La Casa TÓxica

Capítulos 1 y 2

1

Mi nombre es Oscar. ¿Qué puedo decir de mí? Tengo 32 años, vivo solo, pero tengo una novia a la que quiero mucho y varios amigos geniales, a quienes siempre invito a mi casa perfectamente aseada. Mi trabajo es el de diseño publicitario. Yo hago los comerciales de shampoo, jabones, limpiadores milagrosos y toda clase de productos para el hogar, pues son mi afición. En mi casa nunca hay polvo, de eso se encarga mi criada. Tal vez han visto mi hogar, ha salido en muchos comerciales y en más de una revista. Claro, ¿qué se puede esperar de alguien como yo, que se empeña tanto en que en cada rincón de su casa no haya ni una mancha? Algunos dirán que soy deshonesto, pues no suelo usar ninguno de los productos que anuncian en mis comerciales, pero eso sí. Mi hogar es el más limpio, si no del país, por lo menos del estado.

Y ese soy yo, un fanático de la limpieza, como bien me han dicho mis amigos, pero es que, ¿acaso hay alguien que pueda soportar vivir entre la mugre, la suciedad, el mal olor y las cucarachas? El día que vea una mosca en esta casa, será el día en que despida a Simona, la criada que me ayuda a mantener mi hogar impecable.

¡Qué maravillosa mujer! Si no tuviera como 60 años, es seguro que me casaría con ella. Ella es igual de pulcra que yo, y hace milagros para que jamás entre una sola partícula de polvo en la casa. ¡Además cocina espléndidamente! Es como la madre que nunca tuve.

La verdad es que crecí en un orfanato hediondo rodeado de cucarachas, creo que esa es la razón por la que no puedo verlas ni en pintura. Me recuerdan mi horrible infancia rodeado de ratas y basura. Hice cuanto pude por alejarme lo más que pude de ahí en cuanto terminé la secundaria, y de ahí en adelante hice cosas de las que no me enorgullezco para llegar al mundo de los negocios, y gracias a eso pude terminar una carrera de diseño que definiría mi vida de ahí en adelante. El pequeño Oscar, que se crió entre la basura es ahora el hombre con la casa más elegante y aseada de la ciudad.

Y es por eso que, esa mañana, me llegó la mejor noticia de mi vida. me levanté como cualquier otra mañana, en mi alcoba de muebles de roble reluciente y me puse mis pantuflas blancas de conejitos. Caminé entre bostezos a mi guardarropa lleno de trajes recién lavados y planchados, aún cubiertos en sus bolsas de la tintorería.  

–Hoy me llevaré éste– murmuré, descolgando un reluciente traje gris oscuro con una corbata turquesa. Uno de mis favoritos, sin mencionar el primer saco que me había comprado con mi trabajo en la compañía. Amaba ese traje, con él había comenzado a coleccionar ropa formal, llegando al punto de deshacerme de prácticamente toda mi ropa casual. El traje tenía muchos años, pero se veía tan limpio y cuidado que nadie habría dudado que fuera nuevo.

Una vez con mi atuendo escogido, me dirigí sin más preámbulos a mi baño para darme la santa ducha matinal. Observé el reloj del pasillo, perfectamente barnizado y tan brillante que parecía recién salido de fábrica. Eran las siete y cuarto de la mañana. Eso debía significar que Simona ya había llegado a casa, por lo que no me sorprendió escuchar ruidos provenir de la cocina. ¡Ella siempre tan puntual, siempre en casa antes de que yo me levante, como si fuera una verdadera madre!

Contemplé mi pasillo lleno de cuadros pintorescos perfectamente sacudidos. No había nada de polvo en ninguno de ellos. Ni en el cuadro de mi foto de generación de la universidad, ni en mi réplica de una Mona Lisa, ni en el retrato de mi novia (mandado a pintar con un amigo mío que hace cuadros excelentes), ni el de mi querida suegra (que ella había insistido en mandar a pintar para mí para recordarme que su hija jamás debía acercarse a mi recámara), aunque este último parecía tener más bigote de lo usual (y eso es decir mucho).

Era en serio. En el cuadro de mi querida señora suegra había un enorme, negro y peludo bigote, o al menos eso pensé hasta que me acomodé bien los anteojos.

–¡Simona!– grité poco después, completamente horrorizado, corriendo hacia ella aún con la bata de baño puesta –¡Simona! ¡Una cucaracha! ¡Hay una cucaracha en la pared!

Probablemente piensen que exagero, pero nunca se puede ser demasiado precavido con esos bichos. Se sabe que son las únicas criaturas vivientes capaces de sobrevivir a la radiación. Seres así no pueden ser de fiar.

–Eso es imposible, patrón– dijo ella con su voz ronca –Este lugar siempre está impecable. Ninguno de esos bichos se acercaría.

–Pero te juro que he visto una– le insistí –Caminó sobre el cuadro de la madre de mi novia y se escondió en un agujero en la pared. ¡Haz algo! ¡Limpia la casa! ¡Luego fumiga y después vuélvela a limpiar!

Y es que una cucaracha, como bien parecía pensar Simona, en realidad no es nada para preocuparse, pero se sabe que una sola puede tener miles de huevecillos, y convertirse en una plaga realmente desagradable.

–Iré a la tienda para comprar veneno– dijo ella, suavizando la voz para tranquilizarme –No se preocupe, patrón. No es nada para alarmarse, seguramente se coló de la casa de los vecinos, pero ese será un error de ella. Aquí no sólo no hay nada que comer, sino que la casa nunca ha estado más aseada. Y qué bueno que es así, porque…

Se quedó callada mientras revolvía en el bolso de su delantal, para después sacar un manojo de correspondencia. Pasó rápidamente algunas cuentas de servicios para darme la carta que yo había estado esperando todo el mes.



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En el texto hay: mutantes, suspenso, radiacion

Editado: 27.04.2020

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