La casa del agua

Capítulo 2

Elara se levantó al amanecer, con el diario de su tía abuela como única guía, decidida a seguir las pistas que dejó. Una de las páginas del diario tenía un dibujo de la flor de loto con la nota "La flor es la llave", una pista que no entendía del todo, pero que intuía era su primer paso. El goteo se había detenido, dejando la casa en un silencio inquietante, como si la criatura acuática estuviera dormida, o peor aún, a la espera.

De regreso en la biblioteca, revisó los estantes buscando libros que le dieran más pistas. Entre volúmenes de historia local, encontró un libro sin título, encuadernado en piel de pez. Al abrirlo, descubrió que las páginas estaban completamente blancas, hasta que una gota de agua cayó de la nada y al tocar el papel, la tinta invisible se reveló. Era un mapa de corrientes dentro de la casa, que mostraba las cañerías como si fueran venas con puntos de energía marcados con símbolos extraños. El centro del mapa, un círculo con una ola, se encontraba en el sótano, justo donde había visto la flor de loto.

Siguiendo el mapa, Elara bajó al sótano. Al llegar, la tubería gruesa que había visto antes ya no goteaba, pero brillaba con un débil resplandor azul, y en la pared detrás, una placa de metal grabada con el mismo símbolo del mapa tenía una ranura. Recordando otra nota del diario, "El agua nos da la llave, pero la llave no es un objeto, es una forma", Elara buscó en un estante cercano y encontró una jarra de cristal llena de agua que brillaba. Era la llave.

Vertió el agua sobre la placa, y en lugar de esparcirse, el líquido fluyó hacia la ranura, formando la figura de una llave brillante, intrincada y con la forma de una flor de loto. La llave de agua se hizo sólida y Elara la tomó en sus manos, sintiéndola ligera y fría, mientras el goteo regresaba de todas las canillas de la casa, un torrente de agua que sonaba como si la casa estuviera despertando y respirando.

Alarmada, Elara salió del sótano mientras las bañeras y los lavabos se desbordaban y el agua de la fuente del jardín se volvía turbia. La llave de agua había desatado algo, y mientras ella intentaba cerrar las canillas, la puerta principal se abrió de golpe. Un hombre mayor con barba blanca y ojos de un azul intenso, vestido con un uniforme de jardinero, estaba parado en el umbral. Su voz profunda, que parecía contener el rumor de la casa, le dijo:

—Llegas tarde. El agua se ha vuelto loca. Y tú, niña, has soltado la marea.

Elara se quedó petrificada.

—Soy el guardián —continuó el hombre, con sus ojos fijos en la llave de agua en mi mano—. Y tú eres la heredera. Pero esta casa no te pertenece. Le perteneces a ella.

La calma había desaparecido, dándole paso a la angustia. Ya no estaba sola, y los problemas de agua no eran un error, sino parte de un plan.




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