su esposo se dieran cuenta.
Insaciable el hormigueo por saber más sobre el doctor se armó de valía y se puso en acción. Sin que nadie la viera, le metió seguro a la puerta y se dirigió hasta la sección T.
Una vez llegado ojeó muy superficialmente los tomos de los libros que estaban en la repisa. Infinidades de temas pudo encontrar; biología animal y humana, momificación en el antiguo Egipto, embalsamiento; historia, teoría y práctica, medicinas ancestrales, psicología, taxidermia, antropología y rituales de muerte….
Sara no podía imaginarse que el señor Jones le gustaría ese tipo de lecturas. Quizás esa sea la razón de su comportamiento introvertido hacia los demás, aunque no se niega las habilidades que posee en la medicina actual y el talento para realizar cirugías dificilísimas que nadie se atrevería profesionalmente en realizarlas.
No serviría de mucho el tomar uno de esos libros y leerlos por qué no tenían el mismo significado para ella o talvez no lograría comprender la complejidad de dichos libros. Aunque no lo daba del todo por perdido, Sara sale de la biblioteca en busca de más pistas. En busca de la verdad.
Por otro lado una sombra asechaba oculta a su nuevo objetivo, el reflejo de sus catalejos seguían el rastro con discreción.
Alice, la pequeña hija de Sara, se encontraba correteando de un lado a otro en el jardín con la muñeca que gentilmente el señor Jones le prestó.
—¡Lili, mira una rana!—señaló entusiasta la niña pero sus ojos se asombraron aun más cuando vio una piedrita de color azul.
Curiosa la infante no dudó en averiguar lo que era. Lo tomó y se lo llevó a la boca. Tenía un sabor dulzón y era suave para sus dientecitos. Vorazmente la niña comió otro dulcecito que se encontraba cerca, otro y otro más y así iba la niña comiendo y andando sin conocer hasta donde llegaría a terminar sus caramelos.
Sara quién se encontraba de averiguadora por la casa se topó con una pintura un tanto peculiar. La observó con atención, le parecía conocida o al menos eso creía. La pintura trataba de una hermosa niña entrado en la pubertad, ojos grandes, con un brillo intenso en su mirada, con la expresión fría, no podía dejar de admirar pero había algo que la cautivaba y ella no sabía el porqué.
Contra tiempo suena las campanas del reloj principal de la mansión. Sara, estaba atrasada. Debía de hacer y decorar unos ricos postres ingleses para celebrar el cumpleaños de su suegro. La hora se acerca.
Alice por su parte ya no encontraba más caramelos raros en el jardín Sus párpados se hacían pesados con cada pasito que daba y sin darse cuenta había dejado botada aquella muñeca que traía con recelo. La pequeña cae de rodillas y se queda dormida.
El asechador esperó este momento para cazar a su víctima. No podía demorar más, tomó entre sus brazos a la pequeña y la cubrió con un manto.
El frío se hacía presencia en la habitación blanca. Colocó a la paciente en la camilla y la acomodó de forma que impidiera algún movimiento. Con la mesa de mayo ya preparada y equipada, el doctor procede a dar la orden de administrar el fármaco. El líquido vertido vía venosa pasa lentamente hacia la paciente y sus signos vitales decayeron.
A continuación luego de confirmar la muerte, se procedía a lavar el cuerpo para eliminar todo rastro de suciedad, luego se escuchaba el estruendoso sonido de una bomba aspiradora en la que la sangre corría a gran velocidad. Al culminar se introduce un conjunto de conservantes que evitarían la descomposición del cuerpo.
Al terminar la fase uno el doctor se colocó sus guantes, tomó el bisturí y corta poco a poco el tejido cutáneo de forma tan perfecta que separa la piel en segmentos para luego darle la forma y el aspecto que el deseaba.
—¡Ya es tarde!—se alarmó Sara al ver que el reloj marcaba las 4:00pm.
A toda prisa, la morena organiza como puede la mesa de té y en esas una taza de porcelana se cae al suelo rompiéndose en pedazos. En el intento de coger los trozos, Sara se corta la mano, una herida no tan profunda se hace notar en su palma y al no tener con que cubrirla, ella hace presión para evitar que la sangre cayera al suelo.
Va de regreso hacia la cocina y sin querer sus ojos chocan la mirada de alguien.
La muñeca que tenía la pequeña Alice estaba devuelta en su sitio.
—¡Alice!—gritó ahogadamente la morena.
Sara entró en pánico. Una fuerte corazonada le estranguló la respiración. No sabía dónde estaba su hija.
Sara entró en agonía, no pudo soportarlo mas. Culpó a Héctor de su irresponsabilidad. Insultó a los policías de ineptos y corruptos. Sus instintos maternales sabían que ella no fue muy lejos, sabían que ella se escondía en un lugar de la casa de su suegro y aún podía escuchar su vocecita entre los jardines. Entre la desesperación y la incertidumbre, Sara quería recuperar a su dulce hija y su búsqueda nunca terminó.
Cómo todo un artista con su obra de arte; se vanagloriaba de su nueva colección. Justo a tiempo había llegado un hermoso vestido a la medida y accesorios a juego. La vistió, le arregló sus cabellos con un tocado tan delicado como ella.
Sus mejillas aún sonrosadas resaltaban esa inocente y bella mirada que traía cuando estuvo con vida. La tomó con cuidado y la trasladó a un sitio especial. Ahora la pequeña Alice no estaba sola, tendría una nueva mamá y hermanas que la acompañarían y jugarían con ella.
Se dice de los viajeros que si pasas cerca de la gran casa de muñecas y al cierrar tus ojos y te concentras, podrás escuchar las voces de las niñas jugueteando en el jardín, otros dicen que por las noches se oyen llantos de una madre desesperada.