••••••••••• Capítulo 3 •••••••••••
La lluvia caía al anochecer, lenta y persistente, golpeando los ventanales de la mansión como si quisiera arrastrarla al abismo. Thomas permanecía en la biblioteca, fijando la mirada en el fuego que danzaba sobre los viejos retratos familiares. Las llamas proyectaban sombras que se alargaban y retorcían en las paredes, como dedos que buscaban atraparlo.
El mayordomo, Mr. Alcott, entró con paso silencioso, llevando un candelabro cuya luz apenas iluminaba su rostro. La tensión flotaba en el aire, pesada, casi palpable.
—Señor —dijo, con un temblor casi imperceptible—. Hay algo que debe saber sobre esta casa… y sobre su tío.
Thomas levantó la vista, la garganta seca.
—Empiece a hablar.
El hombre se sentó frente a él, con movimientos medidos, como si cada palabra le costara un esfuerzo sobrehumano.
—Su tío Edward… no siempre fue como lo recuerdan. Era un estudioso del alma, un obsesivo de la frontera entre la vida y la muerte. Creía que el espíritu humano podía fragmentarse… que el reflejo no era solo una imagen, sino una puerta.
Un escalofrío recorrió a Thomas.
—¿Y la habitación sellada?
—Era su laboratorio —susurró Mr. Alcott, bajando aún más la voz—. Instaló espejos en cada pared. Afirmaba que podía hablar con lo que vivía “del otro lado”. Pero una noche… algo respondió.
El mayordomo tragó saliva, como si recordar aquello le quemara por dentro.
—Oí sus gritos… desgarradores. Cuando entré, los espejos vibraban, y su rostro… ya no era suyo.
En ese instante, el fuego del hogar se apagó con un chasquido sordo, como si una mano invisible lo hubiera sofocado. La oscuridad lo envolvió, densa y húmeda. Thomas se levantó de golpe, con la respiración contenida.
—¿Qué le pasó a mi tío? —preguntó, con la voz temblorosa.
Mr. Alcott lo miró con ojos vidriosos, reflejando un miedo ancestral.
—No lo sé… El cuerpo fue hallado frente al retrato, pero el rostro… se había borrado. Como si alguien lo hubiera pintado de negro.
El viento golpeó las ventanas con fuerza, haciendo crujir la mansión entera. Thomas giró hacia el espejo del salón. Allí estaba… la figura de su tío, de pie, con el mismo gesto del retrato… pero sin rostro. Solo una sombra vacía donde debería estar la cara.
El mayordomo cayó de rodillas, temblando, como si su propio peso no le perteneciera.
—Ya está despierto —susurró con voz quebrada—. El espejo… lo ha traído de vuelta.
El reflejo sonrió sin boca. Thomas sintió cómo el frío de la casa se infiltraba en su mente. Y entonces escuchó, dentro de su cabeza, una voz hueca, arrastrada desde el abismo:
—Devuélveme lo que me pertenece…
Un silencio mortal siguió a la frase, y por un instante, Thomas no pudo distinguir si la lluvia afuera era real… o si eran lágrimas cayendo de los ojos de la sombra que lo miraba desde el espejo.