La Casa Que Nos Vio Crecer

Capítulo Trece: La barbacoa

 

 

La noche anterior Paula le dio mucho que pensar. Pero tampoco estaba seguro de los sentimientos de ella, y no pretendía quedar como un imbécil, y culpable de sus desgracias. Solo esperaba que el plan de Paula fuese efectivo, aunque conociendo a su ex, cualquier cosa podía ocurrir, estaba claro que el drama estaría servido.

Pero no pudo negar que aquello le hacía albergar en él, una minúscula partícula de esperanza. Amelia, al menos no se quejó a su novio cuando el, la beso por sorpresa en la bodega. Dios, ayúdanos porque esto será de locos, se dijo, mientras esperaba sentado en el todoterreno a que Carlos y Douglas se les unieran para bajar al pueblo con una interminable lista de la compra.

Creyó que con lo pescado tendrían bastante, pero se olvidó que sus barbacoas campales de juventud nada tenían que ver con la que iban a preparar ese día. Habían invitado a los tres vecinos cercanos a la finca. Junto a Felipe su mujer, Lourdes y sus padres.

Aquello parecía más un evento que un día de barbacoa. Puso el vehículo en marcha cuando los vio cruzar el patio. Carlos se sentó detrás de él, dejando que Douglas se sentase delante. Le echó, una mirada de no estar muy contento con la elección desde el espejo retrovisor. Seguiría las normas del plan. “Ser todo lo amigable posible”

Como si aquello fuera tan fácil de digerir, solo pensaba en echarse al cuello del escoces, patearle el trasero y borrarle esa sonrisa perenne. Carlos sonrió, le parecía divertido todo aquello y él, se lo tomaba muy serio.

                                                                       ***

–Amelia, necesito que me eches una mano. –Paula estaba metida de lleno cortando bacalao. Preparaba su deliciosa ensalada con naranjas.

– ¡Amelia!

–Ya voy. –Te escuché a la primera. Amelia, cargaba una caja con naranjas, cebollas y dos botellas aceite. –¿Tendrás bastante? –Dijo, dejando la caja sobre de la mesa.

–Sí. ¿Tenemos más?

–Sí, dos y bastantes llenas.

–¿Tenemos aceitunas negras?

–No, gastamos a noche las últimas. Quedan solo verdes y hay bastantes.

–Vale, no pasa nada, servirán también. Pon los huevos en agua fría.

Ese día cocinaban ellas, Milagros, era una invitada más, se le estaba prohibido ayudar, he incluso entrar en la cocina.

–¿Dónde está Mila? Cada vez que hace falta, desaparece. Ni que pareciera que lo hiciera a propósito.

–Ehh, lo he escuchado, –dijo esta, entrando en la cocina con una caja llena de bebidas.

–¿Dónde vas con tantas botellas? ¿Piensas emborracharlos a todo? Y con clase, por lo que veo. Esas botellas son de reserva y caras, –dijo Paula, sacando una de J&B escoces, reserva de quince años. Pero puso el grito en el cielo al ver los tintos de Teso La Monja y dos de Quiñón de Valmiera. –Si padre pudiera verte ahora, te llevabas una buena bronca. Por sacar sus mejores vinos para una barbacoa.

–Vamos, no es para tanto. Son caros y buenos, –dijo con sonrisa burlona.

–Pues siento desilusionarte, pero esas botellas no se abrirán hoy. Además, he mandado a los hombres con una lista al pueblo, y abra cerveza, sangría y…

–Me da igual, –replicó Mila, –pienso abrirla hoy, así que, ponte como quieras. –Dejó la caja sobre la mesa, se hizo con una botella de Quiñón de Valmiera y se marchó.

–¿Dónde vas? Con todo lo queda aún por hacer, se quejó Paula.

–A mi cuarto. Ahora bajo y te ayudo en lo que necesites. –La voz de Mila se perdía por el pasillo.

–Para una cosa que se le pide hacer, y siempre buscando excusas para evadirse. –Paula, estaba nerviosa, era muy perfeccionista y eso la estresaba más, revisaba y revisaba hasta que estuviera todo perfecto. A su manera.

–Ahora bajará, no te preocupes mujer. Lo que no entiendo es lo de la botella. ¿Para qué se la habrá llevado? –preguntó Amelia, pelando huevos.

Paula la miró encogiéndose de hombros. –Y yo que sé, –dijo. Por supuesto que sabía lo que haría Mila con la botella de vino, o al menos con quien le gustaría compartirla, pero no podía decírselo a su hermana. Aun no tenía las pruebas necesarias para descubrirlos.

                                                  

Mila escondió la botella con dos copas en el ropero. Estaba de muy buen humor ese día y nada ni nadie lo estropearían. Esa noche parecía prometedora y como fuese acabaría la botella en compañía de Douglas. En su cuarto. En su cama. Necesitaba una ducha, se dijo. Estaba teniendo pensamientos algo subidos de temperaturas cuando pensaba en el escoces, y lo que podrían hacer juntos.

                                                                       ***

A las ocho, los primeros invitados empezaban a llegar. Todo se veía perfecto. La piscina había sido iluminada con velas flotantes, gardenias de bombillas de colores, las mesas veraniegamente decoradas, el aire olía a jazmines y la candela crujía baja los rescoldos de la barbacoa.

Todo había salido como ellas habían planeado. Varios jóvenes de la vecindad ayudarían con las bebidas y las mesas. Fue un buen acierto, ahí Carlos se había ganado dos besos de su mujer. La música de fondo animaba a los gemelos a bailar en la pista improvisada, echa esa misma mañana por ellos, con pelees y cubiertos con trozos de alfombra de césped artificial. Arcos florales, linternas iluminando el jardín. Había que admitirlo, Mila se había lucido con la decoración, no le gustaba la cocina, pero disfrutaba decorando, y se le daba bastante bien.

Amelia y Paula, habían cocinado para un batallón, dudaban que le apetecieran comer pescado, con los entrantes a base de queso y jamón. Tortillas de patatas con jamón, con cebollas y pimientos. Gazpacho, dos ensaladas marineras y otras dos de bacalao. He incluso se habían excedidos comprando toda clase de bebidas, cerveza de diferentes marcas, sangrías, vino tintos, blancos y rosados.




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