La Casa Que Nos Vio Crecer

Capítulo Diecinueve: Mamá, la mujer que nunca pudo ser

          

 

Las tres hermanas encerradas dedicaron parte de la mañana, indagando entre libros, archivos en el estudio de su padre, cualquier prueba por muy pequeña que fuese, sería un gran paso para ellas. No tenían intención de ponerse en contacto con la joven amante de su padre, eso sería remover el pasado, aunque con tal hallazgo, era casi imposible no sentir la tentación de conocer un poco más, y lo harían sin abrir viejas heridas.

Felipe y Milagros eran las personas más allegadas a sus padres, aunque con Felipe sería un poco más difícil, siempre tan reacio a responder o hablar de la familia Del Castillo, por lo que decidieron enfocar la atención en Milagros, ella era diferente.

Decididas fueron a su encuentro. Los gemelos, Carlos, Ricardo y Douglas habían salido después de desayunar hacia el monte con el 4x4, regresarían al medio día. Y tendrían más que tiempo suficiente, para preguntas y respuestas.

Milagros estaba preparándose un café, cuando las tres irrumpieron en la cocina. –Sabíamos por el olor a café que estaría aquí, –dijo Amelia.

–¿Queréis café? –Preguntó, sacando tres tazas.

–Y ¿por qué no?, huele tan bien, –respondió Paula

–Yo lo prefiero negro, –dijo Mila, acercándose hacia la despensa para sacar unos pastelitos que acompañase al café.

–Sino os conocida, diría que queréis algo de mí.

–¿Tanto se nota? –respondió Paula.

–Y tanto, –respondió Mia, hemos entrado las tres juntas.

–Sí, un poco si se nota. Especialmente la cara de Amelia, con esa expresión de. Tengo una pregunta.

–Definitivamente me tienes que dar algunos concejos de como aparentar sin notarse –respondió Amelia

–Venga niñas, no os comportéis como crías o pongo orden. –La voz Milagros sonó entre broma y seriedad. –Y ahora a ver, ¿qué queréis preguntarme? Paula, no se fue por las ramas y poniendo las cartas sobre la mesa, le preguntó directamente. –¿Tú sabes algo de esta mujer? –Milagros la miró con el ceño fruncido, sin entender muy bien a que se estaba refiriendo. –Encontré por accidente estas cartas ocultas en un doble fondo bajo el escritorio de mi padre. ¿Conocías la existencia de alguna amante de mi padre?

Milagros miró la carta, solo le bastó leer unos párrafos para saber quién era el remitente.

–No sabía que las mantuvo durante todos estos años. Pensé que las había destruido. Que se habían deshecho de ellas.

Las tres se miraron sorprendidas al descubrir que Milagros era conocedora de aquellas cartas, que había un secreto que la familia Del Castillo intentó ocultar. Pero si su padre no tenía interés en aquella joven y embazada ¿Por qué mantuvo las cartas? ¿Y por qué no estaban los sobres originales?

Aquella pieza era crucial para montar aquel misterioso puzle, la prueba de un destinatario y remitente. Las tres hermanas de formas diferente se compadecieron un poco de Milagros, ahora que sabía que ella era conocedora, no la dejarían en paz tan fácilmente y Milagros las conocía muy bien.

–Creo que el pasado debería ser eso. Parte del pasado, –respondió ella, –además ¿qué vais a sacar con ello?

–Quizás mucho o nada, –respondió Mila.

Pero también tenían derecho a saberlo, pensó Milagros. De todas formas, Los señores Del Castillo no estarían ahí para echarle una reprimenda, sobre cómo mantener el secreto enterrado en solo unas líneas bien escondidas.

–Haber sentaros, Paula trae más café y más pastelitos –ordenó, mirando hacia el reloj de la pared. –Intentare ser breve y clara, las preguntas al final.

Hubo un breve silencio, el cual ella lo tomó como afirmación.

–Yo solo tenía quince cuando vine a la trabajar a la Rinconada. Tu padre llevaba unos años al cargo de todo y seguía soltero, pero ya sabéis como eran los hombres en esa época, mientras no tuviesen la responsabilidad de casarse, seguían disfrutando y coleccionando amantes. Son menos complicadas y fáciles de contentar.

–Estupendo. Empezamos bien, –dijo Paula.

–Ssss, no interrumpas, –contestó Amelia.

–Al año vino tu madre, –continuó Milagros. –Ella no era de aquí, Venia de Manilva, ya sabéis como eran los antiguos hacendados adinerados: Los cambios lo hacían ellos. Y los matrimonios eran concertados. Elegidos y con interés por medio. Y ya os lo podéis imaginar.

Pero fue un flechazo, tengo que admitirlo. Vuestra madre era muy guapa y vuestro padre tampoco se quedaba atrás, seis meses de noviazgo y al séptimo ya estaban casados. Las malas lenguas decían, que, tu madre se casaba embarazada. Pero pasaron dos años antes de que naciera Mila.

Vuestra madre tenía conocimiento de las amantes de vuestro padre antes de casarse, a ella no le importaba lo que el hiciera en el pasado, pero una vez casados, la cosa ya cambiaba.

Descubrió las cartas, supo por tu padre de esa amante. Aunque yo creo que vuestra madre la vio como una pobre víctima en los brazos de un señorito rico. Y sí, ella era de la zona. Esa muchacha tenía la misma edad que yo, pero con menos sesera que un pajarito. Aunque no la culpo, vuestro padre, aparte de ser guapo y rico. Era muy fogoso. Ya me entendéis.

–Me hago una idea, –dijo Paula, pensando, que de tal palo tal astilla con Mila.

–Vuestro padre prácticamente se confesó con vuestra madre, dejando claro que aquella mujer no era de su importancia. Nada serio y mucho menos querer hacerla parte de la familia. Yo creo que tu padre si estaba muy enamorado de tu madre. Pero, a ella se le enfrió el alma o las ganas de estar con él.

Vivieron juntos, os tuvo a vosotras, pero el varón que vuestro padre anhelaba nunca llegó. Discutieron mucho cuando erais muy pequeñas y en el despacho, a puerta cerrada, allí se desgarraban verbalmente.

En el fondo, creo que vuestra madre nunca lo perdonó. He incluso quiso marcharse de aquí, pero tu padre le dijo, que, si se iba. Lo haría sola. Sin vosotras. Sin nada y haría a otra mujer su esposa, y creo que eso fue mucho para ella.




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