La Casa Que Nos Vio Crecer

Capítulo Diecisiete: Día de playa con sospechas confirmadas.

 

EL DIA  AMAMECIO AZUL Y DEMASIADO CALUROSO, para ser solo las ocho de la mañana. no hacía aire, no se sentía la briza, un sol pendenciero coronaba un cielo limpio de nubes. En la casa aun dormían, o al menos aun no habían salido de sus dormitorios.

Salvatore paso la noche en el estudio, durmió en el sofá convertible. La única que salió esa mañana a despedirlo fue Mila. El seguiría con sus vacaciones, y con un recuerdo de la Rinconada. No estaba enfadado, al fin y al cabo, era normal que Amelia reaccionara como lo hizo. Fue infeliz a su lado, por sus líos de faldas. ¿Por qué debería mostrarse amistosa con él?

Lo que le sorprendió fue la reacción de Ricardo. Actuó como novio ofendido cuando Douglas estaba allí, presente y hasta pareció tranquilo. Su sentido le decía que Ricardo aún seguía enamorado de su ex. Todo era raro en esa casa, pensó, sobre todo cuando vio bajar a MIla y Douglas, su primera impresión fue, ¡Estos están liados! A él se le notaba por la forma en que la seguía con la mirada, y Mila, parecía una hembra satisfecha.

Quizás la llamaría para salir de dudas, pensó Salvatore, una vez que sus vacaciones finalizaran y estuviera de vuelta. Eran confidentes. Entre ellos no reinaba los secretos, y Mila guardaba algunos.

                                                                       ***

Mila se acomodó la gorra alejándose de la finca para ir en busca de su desayuno. Jaime la vio desde la ventana de la cocina, un abrazo y un beso con sabor a café le dio la bienvenida.

–Has venido tempranito. –dijo un asombrado Jaime. Incluso se había molestado en bajar al pueblo y comprar churros. ¿Los prefieres con café o chocolate?

–Chocolate por favor. ¿Algún plan para hoy? –Preguntó ella, sentándose a la mesa.

–Déjame pensar, –respondió el poniendo cara de pensativo. –Tengo la intensión de revolcarme allí contigo, –indico, apuntando hacia el enorme sofá rinconera– Y después en el estudio donde lo dejamos la otra mañana.

Mila cogió un churro, lo hundió en la humeante taza de chocolate, se lo metió casi entero en la boca, para después sacarlo despacio antes de darle una mordida.

–Si sigues así, creo que pasaremos del desayuno.

–Esto es solo una demostración de lo que te hare allí, con tu verga en mi boca.

                                                                        ***

Nueve y media de la mañana, los cuatro estaban desayunando en silencio, parecía que no había nada que decir ni comentar. Paula, como de costumbre no pudo contenerse.

–¿Algún plan para hoy? –aguardó unos segundos, esperando respuesta, se miraron entre ellos sin muchas ideas. –Perfecto, nos vamos de playa entonces. ––No está mal la idea, contesto Carlos.

–Los churros están buenísimos Ricardo, –agradeció Paula, cogiendo el tercero.

–Yo no he salido de la casa. Habrá sido Douglas.

–Lo dudo, –respondió Amelia–él no los conoce, –dijo refiriéndose a los churros. Aunque tengo una vaga idea de quien pudo ser.

–¿Salvatore?

–¿Y quién, sino?

–¿Y te lo estás comiendo?

–¿Por qué no? Los ha comprado no cocinado. Además, es lo mínimo que pudo hacer. –Dijo Amelia, hundiendo el churro en el café.

–¿Y a que playa vamos? –preguntó Carlos.

–Iremos a la del club. Han instalado unas camas balinesas para grupos. –Respondió Paula. –La verdad que quiero ir, cuando estuvimos la semana pasada cenando, las vi de pasada y se veían bastante grandes. Solo hay que asegurarse de alquilar la más cercana al bar y del restaurante.

–Y lejos de la música, –murmuro Ricardo.

–Pues entonces perfecto, –Paula estaba contenta, –solo esperaba que supieran comportarse.

–Si vamos a pasar el día, ¿por qué no reservas mesa? –sugirió Carlos.

–Y taxi, –añadió Amelia. Así todos podremos pasar un día sin preocuparnos de quien conduce y quien puede beber.

– ¿Os parece bien, que venga el taxi a eso de las once? –sugirió Paula.

–Por mí, perfecto–respondió Amelia.

–Yo solo necesito un par de minutos, –añadió Ricardo.

–Yo subiré para preguntarle a Douglas si quiere venir, –dijo Amelia, terminando su desayuno– Y me llevaré uno para que lo pruebe, –refiriéndose a los churros.

Encontró a Douglas saliendo de la ducha envuelto en una toalla algo pequeña.

–No te he escuchado esta mañana, –dijo el a modo de saludo.

–Estaba abajo desayunando.

–¿Sola?

–No, –respondió ella–dejando el plato con dos churros en la mesita de anoche. –Bajaron todos, a excepción de Mila, últimamente sale a correr por las mañanas.

–¿Qué es eso? –preguntó Douglas acercándose al plato.

–Son churros, están hechos a base de harina, sal, aceite…tradición nuestra.

Douglas cogió uno y lo mordió. –No está mal, –dijo metiéndose el resto en la boca. 

–¿Estás bien? –Preguntó ella. Desde la noche de la barbacoa, lo notaba un poco diferente, no distante, pero si ajeno.

–Creo que he dormido demasiado, –respondió el. –Me apetece ir a la playa ¿y a ti?

–Estas de suerte cariño–dijo Amelia acercándose a él, rodeándolo por el cuello. –Porque hoy vamos de playa, todos.

Douglas la abrazó por la cintura dejando que la toalla cayera a sus pies. La apretó contra su pelvis y ella supo lo que buscaba.

–Nos vamos a las once… –insinuó ella, mirando el reloj digital del tocador. –Tenemos tiempo. –Quería sentirse la misma Amelia que él conocía. Lo necesitaba. Tenía que quitarse el aroma de Ricardo sobre su piel, no había duchas para eso, solo hacer el amor con Douglas lo arreglaría.

Treinta minutos después, Amelia se sentía peor, una vez más había hecho el amor con Ricardo en los brazos de Douglas. Estaba enferma, pensó, abriendo el grifo del agua caliente, mientras.

                                                                          ***




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