MILAGROS NO decepcionó, el gazpacho, la ensalada marinera y los entrantes fue todo un éxito sin olvidar el helado de vainilla y el flan de caramelo casero. El almuerzo había sido un disfrute para los niños, especialmente con Douglas a quienes no entendía cuando este les hablaba en inglés.
Después de un copioso almuerzo, se decidieron por un descanso digestivo en la piscina. Las hamacas bajo un techo de blanca tela fina, las cobijaba del caluroso día. Milagros trajo té helado para la digestión. Paula y ella ocuparon las hamacas más cercanas a la piscina mientras Carlos ay Douglas se decidieron por un partidito de pimpón.
–Creo que me podría acostumbrar a esto. –Dijo Amelia mirando a su alrededor. Hacía más de cinco años desde la última vez que visitara la finca. He incluso cuando sus padres murieron tres años atrás, se negó a quedarse en la casa, hospedándose en un hotel de la zona.
–¿De verdad? –Preguntó su hermana, levantado la vista del Sudoku que tan aficionada era.
–No. Pero he conseguido tú atención. Para pasar un par de semanas en verano es el lugar perfecto, no se puede negar. Yo no tengo esa dedicación que este lugar merece.
–Yo tampoco quisiera, vivir aquí –respondió Paula, dejando el sudoku sobre su regazo. –Me prometí que jamás viviría y llegaría hacer como mamá. Nada malo hubo en ella, tan solo quería ser diferente, tener voz propia, independencia de tomar decisiones sin el temor a ser juzgada si te equivocabas, he incluso cuando vivía bajo las ideas de un marido como padre. Tampoco le culpo, era muy joven cuando le pusieron tantas responsabilidades en las manos, –dijo mirando a su alrededor. –Lo que le cayó en los hombros y sin avisar. Pero no es para mí, definitivamente no.
–Pues pensamos de la misma manera, –respondió Amelia. –Y cambiando de tema. ¿Dónde se habrán metido Mila y Ricardo?
El día anterior los esperaban todos. Ella y Douglas decidieron ir a los establos más cercano para montar a caballo y de paso enseñarle los alrededores. Pasando toda la tarde fuera, para cuando regresaron a la finca era casi media noche, encontrando la propiedad en silencio, dieron por sentado que todos dormían incluyendo Mila y Ricardo.
–No entiendo lo que les pasa a esos dos. Legalmente no tienen por qué estar juntos, pero tú ya sabes cómo es Mila y cómo piensa Ricardo. Mila me llamó a eso de las cuatro y media de la tarde, se le notaba de muy mal humor. Estaba en un hotel, pero me aseguró, de que llegaban hoy. Por lo visto, se habían perdido… algo con el GPS, tal, que prefirieron pasar a noche en un hotel y lo tendremos hoy aquí a los dos.
– ¿Y tú te lo has creído? –preguntó Amelia. –No tenía sentido. Ricardo no era tan idiota como para no saber cómo llegar hasta la finca, he incluso si era verdad lo del GPS. Preguntado se solía llegar a todos sitios y no creía que estuviesen muy lejos. Estaba segura de que Mila y su encantadora actitud tenía bastante que ver. –Bueno, sea lo que sea, ya lo sabremos, –respondió, deshaciéndose del pareo blanco. Paula se fijó en el minúsculo bikini brasileño con estampado de leopardo que llevaba su hermana.
–Me gusta tu bikini, aunque si me lo pongo yo, se vería más carne que tela. –Amelia no pudo evitar reír.
–Tu tan exagerada como siempre. Se te ve estupenda y con curvas. ¿Qué talla llevas? Paula era un poco más alta que ella y con unas curvas muy generosas, si ni siquiera se la podía llamar rellenita, lo que no admitía Paula era que se había puesto una talla ciento diez de silicona, haciéndola ver más grande de busto, por lo demás, se le la veía perfecta. –Tú trikini color rosa chicle es bastante llamativo y Carlos no está. Te recuerdo que se fue con Douglas al pueblo.
***
Las dos reían sin percatarse de que estaban siendo observadas. Ricardo, se había parado por unos segundos, antes de continuar su camino hacia la habitación de invitados. Allí era donde se alojaría durante su estancia. Con la imagen de Amelia en mente recorrido el largo pasillo sin ser visto.
–!Que calor por Dios!, gracias Milagros, eres un cielo. –La voz de Mila se dejó escuchar como eco por el corredor hacia la piscina, Paula y Amelia se miraron al unisonó.
–¡Ya han llegado!
–Vaya lujo nenas, como disfrutáis. –La entrada de Mila, levanto cejas entre ellas.
–Té hubiéramos esperado, pero te has hecho esperar, –respondió Paula a forma de saludo.
–No me lo recuerdes, –respondió con voz lastimera. Deshaciéndose de unas fabulosas sandalias de Dior de medio tacón. Se dirigió a la tumbona más cercana, donde estaba Paula, para soltarle un sonoro beso en la mejilla –¿Dónde están los gemelos? Me muero por verlos. Qué pena que Helena no esté aquí, lo disfrutaría mucho, pero chicas así son las adolescentes, cambio de planes a última hora.
La mirada hacia el pecho de Paula fue inevitable y Amelia supo que habría comentario. Se arrepintió por segundos de haberse puesto aquel mini bikini, sabía que no saldría ilesa de comentarios.
–Creo que te pusiste mucho Paula. Se le fue la mano al cirujano. Nunca hay que escuchar a los hombres. ¿Por qué le gustaran grandes? –Mila dejó su bolso a juego con las sandalias sobre la tumbona frente a las de Amelia.
–Ya… eso me pregunto, –respondió Paula, mirando hacia Amelia y siguiéndole la corriente. Su hermana nunca cambiaria, con dinero o sin él. Para ellas, Mila era un caso perdido. Una pobre rica frustrada, y con la única idea de que todas la envidiaban. Deseosas de lo que ella tenía –¿Y dónde está Ricardo? –Preguntó Paula, quitándose las gafas y mirando hacia las puertas que seguían abiertas.
–¿No lo habéis visto? –Pensé que os había saludado. Pasó antes que yo.
–No lo hemos visto, –respondió Amelia sin un ápice de interés en su voz. Ahora le tocaba a ella pensó.