La casa, custodiada por aquellas esculturas de silueta parecida a la de un ángel caído, era arquitectónicamente espléndida y maravillosa. Se podía observar un gran deleite artístico, arquitectural, en definitiva: un gran embeleso sensible. Agnis estaba simplemente anonadado de lo que se supone que sería su casa, la casa que había desacreditado al enterarse de que había un cambio: tenía que mudarse.
—Agni, cariño, ven por favor y nos ayudas a llevar tu equipaje —dijo su madre mientras sostenía una muchedumbre de equipaje que solo concernía a Agnis, pues, al parecer, Agnis era un buen lector y, al menos, un gran artista. Agnis sin dejo de molestia alguna se apresuró a su cometido.
Agnis estaba entrando a su nueva casa y, al interior de dicha espléndida casa, se podía ver un dejo arquitectónico, pero podía deleitarse ante la gran maravilla del arte pictórico que su interior guardaba. La casa estaba repleta de pinturas, de cuadros pictóricos, de trabajos esculturales, de acabados ornamentales con un matiz un tanto vocacional.
Tras un gran tiempo de ojeada, la familia de Agnis decidió que Agnis se hospedaría en el tercer piso de la casa, mientras que sus padres se hospedarían en el segundo piso de la casa, pues el primer piso estaba dedicado a todo, menos al hospedaje. Tras dicha decisión, Agnis se dirigió a su cuarto y empezó a desempacar sus maletas, lo cual le tomó un buen tiempo.
Mientras que Agnis habituaba su cuarto, se fijó en la parte superior del cuarto y encontró, al parecer, un ático. Intentó, como pudo, poder entrar al recinto más superior de la casa, lo cual logró pero con cierta dificultad. Estando ahí, encontró una gran esfera cristalina que se veía proyectada por tres haces laminares de luz que descendían lentamente hacia el exterior de la casa.
Agnis contempló que dichos haces solares eran interceptados estrictamente por toda la silueta escultural de los dichosos ángeles supuestamente caídos. De repente, Agnis bajó de manera precipitada, trasladándose específicamente a conocer los ángeles caídos de su casa. No obstante, su madre lo interceptó:
—¿A dónde vas, cariño? —preguntó su mamá.
—Afuera —dijo Agnis tratando de evadir a su mamá. Rose se interpuso en su camino.
—Se está haciendo de noche, es peligroso salir por aquí a estas horas —le dijo su madre con una voz tajante.
—Sólo quiero ir a detallar a las esculturas angelicales —dijo rezongadamente Agnis. Su madre le echó un vistazo como si estuviera confundida:
—¿Qué esculturas angelicales?
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Editado: 06.12.2020