Ella se sentó sobre la cama de la habitación. Él entró aún con el mate en la mano.
—Sé que no vas a ir —dijo él—. Me duele… pero te entiendo.
—¿Sabés qué es lo peor? —dijo ella—. Es que no te vas a recibir de doctor, vas a ser un sereno.
—No sé qué vaya a pasar, solo sé que me dan una beca, comida y puedo estudiar.
—Pero vas a cuidar muertos —dijo ella—. Vas a ir a hacer fosas, a regar las flores de los nichos…
—Hay gente municipal que trabaja en eso, Juli.
Ella le sonrió con amargura.
—Leí el contrato municipal, además vas a remover cuerpos… ¿¡Qué!?
—¿Qué te sorprende? Vamos a ser médicos.
Ella se puso alterada.
—¡De gente viva, para sanar!
Él quiso darle un mate, pero ella no quiso.
—No voy a ir, puedo pedirle a mi papá que nos ayude.
Martín se encogió de hombros.
—¿Por cuánto tiempo? Él nos ayuda, después viene y nos saca en cara todo… No, Juli. Paso.
Martín se fue de allí mientras que ella se perdía entre las sábanas. Esto produjo una grieta en la relación entre ambos. No se hablaron durante el día; él estuvo con algunas llamadas, mientras ella se quedó en la cama mirando a través de la ventana.
Esa tarde, Martín estaba frente a la tele encendida sin mirarla. En las noticias pasaban temas de fútbol, la farándula y otros. Martín atendió una llamada desde su celular: era la secretaria del camposanto La Piedad, que al parecer ya quería una respuesta de su parte.
—Hola —dijo él.
Se escuchó la voz fumadora, casi raspante, de la mujer:
—Martín, ¿no? Che, te llamo para saber si vas a aceptar nuestra oferta de trabajo. Hay siete personas que también quieren este lugar, pero como sos el hijo del fallecido y lo estimábamos mucho, te damos prioridad a vos.
—¿Siete personas? —dijo él, medio sorprendido.
—Sí. Vos sabés que la gente necesita trabajar. Acá es un lugar tranquilo, ¿viste? Limpio… No te sorprendas si mañana ya nos vienen con la mudanza. La casa tiene todo: agua, luz… es chica pero cómoda. Es tu herencia, por ahora.
—¿Cuántos días me dan de prórroga? No es fácil, señora… es un cementerio.
Hubo un corto silencio que se hizo largo ante la presencia de Juliana, que estaba recostada en el marco de la puerta, mirándolo con ojos tristes. La secretaria le respondió:
—Te damos una semana más. Además, la casa no puede quedar mucho tiempo sola. Hay vandalismo acá; el policía se da una vuelta, pero no entra a la casa. En realidad, todos apreciaban a tu viejo y quieren respetar su última voluntad.
Martín asintió, medio resignado. Su novia fue hasta la heladera, sacó una manzana y después ambos se miraron, enternecidos. Él cortó la llamada y suspiró sin ganas.