La Casa Que Nos Vio Crecer

 Capitulo Veinte Dos: La visita de Benítez

                            

 

AMELIA. TENEMOS QUE HABLAR…AHORA.

–Ahora no Ricardo, es un mal momento, –respondió ella, sin dejarle terminar.

–Pues mira qué mala suerte, tampoco es buen momento para mí…dejarlo pendiente, –respondió el, cogiéndola de la mano y tirando de ella hacia su habitación.

–¿Qué haces? Estás loco. Nos pueden ver.

–¿Quién Mila o Douglas? Al cuerno con ellos. –Cerró la puerta de su habitación. –Y sí, estoy loco, pero por ti. ¿No me vas a dar un beso de buenos días?

Amelia, no quería mirarlo. Los ojos se le habían nublado por las lágrimas que asomaban sin poder controlarlas, y rompió a llorar tomándolo por sorpresa.

Él no estaba enfadado con ella. Solo la echaba mucho de menos. Eso era todo.

–Amelia ¿qué te pasa? –preguntó preocupado acunándola en sus brazos. La dejó que llorase, eso le vendría bien. He incluso a él le vendría bien. Acumulaba demasiada tensión y estrés por largos meses. Pero no era el momento ideal.

Era demasiado, pensó ella, sin poder dejar de llorar. Había sido una ciega, todo pasando delante de sus narices bajo el mismo techo. Lo que más le dolía era, que una vez más su hermana, le levantaba el novio y parecía estar consiguiéndolo por segunda vez.

Aunque, ella tampoco podía pecar de santa, se había acostado con Ricardo para comprobar si aún sentía algo. Y claro que sentía, nunca pudo olvidarlo, ni los meses con la psicóloga ni conocer a otros hombres. Siempre los comparaba con él. El Karma, era justo en repartir lo que cada uno se merece.

 –¿Estas mejor? –Preguntó, al notar que el llanto había cedido. Ella sintió con la cabeza. Deshaciéndose del abrazo se fue hacia el cuatro de baño, llenó un vaso con agua y lo bebió lentamente. Ricardo la observaba, si quería hablar ya lo haría, dejaría que se tomase su tiempo, Algo había tenido que ocurrir para que ella estuviera así, pensó.

El día anterior en la romería, había aparentado normalidad y tuvo que admitir que le costó, sobre todo cuando vio a Douglas agarrándola por la cintura. Le hubiera gustado gritarle que quitase sus manazas de ella. Que él ya tenía a una. Y que Amelia le pertenecía de él.

–Ven siéntate aquí, –dijo señalando hacia el sillón pequeño cerca de la terraza. –¿Te apetece algo? –Eran solo las nueve de la mañana. En la casa aun todos dormían a excepción de ellos dos.

–Pensaba bajar a la cocina a prepararme un café cuando nos cruzamos en el corredor. No fue mi intensión molestarte. Solo quería hablar contigo, –respondió el, acercándole una caja de clínex.

–Tengo una idea. Bajaré a la cocina y preparare café para los dos. ¿Qué te parece? A mí al menos me vendría bien. Mientras tanto, quédate aquí.

Ella asintió, sacando otro clínex de la caja. Ahora tenía una decisión muy importante que tomar y nada agradable. Estaba decidida, seria sincera con Douglas y esperaba que el hiciera lo mismo.

En cuanto a Mila… le diría un par de cosas en la cara. Estaba cansada de la actitud de su hermana hacia ella y su vida privada. Pero las fotos encontradas en la cámara la noche anterior la molestó muchísimo. Ni siquiera el, se había molestado en negarlo.

Estaba decidida, de ese día no pasaría. Se lo contaría todo a Douglas. No era justo. Además, no podía seguir arrastrando los remordimientos de conciencia como una pesada loza. La estaba haciendo infeliz. ¿Cómo había podio cambiar con rapidez el transcurso de su tranquila y nada excitante vida? Aunque tampoco se arrepentía de lo sucedido, se dijo.

Lo que más le molestó fue ver las fotos de su hermana medio desnuda. En cuanto a Mila, ya se encargaría ella de soltarte un par de verdades a la cara.

La puerta se volvió abrir, Ricardo apareció cargando una bandeja con dos tazones de café con leche bien cargados y con azúcar.

–A ver, ahora, quiero que me cuentes que es lo te ha pasado para romper a llorar, mientras no bebemos el café. –dijo el, poniendo una en sus manos. Se acercó hacia el escritorio para coger la silla y sentado frente a ella esperó, viéndola dar unos sorbos, –Nos vendrá bien, continuó el, imitándola. Pasaron unos minutos silenciosos antes de que ella decidirá decir palabra. Miró hacia el exterior, se veía tan tranquila la mañana desde la terraza, que era imposible imaginar que dentro de ella se formaba una tormenta.

–Esta casa tiene algo, –dijo mirando a su alrededor. –A veces creo escuchar hasta voces y ruidos extraños. Son tonterías, quizás, pero a veces pienso que esta casa tiene vida propia, y que nos está probando a cada… es como si quisiera decirnos algo.

Ricardo la escuchaba sin interrumpir. Creo que Douglas y Mila, están liados…Y si no lo están, no van a tardar mucho. La taza de Ricardo se paró a escasos milímetros de sus labios, para dar un largo sorbo. Amelia se le quedó mirando, esperando una reacción de sorpresa, pero su silencio la estaba poniendo en guardia. ¿Acaso no soy la única que se lo imagina? –preguntó ella.

–Tengo mis dudas, si es eso lo que me estas preguntando–respondió el.

–Tú has visto algo ¿verdad? –Fue más una respuesta que pregunta.

Y ahora lo estaba poniendo entre la espada y la pared. Si le decía que , se enfadaría con él por habérselo ocultado y si decía que no, le estaba mintiendo. De ninguna de las dos formas saldría ganando. Y, quizás lo poco que él construir de la relación… parecía derrumbarse delante de su nariz como una torre de naipes.

–¿Qué te hace dudar? –Preguntó intentando llevar el tema hacia un terreno más firme, donde el pudiera moverse sin perder equilibrio y caer delante de ella. Porque Paula y él, sabían demasiado y él había visto pruebas suficientes como para poner punto final a su relación con Douglas en este momento.

El móvil de ella vibró. Lo cogió de la mesa, para ver que era Paula.




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