Metatrón tenía sujetado fuertemente el cabello de Agnis con su férrea mano derecha. Agnis se encontraba arrodillado dentro del cubo de Metatrón. Michael se encontraba fuera del símbolo célico de Metatrón, escocía de impotencia, se sentía destrozado: había perdido a su feligrés a quien le había dado sus votos angelicales de protección. Eran uno y el otro tanto en cuerpo como en alma.
Agnis arrodillado estaba llorando desconsoladamente, tenía miedo, pavor, estupefacción, estupor, desconcierto: esa era la parte que más calaba el corazón llameante de Michael. De manera fugaz, Metatrón asió del cuello a Agnis, este parecía estar levitando del suelo, sujeto a la gran fuerza de Metatrón, quien expresaba satisfacción. Michael una y otra vez chocaba con el campo celestial de protección que el símbolo célico de Metatrón producía.
—Esa siempre ha sido tu debilidad, Agnis: sentir —le objetó de manera espeluznante a Agnis, quien parecía estar perdiendo la consciencia.
Michael cayó de rodillas de impotencia, su espíritu estaba adolecido, su cuerpo estaba siendo carcomido, su ser estaba siendo calado, escindido. Cada vez más, cada instante más, cada sentimiento más, parecía que estaba perdiendo a Agnis. En cada reencarnación de Agnis, Michael estaba destinado a perderlo, de sacrificarlo, de ofrendarlo. Esta vez sería la última vez reencarnada.
Agnis podía sentir lo que su ángel guardián estaba viviendo, sintiendo, sufriendo. Lo había conocido hace poco, pero parecía como si lo hubiera conocido desde que hubiese existido. Creía que siempre él lo había perdido o él se había perdido. Sentía que estaba perdiendo su vitalidad. Agnis, en su último momento, se encontraba frente a frente, ojo a ojo con Metatrón.
Los ojos de Agnis se tornaron llameantes, luminiscentes, fosforescentes. Mientras los ojos de Agnis empezaban a llamear, se podía notar que las cálidas lágrimas de Agnis traspasaban los límites superficiales del sentir, del vivir, del sufrir. Cada lágrima a lágrima expresaba un dulce o amargo momento sentido, vivido, sufrido. «El flujo de la vida es lo que es Metatrón, tú también lo llevas dentro. Sólo tú podrías enjuiciarlo, nadie más», recordó Agnis.
—Yo, Agnis, ofrendo mi ser a ti, Metatrón, como tributo del juicio final —decía con voz distorsionada Agnis mientras sus ojos resplandecían en grandes haces laminares llameantes. Metatrón estaba contemplando fijamente los ojos incandescentes de Agnis.
La identidad disociada de Metatrón había sido enjuiciada por Agnis: Metatrón había vuelto en sí. El cubo de Metatrón había desaparecido en una resquebrajadura ígnea. Agnis cayó nuevamente en los brazos cálidos de Michael, sus ojos seguían llameantes, pero cada vez se apagaban más. Agnis lo contemplo fijamente a los ojos de Michael y le dijo:
—Ya eres libre —dijo con voz quebrada de un llanto inaudible a Michael.
Las llamas incandescentes de los ojos de Agnis se apagaron y, con ello, todo su ser.
#18455 en Otros
#5380 en Relatos cortos
#13684 en Fantasía
#5228 en Personajes sobrenaturales
Editado: 06.12.2020