La Casa Que Nos Vio Crecer

Capitulo Veinte Tres:  El ultimo adiós

             

 

AMELIA ESTABA FUERA DE sí, gritando por los pasillos. Llamándolos, pero sabía que no le responderían que no saldrían a su encuentro. Habían huido juntos, como ladrones y dejando una carta como despedida. ¿Cómo pudo ser tan ciega? Porque en el fondo intuyó algo, no desde el principio, pero, sí, desde día de la playa.

Y como guinda del pastel, era una vez más la misma Mila quien le levantaba otro novio. Ricardo apareció en el pasillo, al escuchar los gritos, no estaba sorprendido, sabía que aquello ocurriría y lo peor aún estaba por llegar.

Bajó las escaleras, las voces le llevó hasta el salón donde Paula intentaba tranquilizarla, Carlos sentado en el sofá presenciaba lo que ya le había anunciado a su mujer. Él, nunca fue partidario de entrometerse en la vida ajena, eran adultos y podrían arreglar sus diferencias, pero aquello se había ido de las manos.

Era imposible parar la bola que se había tejido durante esas semanas. Le dio pena Amelia y sintió lo mismo por Mila, de alguna manera las dos eran víctimas.

–No me lo puedo creer–dijo Amelia con las dos cartas en la mano. Aquello era una crueldad sin imite lo que le estaban haciendo.

Ricardo trago saliva, la situación no se veía nada prometedora.

–Amelia relájate. No lo merece. –Dijo él en un intento de animarla.

–¿El que no se merece? ¿Mi bendición? ¿Me disculpas por lo bien que se lo han montado? –Le espetó. Su ánimo no estaba para que sintieran lastima de ella. Y lo peor era que ellos lo sabían.¿De qué les valió que se lo revelasen horas antes, cuando lo sabían desde días he incluso semanas?

–Le dije que no jugase más y que eligiera…

–¿Que tú qué? –Amelia saltó del sofá para encararse con Ricardo, ¿Cómo había podido hacerle eso? – ¿Quién eres tú para ir dando opciones y consejos a los demás?

Ricardo sostuvo la mirada en ella para dejarla vagar lentamente por la cara deteniéndose en los labios que acababan de decir aquellas palabras.

–Soy inocente de todo lo que estás diciendo.

–¡Déjalo ya! Eres igual que ellos. ¿Cómo puedo caer siempre en el mismo patrón de hombre? No me hagas lamentar el que haya…

–¡No lo digas! No pienso renunciar a ti, solo porque tu hermana es una caprichosa jugando y arruinando las vidas ajenas.

–Estas loco… estáis locos los dos. Que desperdicio de dinero para un divorcio absurdo. Cuando estáis hecho el uno para el otro. –Amelia ya había tenido bastante. No se veía pasando allí las últimas cuarenta y ocho horas.

La Rinconada los había vuelto tarados a todos.

–Te quiero Amelia… y siempre será así. No pienso renunciar a ti. –La apretó fuertemente contra el haciendola gemir de dolor. Ricardo no la había besado con pasión o deseo. La había besado como si ella aun le perteneciera, como una advertencia, de que esta vez no se repetiría lo ocurrió en el pasado. Tras largos segundos la soltó y se alejó malhumorado.

                                                                          ***

Lo vio alejarse, en el taxi, abandonando la Rinconada. Ya todo le daba igual. Se dijo entrando en la casa, estaba tan hundida en sus pensamientos que ni siquiera notó la presencia de Paula. Solo cuando esta la llamó. Amelia se giró.

–Se acabó, ya no aguanto más. Hoy mismo me voy. –La voz de Amelia sonó más bien triste que enfadada. –Esto ha sido un desastre desde el primer día que pusimos los pies en esta casa. –Paula no dijo nada, sabía que tenía razón. –Haz lo que quieras con este lugar, yo firmé mi parte. No quiero saber nada más. Este lugar esta maldito, aquí nadie puede ser feliz… Ni siquiera ellos lo fueron, estoy segura.

Se refería a sus padres, de quienes llegó a saber cosas que jamás supo. Las infidelidades de su padre, con varias amantes, eso la desilusionó. Estaba tan obsesionado con la idea de tener un varón, que el destino le pagaba sus corridas con la otra cara de la moneda.

–Llamaré a un taxi para que me recoja en una hora –dijo, subiendo las escaleras hacia su habitación.

–Amelia, tienes todo el derecho del mundo de estar enfadada conmigo, –dijo Paula, haciéndola pararse a mitad de las escaleras.

–Tu solo te preocupabas de mí, –respondió ella. –Aunque debes reconocer que eres muy insistente, cuando algo se te mete en la cabeza no lo dejes… y eso a veces trae consecuencias.

–Quédate hasta mañana y te llevamos al aeropuerto, –insisto Paula.

–No gracias. No pienso pasar una noche más bajo este techo.

Todo se había salido de contesto, pensó Paula, viendo a su hermana cabizbaja y desilusionada. La idea de pasar veinte días juntas bajo el mismo techo, resultó ser una broma muy pesada de sus padres desde donde estuvieran.

Mila se había largado con Douglas y que Dios los pillara confesados, aunque estaba segura de que no durarían mucho, conociéndola, ya se cansaría. Salvatore y Ricardo habían llegado a las manos, Carlos seguía enfadado con ella por todo lo liado. La Rinconada las destruía. Sacaba lo peor de ellas.




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