La casita del Sereno

La Disputa

Él le dijo que sí con la cabeza. La chica volvió a la cocina porque las tostadas se estaban quemando. Entonces el silencio de la sala fue sepulcral, como una tumba sellada. Martín miró a su novia y pensó en decirle, en confesarle lo que pasaba más allá de eso.

Martín aclaró la garganta. Ella colocó el plato de tostadas sobre la mesa y después se cebó unos mates, como esperando una respuesta de él.

—Juliana… me cortaron la beca. Y estuve usando plata de mis ahorros para la facultad… no sé qué mierda hacer.

Ella se acercó, corrió la silla, se sentó frente a él con el mate en la mano y lo miró con poca comprensión.

—Juliana, no puedo vender la casita, es algo municipal…

Juliana le dijo en seco:

—Entonces no vayas… fácil. No es un lugar para vivir.

Martín la miraba mientras le ponía queso untable al pan.

—Juliana, allá hay una facultad de Medicina… puedo pedir el pase.

Juliana sostuvo la tostada en la boca, no la mordió y la dejó sobre el plato de nuevo.

—¿Vos querés ir a vivir allá?

Martín alzó ambos hombros, como si fuera algo simple.

—Es que me puede ayudar a…

—¿En un cementerio? ¿Con miles de muertos? ¿Qué?

Martín le dijo e intentó explicar:

—No tenemos plata, no tenemos casi ni para comer. Esos libros están carísimos y no los puedo comprar.

—Yo no voy —dijo Juliana.

Él la vio levantarse de la silla corriéndola con una pierna. Después le dijo:

—Yo no voy a ir a vivir entre miles de muertos.

Martín le respondió:

—Lo sé, pero es la ironía de la vida… yo ya no tengo dónde caerme muerto.

Y se rió, medio en broma y no tanto.



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En el texto hay: cartas, cementerios, duelo

Editado: 11.10.2025

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