La casa del viento muerto

La llave en el espejo

••••••••••• Capítulo 2 •••••••••••

El amanecer llegó gris, opaco, sin canto de pájaros ni destello de luz cálida. La mansión parecía suspendida entre el sueño y la muerte, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en su interior.

Thomas bajó al comedor. El mayordomo lo esperaba con té, la cabeza baja y la mirada esquiva, como si temiera que el aire pudiera traicionar secretos.

—¿Durmió bien, señor? —preguntó, con una voz que apenas era un hilo de sonido.

Thomas no respondió. Su mente estaba atrapada aún en la imagen del retrato: ese ojo que lo observaba incluso cuando la linterna descansaba apagada sobre la mesa.

Mientras levantaba la taza, notó algo extraño en la cucharilla: su reflejo se distorsionaba, y por un instante, otra cara intentó mezclarse con la suya. Su corazón se aceleró y la taza se deslizó de sus dedos, golpeando la mesa con un ruido seco. El mayordomo se estremeció, pero no pronunció palabra.

Más tarde, explorando la galería del piso superior, Thomas entró en una habitación cubierta por sábanas que parecían fantasmas suspendidos. Contra la pared, un enorme espejo, opaco por el polvo y las telarañas, lo llamó. Al limpiarlo, descubrió que no reflejaba el cuarto tal como era, sino otro: uno más oscuro, donde la puerta sellada aparecía… sin cadenas.

Thomas dio un paso atrás, el aliento entrecortado. En el reflejo, algo brillaba en la cerradura de aquella puerta. Una llave.

Se acercó, y al extender la mano, el vidrio onduló como agua negra. Un frío tan profundo le atravesó los huesos que sus dedos se entumecieron. Al retirar la mano, sostenía una llave ennegrecida por el tiempo, como si hubiera surgido de la propia oscuridad de la mansión.

El mayordomo apareció detrás de él, silencioso, emergiendo de la penumbra como una sombra viva.
—¿Qué ha hecho, señor? —su voz temblaba—. Esa llave… no debía volver.

Thomas lo miró, respirando con dificultad.
—¿Qué significa esto?

El hombre bajó la mirada, tembloroso.
—Significa que la casa… la ha aceptado. Y que ahora, señor… —su voz se quebró— …ella también lo está esperando.

Esa noche, el viento volvió a gemir, más profundo y voraz. Thomas colocó la llave sobre la mesa, pero cuando volvió la vista, ya no estaba. Solo el espejo permanecía, mostrando su habitación vacía.

Y en su cama, alguien dormía.
No era él.

Un frío mortal recorrió la habitación. Sus latidos retumbaban como martillos, mientras la sombra en la cama comenzaba a moverse lentamente, girando su cabeza hacia él.

El reflejo en el espejo ya no le mostraba a Thomas… sino a alguien con su misma cara, pero con ojos vacíos, y una sonrisa que no debía existir.

La mansión lo había reclamado.




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