••••••••••• Capitulo 1 •••••••••••
El viento aullaba como un lamento antiguo entre las grietas de la vieja mansión. Cada ráfaga hacía crujir la madera y los cristales vibraban con un sonido que parecía un gemido.
Thomas avanzaba por los pasillos con la linterna temblando en su mano, iluminando sombras que parecían susurrar secretos olvidados. Las velas parpadeaban a su paso, proyectando figuras que se retorcían en las paredes. Retratos familiares colgaban por toda la casa: ojos que lo seguían con intensidad casi viva, bocas que parecían a punto de pronunciar palabras prohibidas.
—¿Quiénes son? —preguntó, tratando de mantener la voz firme.
El mayordomo, caminando detrás de él con pasos silenciosos, bajó la mirada.
—Los Hargrove, señor… su linaje. Ninguno de ellos abandonó esta casa.
—¿Ninguno? —repitió Thomas, sintiendo un escalofrío que le subía por la espalda.
—No… en vida. —La voz del hombre se quebró apenas, y por un instante, parecía que incluso él temía pronunciarlo.
Al final del pasillo, un retrato más grande que los demás lo detuvo frente a una puerta sellada con cadenas oxidadas. Su tío Edward Hargrove lo miraba desde el lienzo con una expresión que mezclaba severidad y algo innombrable, como si la oscuridad del fondo hubiese intentado engullirlo.
Debajo del retrato, una placa de bronce brillaba tenuemente a la luz de la linterna:
“Nadie debe entrar.”
—¿Qué hay detrás de esa puerta? —preguntó Thomas con voz temblorosa.
—La habitación del retrato —susurró el mayordomo, rígido—. Su tío ordenó sellarla antes de morir. Dijo que… algo había despertado.
Esa noche, el sueño huyó de Thomas. El reloj dio la una… luego las dos… y el viento afuera parecía más intenso, más consciente. Algo golpeó la ventana con fuerza, y al acercarse a mirar, no encontró nada. Solo su propio reflejo… hasta que, por un parpadeo, vio otro rostro detrás del suyo. Uno que no le pertenecía.
Corrió por el pasillo con la linterna, y las sombras parecían alargarse hacia él, palpando, acechando. Frente al retrato de su tío, un frío glacial lo envolvió. Notó una grieta nueva en el lienzo, justo donde debía estar el ojo izquierdo, como si alguien —o algo— hubiese respirado a través de él.
Detrás de la puerta sellada, la respiración era lenta, medida, humana… pero imposible de identificar. Una voz, casi un susurro que parecía salir de sus propios huesos, murmuró su nombre:
—Thomas…
La linterna parpadeó violentamente. Cuando la luz volvió, el ojo faltante del retrato lo estaba mirando directamente, y en ese instante, Thomas comprendió que no estaba solo… y que jamás lo estaría.