EL TELEFONO DE Mila no dejaba de vibrar.
–Te están llamando, –dijo Jaime, delante del espejo mientras se afeitaba. Ella se movió varias veces, buscándolo hasta que lo encontró bajo su ropa interior en el suelo. Se quedó mirando la pantalla un poco sorprendida
–¿Te buscan? –Preguntó el, mirándola desde el espejo.
–No. Es mi ex cuñado, se me había olvidado por completo… la última vez que hablamos le comenté de pasada, que estaríamos aquí, me dijo que se pasaría, pero no lo tomé en serio, sabe que Amelia estará también
–¿Y cuál es el problema?
–Para mí, ninguno, Pero ¿a quién le gusta tener una visita inesperada, cuando se trata de un ex? Creo que debería de irme, llegara en veinte minutos a la hacienda..
–¿Te apetece esta noche montar otra vez?
–Es lo que más encantaría, hacer –dijo ella, subiéndose las bragas. –Ahora que tengo tu número, será más fácil. –Se acercó a él, para besarlo, Jaime la cogió por la cintura y con las manos abiertas la apretó contra él.
–Sino te vas ahora, te haré llegar tarde. –insinuó Jaime, acariciarle un pezón.
Con una sonrisa y sin dejar de mirarlo, Mila se terminó de vestir.
–Me debes un desayuno –dijo despidiéndose desde la puerta.
***
Amelia no daba crédito a lo que veía, Salvatore en carne y hueso en la finca, perpleja veía como bajaba del coche he intercambiaba unas palabras con Felipe, quien regaba el patio delantero.
–¿Pero que hace este aquí? –Se preguntó a media voz. Paula estaba a su lado.Desde el gran ventanal del salón lo observaban sin ser vistas.
–Pues yo no lo he invitado. –confirmó Paula.
–Ni yo, y era lo que me faltaba. –respondió Amelia, incrédula y mas irritable que nunca.
–Y a ti, ¿qué te pasa? Pareces moletas con algo o con alguien ¿Hay algo de lo que debería preocuparme o saber?
–Oh, Paula, ahora no por favor.
Amelia se dirigió hacia la puerta cuando su hermana la llamó.
–Ven, no vayas con tanta prisa. Quizás tengamos la respuesta a tu pregunta, –dijo Paula mirando por la ventana. Amelia se acercó para averiguar a qué se refería.
–¿De dónde vendrá? Anoche no se dejor ver. Y la excusa que dio no me convenció.
–¿Fuiste a su dormitorio?
–Sí, y no estaba.
Mila entraba por el patio principal, al verlo levantó los brazos a forma de saludo, Salvatore los abrió para acogerla, se le veía muy contento al ver una cara conocida y amigable.
–No pensé que vinieras, –dijo ella, mirándolo con sorpresa de arriba abajo. –Estás muy bien ¿Qué haces ahora? ¿Hacia dónde vas?
–Estoy de vacaciones, voy hacia la Manga. Y pensé, ¿por qué no hacer una breve visita en la hacienda, antes de coger carretera? Y de paso para veros a todos...por supuesto. Tú estás estupenda, como siempre,
–Que adulador eres. Pero me encanta que me lo digas. ¿Has desayunado? Yo iba hacerlo ahora, ¿me acompañas? –Dijo ella a forma de invitación.
–Por supuesto, –respondió el. Salvatore, sabía que no era bienvenido, y que entraba en un terreno algo peligroso. Pero eso a él le gustaba, aunque se arriesgaba de ser echado de la propiedad. Pero no podía evitarlo, solo ver como Amelia se alteraba con su presencia valía la pena.
Por eso decidió desviarse unos kilómetros de su itinerario, para pasar unas horas en la hacienda y de paso conocerla personalmente. Había escuchado hablar tanto de la propiedad por boca de Amelia,, sin tener la oportunidad de verla con sus propios ojos, y ahora, que la tenía no la desaprovecharía.
Ricardo se paró en seco al verlo allí. ¿Pero qué diablos hacia aquel necio en la hacienda? Miró hacia la entrada, donde vio Amelia y a Paula, con cara de pocas visitas. Las dos al pie de las escaleras.
–Mira lo que no ha traído la briza de esta mañana. –Mila intentó romper el hielo y aflojar la tensión que se había creado en cuestión de segundos.
–¿En serio? ¿No habrá sido tú corazón generoso? –espetó Amelia, más irritada que nunca.
–No empieces, Amelia. Salvatore es un amigo de la familia.
–Tu amigo, querrás decir. Y si tanto lo añoras invítalo a tu casa.
–¿Sabes qué? –Dijo mirando hacia él, desde que os divorciaste vives amargada. Aquello era el colmo, pensó, Amelia. Una cosa era tener que aguantar las impertinencias de su hermana y la otra era dejarla en ridículo delante de él.
–Y a ti, ¿qué se te ha perdido aquí? Que cara más dura tienes. –Le espetó ella.
–Pasaba por aquí, bueno me he desplazado unos kilómetros de mi camino para visitarla y decir Hola.
–Que enternecedor, –respondió ella. –Me estás diciendo, que tu visita no es casualidad, más bien programada entre vosotros.
–Tampoco es para que te lo tomes así, Mila, me lo comentó hará unas semanas y creí que sería buena idea parar y haceros una breve visita.
–Bueno pues ya lo has dicho, ahora, ya puedes irte por donde viniste y…
–Un momento, –interrumpió Mila, – Salvatore es mi invitado. Y tengo el derecho de invitar quien me plazca.
–Pero tú eres idiota o naciste así. Me hubiera dado igual que hubieras invitado a un batallón, pero ¿por qué él?
–¿Y qué tiene de malo? –Protestó Mila.
–¡Mucho! –casi grito Amelia. Es mi ex marido, y no disfruto que digamos, de su compañía ¿Tengo que darte más explicaciones?
–Pues se quedará, aunque sea un par de horas, porque lo digo yo y si nos os gusta, pues aguantaros.
–Las ganas de darte una hostia son las que me estoy aguantando, siempre tan descarada.
Douglas al escuchar voces, apareció detrás de ellas para ver qué ocurría,
–¿Que hace tu ex aquí? –Pregunto al verlo.
–Aparentemente sea perdido, pero ya se iba, –respondió Amelia.