La Casa Que Nos Vio Crecer

Capitulo Cinco: La conciencia

                             

AMELIA SE ADENTRABA POR LA alameda de árboles que tan bien conocía, en su coche de alquiler y con Douglas sentado a su lado, quien parecía estar muy impresionado al saber que ella era una de las herederas de todo lo que su vista alcanzaba.

–¿De verdad que vais a ponerla en venta? –preguntó incrédulo, pensando que, si el heredase solo una cuarta parte de aquella propiedad, nunca la dejaría ir.

– Sin duda alguna, –contestó ella, con la mirada fija en la carretera. A lo lejos reconoció la fachada blanca. –Tiene ese efecto, –dijo. –Cuando la vez por primera vez, te enamora, no se puede negar, pero después de un tiempo es como si te absorbiera. Aquí han vivido varias generaciones y quien sabe cómo.

– Creo que van a hacer unas vacaciones muy interesantes, –dijo él, poniendo su mano sobre el muslo izquierdo de ella.

Eso espero, pensó Amelia. Aunque tenía sus dudas.

–Paula, ya están aquí. –Anunciaba Carlos, desde el umbral de la puerta. Viendo como el coche que conducía su cuñada cruzaba los portones de madera, rodeando la fuente y haciendo crujir la grava bajo los neumáticos. Paula bajo las escaleras hasta quedar a escasos metros del coche, estaba muy contenta de verlos.

– ¿Dónde están los niños? –Preguntó Carlos, mirando hacia atrás.

–Están en la piscina y Milagros los está cuidando, no me creas tan loca como para dejarlo solos, –respondió ella.

Esperó hasta que el motor parase para abrir la puerta.

–Hola extrajera, ¿cómo está mi hermanita? –Amelia se levantó las gafas, con una amplia sonrisa le dio un beso. Su hermana era muy pícara y conocía sus preguntas.

–Pues ya lo vez, mejor que nunca. –Se refería a Douglas, quien afanado metía en su mochila unos guías de la zona y dos libros de español.

–Y el idioma autóctono ¿cómo lo lleva?, porque aparte de Salvatore, los novios que te echas son extranjeros y el español lo hablan fatal.

Amelia no pudo evitar reír. –A veces es mejor que no entiendan, –dijo–. Además, viviendo en el extranjero es lo normal.

–Estás más delgada, –preguntó Paula fijándose en la figura esbelta y redonda de su hermana ¿estás a dieta otra vez?

–Se hace lo que se puede, pero con el verano llegan los helados, las barbacoas…. Pero, desde hoy no dieta. Solo vacaciones, además ¿quién se puede resistir a las comidas de Milagros? –dijo Amelia pensando en el almuerzo.

He incluso el nombre le viene como anillo al dedo, con esas manos para la cocina, ya quisiera ella tener la mitad del talento de milagros en la cocina.

–Y a ti te vendrá bien, porque chica, estás muy delgada. –puntualizó Paula

– Y aquí vamos otras veces, –respondió Amelia. –¿Ya empezamos? Estoy perfecta.

–Anda calla, que sabrás tú, –dijo Paula. – Que tienes menos carnes…

–Ayúdame con las maletas, se útil, –le interrumpió Amelia.

Carlos se presentó sin la ayuda de su cuñada, con su inglés de escuela se sabía desenvolver. Algo que Amelia apreció, aunque se sorprenderían del español que Douglas entendía y hablaba, con un acento bastante marcado, pero sabía defenderse muy bien. Ese era el precio que tenía que pagar por echarse novio fuera de territorio español. Dejando a los hombres solos y a lo suyo, Amelia y Paula entraron en conversación.

– ¿Han llegado ya?

–No, pero estarán en llegar pronto. Mila me mandó un WhatsApp esta mañana, diciendo que llegarían para almorzar.

En ese momento el reloj de un campanario lejano daba la una campanada del medio día.

–Bueno, al menos tengo más de una hora para ir acostumbrándome, –dijo Amelia, subiendo las escaleras.

                                                                        ***                        

RICARDO A VECES CREO QUE PARECES ignorar las cosas o solo pretendes. Son casi las tres de la tarde. Si continuamos a esta marcha, llegaremos para tomar el postre o quizás el café.

–¿Por qué no conduces tú, Señora sabe-lo-todo? –invitó el, despectivamente.

–Vete al infierno. –Respondió ella bastante acalorada Esa mañana parecía poco prometedora, la noche anterior habían tenido una gran disputa, aunque desde que Helena se fuera de vacaciones, las discusiones eran casi diarias y siempre de lo mismo.

Él estaba cansado de sus reproches. La etiqueta de infiel que le habían implantado, se estaba tornando imposible de soportar. Por boca de ella, miembros del club, pensaban que él, se acostaba con sus amigas he incluso con sus compañeras de trabajo.

–Yo no tengo la culpa de que este GPS no reconozca la finca. Que no se te olvide que es la tercera vez que venimos, desde que nos… Olvídalo, ni siquiera sé por qué me molesto en explicártelo.

– ¿Desde qué…? Vamos, no te calles y acabe la frase. ¿O prefieres que la termine yo? –Aquello fue el colmo, Ricardo dio un frenazo brusco haciendo volar el móvil de las manos de ella, estrellándolo contra la guantera.

–¡Eres un cabrón! –Le gritó, Mila.

–Si, en eso estoy de acuerdo. Es la primera odiosa verdad del día.

Estaba cansado de aquel circo, el solo quería rehacer su vida. Pero ella insistía en aparentar algo que no eran. Que no había. He incluso dudó si alguna vez lo hubo.

–Ohhh no empieces con unos de tus discursitos. –Mila parecía estar de mal humor en los últimos días. Desde que firmaran los papeles de divorcio.

Pero, eso era lo que ella quería, ¿no?

No estaba enamorada de él, eso lo tuvo claro desde hacía años. Lo que la tenía envenenada era el hecho de que fue ella la pillada in fraganti. La infiel, en el jacuzzi de su casa con su monitor de aerobic, mientras Ricardo, era testigo desde la casa de la piscina.

Mila creyó que él no estaba, al ver las persianas bajadas y las luces apagadas. Pero Ricardo, había regresado del trabajo con jaqueca y prefirió ducharse y dormir hasta que se le pasara, tuvo que quedarse profundamente dormido, ya que cuando despertó se sintió desorientado por la plena oscuridad de la habitación.




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