La Casa Que Nos Vio Crecer

Capitulo Tres: Los recuerdos

 

Costa Brava.

HELENA, HIJA apúrate que el taxi está aquí. Lleva veinte minutos esperando, me va a costar un ojo de la cara.

– Aun te quedaría el otro para mirar los estratos de tus cuentas, mami– contestó su hija a través de la puerta del aseo.

– Quisiera saber a quién habrás salido tan contestona. Si yo le hubiera contestado así a mi madre me…

– Te hubiera dejado sin dientes de una bofetada, – terminó la frase Helena, mientras abría la puerta. Su madre estaba esperándola con cara de ofendida.

– Que sabrás tú.

– ¡Yo! Nada mami, nada, Soy como papá, ignorante, pesada y un trasto. Al menos sé a quién me parezco.. Dales un beso a mis tías. Sino os matáis antes.

– ¿Y el beso?

–Mamá, aun no me he ido. Necesito dinero para comer algo en el aeropuerto.

–Pero si te he preparado un par de sanwiches de los que te gustan.

–Mamá, es para el camino. Tendré que comer o beber algo en el avión. ¿No? Recuerda que voy a pasar más de dos horas sentada en el…

–Vale Helena. Tú, ganas. Me saturas como tu padre. Toma, –dijo sacando un billete de su monedero–. Espero que tengas bastante.

Helena sonrió, cuando su madre le enseñó los cien euros en la mano. –Mami tu tan generosa como siempre. Y por eso todo el mundo te quiere tanto.

Y encima con sarcasmos pensó Mila. Pero prefirió dejárselo pasar, al menos esta vez. Helena salió de la casa ruidosamente, como de costumbre.

–Adiós –se despidió cerrando la puerta del taxi.

–Llámanos cuando llegues y no mañana. Irresponsable. –Le reprochó, viendo como el taxi se alejaba, dejando atrás las hermosas puertas de hierro cromadas de su propiedad. Respiró hondo, se sentía satisfecha de sus logros, aunque había sido más bien un golpe de suerte, al haberle tocado la lotería ocho años atrás. Sus vidas, habían cambiado de la noche a la mañana y de una manera casi inverosímil. De vivir en un diminuto piso de alquiler a poder adquirir una fabulosa casa cerca de la playa. El cambio había sido drástico. Era como si de un plumazo desvaneciera su vida anterior, sin importarle amistades o parientes.

Se giró al escuchar el sonido de las puertas abrirse de nuevo, viendo como el coche del aun su marido, entraba. Frunció el ceño al ver la cafetera de mercedes blanco, modelo de los ochenta, que, él empecinadamente se afanaba en conducir, por mucho que ella insistiera en comprarle uno nuevo.

Ricardo se negaba rotundamente. Era su coche y él lo había pagado gustosamente con su sueldo, le había dicho en varias ocasiones.

–Olvídalo, Mila.

–Pero es un coche viejo, pasado de moda y enorme, –le reprochaba ella constantemente.

–Es una pena que se te haya olvidado la de veces que follamos en él y donde te quedaste embarazada. –Le había respondido él, cada vez que ella sacaba la conversación.

Ricardo no era hombre de usar esa clase de vocabulario, pero cuando ella apretaba la tuerca de su paciencia, el atacaba con vulgar sarcasmo. Ni siquiera había cambiado de profesión, le gustaba el trabajo en la prisión. Ricardo era alto, moreno de ojos grises y fornido por las horas que pasaba en el gimnasio. Cualquier mujer se deleitaría en sus brazos, he incluso el carácter le acompañaba. Tranquilo y buen oyente.

No tenía que habérselo quitado a Amelia, pensó. Viéndolo salir del coche y saludándola con un gesto de cabeza, mientras se dirigía hacia la casa de la piscina, su lugar de residencia desde hacía años. Desde que decidieron no compartir la cama, nunca más..




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