La casa del agua

Capítulo 1

El goteo, un tictac irregular que resonaba en la quietud de la noche, era el pulso de la mansión. Más que un simple sonido molesto, parecía el latido de la casa, una criatura dormida que respiraba a través de sus viejas cañerías. Mi nombre es Elara, y de repente, me convertí en la heredera de la casa del agua, una propiedad inusual que mi tía abuela, una mujer que nunca llegué a conocer, me había dejado. Desde el momento en que crucé el umbral, la casa me recibió con sus paredes de piedra fría, techos altos y muebles cubiertos con sábanas blancas que se movían como fantasmas en la penumbra, pero el goteo era lo que realmente me hipnotizaba, un susurro de agua que se perdía en los pasillos, buscando una salida.

La primera noche la pasé en la biblioteca, un lugar que olía a libros viejos y a humedad, donde el aire se sentía pesado a pesar de que la ventana estaba sellada. El sonido del goteo, incesante, me obligó a levantarme, así que seguí el eco hasta un largo pasillo y luego por una escalera de caracol que descendía hacia la oscuridad. Con la linterna de mi teléfono iluminando las gruesas paredes de piedra cubiertas de musgo, llegué a una puerta sin cerradura, con un pomo de bronce en forma de caracola. Al abrirla, un aire frío y húmedo con olor a tierra mojada me golpeó el rostro, revelando un laberinto de cañerías en el sótano.

Miles de tuberías de cobre recorrían el techo y las paredes, y el goteo provenía de una en particular, una tubería gruesa que se perdía en las sombras. Me acerqué para investigar, descubriendo que el agua no solo goteaba, sino que se filtraba por una grieta minúscula, formando un charco en el suelo de piedra que, de cerca, tomaba la forma de una flor de loto(1). Intrigada, me agaché y la toqué, sintiendo el agua fría, casi helada, antes de que la flor se deshiciera y el goteo se detuviera de inmediato, dejando un silencio sepulcral que me hizo sentir un escalofrío en la espalda. Algo no estaba bien.

Al día siguiente, mi investigación me llevó al desván, donde, entre cajas polvorientas, encontré un diario encuadernado en cuero de mi tía abuela. Las primeras páginas eran comunes, pero el tono cambiaba abruptamente con entradas como: "El agua está inquieta, se comunica. Las canillas son su voz, las filtraciones su escritura". La casa era un ser vivo para ella, con sus propios ciclos y caprichos, que elegía a sus habitantes, y ahora yo era la siguiente en su lista. Me dio un vuelco el corazón al pensar que los problemas de plomería no eran un simple fallo, sino la manifestación de algo más. La flor de loto, ¿era una advertencia o una bienvenida?

Esa noche, el goteo regresó con más insistencia, llevándome esta vez a la cocina. Una canilla del fregadero estaba completamente abierta, y el agua no salía en un chorro normal, sino que giraba formando un pequeño remolino. Justo cuando mi mano tocó la manilla para cerrarla, la luz parpadeó y un lamento resonó por toda la casa, un sonido de tuberías chirriando y agua golpeando el metal. Sentí pánico, sabiendo que no estaba sola y que algo en la casa se comunicaba a través del agua.

(1) La flor de loto es un potente símbolo de pureza, iluminación, regeneración y renacimiento en muchas culturas, especialmente las orientales. Crece en el lodo, pero emerge inmaculada sobre el agua, lo que representa la superación de las adversidades y la búsqueda de la perfección o la verdad. También se asocia con la divinidad y la creación, y a menudo se la relaciona con el agua como elemento vital.




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