Ricardo seguía del mismo humor, con la imagen de su ex y el escoces en la playa, y no era especialmente por celos, todo lo contrario. Intentaba aparentar naturalidad, pero por Dios que aquello le estaba costando una ulcera de mil demonios.
El descaro por parte de Mila no tenía límites, pensó. Nunca creyó que pudiese ser mezquina y frívola la madre de su propia hija. De Douglas, bueno, ya se encargaría, sea como fuese le plantaría la mosca y estaba dispuesto a desenmascararlo cuando estuviese a solas con él.
La diversión había desaparecido y las ganas de marcharse de la hacienda aumentaban por días. Le ayudaba el saber que pronto acabarían las vacaciones y estaría fuera de allí. Se llevaba diferentes impresiones de las hermanas Del Castillo, pensó. Y hablando de la reina de Roma, por la puerta asomaba Mila, cruzando el patio principal de la casa con su atuendo de correr. ¿A quién intentaba engañar? se dijo.
Ella no era de hacer gimnasia y menos de salir a correr. Estaba seguro de que iría a visitar las cuadras de Jaime para montarlo. Con la intensión de distraerse pensó que otro café le vendría bien: doblando el periódico por la mitad, se levantó del sillón, desde donde tenía una vista completa de la entrada principal. Desde allí, podía ver quien entraba y salía.
Aun no eran las ocho de la mañana y ya llevaba dos cafés bien cargados, no había dormido bien, por lo que prefirió pasear por los alrededores y leer el periódico en tranquilidad.
La cocina la encontró deshabitada. Milagros llegaría más tarde ese día, con la compra, para así adelantar sus tareas del día siguiente. ¿Qué sería de Felipe y Milagros cuando la hacienda tuviera nuevo propietario? Pensó. Sabía que ellos tenían una casa a las afueras del pueblo donde cultivan y criaban animales. Estaba tan ensimismado con sus propios pensamientos que no escucho los pasos acercándose hacia la cocina. Los dos se asustaron a la vez.
–Joder, me has asustado Ricardo, –dijo Mila, dando unos pasos a hacia atrás por la sorpresa.
–Y tú a mí, –respondió el. Mirando hacia el café esparcido en el suelo.
–No pensé que hubiera nadie levantado. Se me había olvidado la botella de agua, –dijo ella, acercándose hasta el fregadero para cogerla.
–Claro. –respondió Ricardo, haciéndose a un lado y con la intención de volver al sofá y a su lectura.
–¿No me vas a preguntar dónde voy tan temprano? –pregunto Mila con una medio sonrisa. Sabía que lo que él pensaba de ella.
–La verdad, que me es indiferente. Pero si con mi respuesta te hago el día más llevadero, diría que por la indumentaria… –continuó, mirándola de arriba abajo sin ápice de interés, –vas a correr
–Chico. Tampoco hace falta que seas tan borde a estas horas de la mañana. Cuando dormíamos juntos no te levantabas así. –Aquello lo detuvo en seco. Mila, sabía cómo conseguir su atención, aunque fuese para molestarlo.
¿A qué venia ese comentario? pensó él
–Estoy seguro de que no lo echaras de menos, siempre has sabido como reemplazar y cubrir huecos. Para eso siempre has sido muy audaz, hasta yo diría que lo tuyo es talentoso. –Ahora la conversación estaba tomando otro camino.
–La verdad Ricardo, te hace falta una mujer que te cuide y te endulza el carácter amargo en el que te has convertido, porque así, no te va a guantear nadie.
–Quizás, –respondió el. –Con quien me casé, me salió… –cayó para pensar en un calificativo apropiado. –Demasiado efusiva he imposible de complacer, sino no se hacía todo a su manera.
Mila, lo miró por largos segundos con una media sonrisa. Tenía razón, pensó ella.pero los dos sabían que no estaban hechos el uno para el otro.
–¿Tan difícil te resulté de manejar? –quiso saber Mila. Porque a pesar de todo… y por mucho que él quisiera negarlo u olvidarlo. Hubo un tiempo en que no podían quitarse las manos de encima del otro. Desgraciadamente esa etapa placentera nunca echo raíces.
–Para nada, solo pagué por un error que cometí en el pasado. Pero uno aprende ¿sabes? Aunque tú tienes que saberlo mejor que nadie.
–Bueno, me tengo que ir me están esperan… El deporte me llama, –respondió en un intento de salir triunfante de la casi metedura.
–Que disfutes –dijo a modo de despedida, cuando ella pasó delante de él.
–Eso será un hecho. –Respondió ella, acortando la distancia hacia al exterior en varias zancadas. Aquella actitud de él, siempre la ponía de mal humor, aunque esta vez había sido ella quila lo había provocado.
Los cinco minutos de paseo desde la Rinconada hasta las cuadras, le cambiaría el humor y en los brazos de Jaime, olvidaría al iluso de Ricardo.
***
Un par de horas antes……
Douglas llevaba horas despierto, boca arriba y con la mirada clavada en el techo. Algo había cambiado en él, pensó. Se había despertado a las cinco de la mañana, con una sensación de dureza entre las piernas y, con dudas que despejar.
Con cuidado dejo la cama para no despertar Amelia. Y para abrir igual de sigilosamente la puerta del dormitorio de Mila. Sabía que ella no echaba la llave. Cerró tras él asegurándose de que nadie ni nada pudiera molestarlo, aun a oscuras pudo distinguir la figura de ella, en un lado de la cama. Se tumbó sin cuidado, no quería que durmiera. Quiera que ella notase su presencia. Quería hacerla suya, saber si estaba cometiendo un error. Quería saber hasta cuándo podrían seguir así.
Mila se giró para encontrar a un Douglas sexy, observándola. Retiró las sabanas que cubría su cuerpo desnudo para que se uniera a ella, Esta vez no hablaron, Douglas le hizo el amor. Esta vez no fue sexo rápido o excitante, ni alcohol por medio como invitado.