Sur de España
CARLOS, NO OLVIDES QUE ESTE sábado viene mi hermana Amelia.
–¿Tenemos que ir a recogerla al aeropuerto? –preguntó él, mientras preparaba la cortadora de césped.
–No. Hablé con ella antes de ayer y prefiere que nos veamos en la finca.
–Carlos sonrió, entonces lo conoceremos.
–¿A quién? –Al escoces mujer, a quien va a ser ¿o sea echado otro? Preguntó riendo.
–Es el mismo. Se ve un buen chico y no está mal. –Se refería, cuando lo vio por primera vez por Skype, solo un par de semanas atrás y lo primero que conoció de él fueron sus atributos. Todo había que decirlo. ¿A quién se le ocurría encender la webcam en el dormitorio y con la cámara enfocando hacia el baño? Su hermana pensó que él estaba en la ducha, no que salía. Tienes que cambiar tu mesa de sitio, le había dicho Paula, o mover tu cámara hacia otro punto menos arriesgado. Aquella experiencia virtual la recordarían las dos por un tiempo. Bueno al menos has visto otra pinga aparte de la de Carlos, le había contestado Amelia entre risas.
Paula no pudo evitar reír. Amelia había sido su pilar de apoyo cuando nacieron los gemelos. Carlos y ella llevaban ocho años de casados y siete como padres de dos niños preciosos, Romeo y Alicia. Había perdido cualquier esperanza de ser madre, su ginecólogo le había dicho que no existía la posibilidad de una fecundación natural. Sus ovarios estaban calcificados por quites benignos, solo un milagro le podría dar esa opción.
La segunda era más costosa y sin la garantía de que pudiera ser efectiva, por lo que decidió dejarlo en las manos de la madre naturaleza, en su juventud y en su salud de hierro. Incluso le vio el lado positivo, se ahorraba dinero en anticonceptivos.
Pero, el milagro se realizó a los dos meses de casados y por partida doble, se alegró de no a ver adoptado un par de mascotas, como tenían planeado. Los gemelos acapararon todas las horas de un reloj y la ayuda incondicional de tía Amelia, que para suerte aún seguía en España y soltera.
Cuando nacieron los gemelos decidió tomarse dos años de baja maternal, para dedicarse a los bebés. Después de todo, el negocio era de ellos y Carlos con la ayuda temporal de su hermano, supo manejar a la perfección la agencia inmobiliaria que abrieron años atrás.
–En media hora iré a recoger a Romeo de clase de natación y de paso me pasaré por el supermercado. Comprare algo de pollo y hamburguesas para esta noche. Me apetece una barbacoa, y no tengo gana de ensuciar la cocina. ¿Traigo Victoria o San Miguel? –Preguntó desde la puerta de la cocina. Había amanecido un día radiante y se esperaba más de treinta grados para toda la semana.
–Trae de las dos, al final caerán como siempre, –respondió el, poniéndose la gorra y quitándose la camiseta. Eran solo las once de la mañana y el sol azotaba con fuerza.
–vale, te veo en un rato. –Se despidió ella, cogiendo su bolso y las llaves de su nuevo 4x4 color blanco, su regalo por Navidad. La pequeña Alicia esperaba sentada en el escalón de la entrada principal.
– ¿Quieres helado? –Le pregunto a su hija, mientras esta se levantaba cargando con Barbie y Kent. –¿También vienen ellos?
– Sí, pero no comen helado.