La casona de los rosales azules

La lápida en el viñedo

El señor patriarca de la posada lo invitó a beber una copa de vino y Borja aceptó con gusto, le gustaba el vino y la conversación sobre aquella casona sonaba prometedora. Se apegó a su libreta de viajes y se presentó ante aquel desconocido señor que sin mucho preámbulo le dijo que se llamaba Alberto y que llevaba viviendo allí por más de cuarenta años, incluso había trabajado por mucho tiempo en los grandes secadores de una tabacalera, donde el trabajo era manual en toda su extensión y en su proceso desde la recogida hasta el retiro del producto bruto final.

Alberto había sido el supervisor de los secadores durante su juventud, pero no solamente se relegaba a aquello, había construido casas del pueblo, incluso donde estaban en ese momento, sabía leer y escribir, no había terminado la escuela y había aprendido de sus maestros el cómo construir viviendas —y la capilla local—, que habían enfrentado terremotos y permanecían en buenas condiciones hasta ese día. A Borja le pareció casi una anécdota divertida el hecho de que también había sido un famoso jugador de fútbol local y que gracias a eso había recorrido muchos lugares para enfrentar a otros equipos de las ligas nacionales. Según sus palabras, había visto tantas cosas durante su vida que podría escribir más de un libro con sus vivencias. Borja le creyó.

—Entonces, señor Alberto, qué es lo que puede contarme sobre la casona de los rosales azules como más la conocen por aquí.

—Bueno, podría empezar por decirte que en este territorio no se dan las rosas de ese color, no hay flores azules tampoco, incluso, chico, si traes una planta con flores azules y la plantas en cualquier lugar de acá, verás prontamente cómo sus brotes nacen de otro color. Nada de flores azules.

—Pero, yo podría jurar haber visto las pequeñas rosas azules desde afuera. —Se extrañó buscando rápidamente las fotografías en su celular, ahí estaban y si las acercaba, se veían los brotes azules en medio de los rosales espinosos de un color verde oscuro, casi negro. Le mostró la pantalla al señor frente a él, quién tomó un poco más de vino.

—Ahí tienes tu primer misterio.

El señor Alberto le explicó que dadas las condiciones del suelo y el clima, no se podía mantener aquel color naturalmente en las flores, pero que de igual manera el rosal de aquella casona no podía ser artificial, pues él había visto las matas con sus propios ojos, eran reales, eran naturales.

—Eso… quiere decir que usted las ha visto de cerca ¿no?

—Más que eso, chico. Yo corté unas cuantas para mi esposa. —Declaró dejando la copa sobre la mesa y acomodándose en la silla. El rumor de las voces en las mesas de alrededor fue lo único que se oyó por unos segundos, mientras Borja procesaba esa última información, no sabía si él le estaba tomando el pelo o no.

—¿Usted ha estado allí?

—No te lo dije… vaya, sí, chico. —Asintió—. Fue poco tiempo después de que me casara. Estaba aprendiendo el oficio de constructor, acompañé a mis maestros a construir una ampliación extraña, siempre me pareció muy extraño… —Miró hacia el techo pareciendo rememorar en su mente aquellos momentos de los que hablaba—. Parecía una catacumba ¿Sabes? Como en los castillos de las películas viejas. Ellos dijeron que era para almacenar el vino, pues era bastante creíble, aunque siempre pensé que era sospechoso. —Tomó aire antes de terminar su frase—. Sobre todo después de saber que nunca hubo vino.

Era cierto, «Sidra púrpura, —recordó Borja con algo de confusión—. No hay vino». Anotó un par de cosas en su libreta para aclarar su mente.

—¿Hace cuánto te dedicas a la televisión?

—Hace cinco años, señor. —Contestó automáticamente sin dejar de anotar conceptos en la hoja. Demás estaba aclarar que hacer videos de exploración urbana no estaba relacionado a salir en la televisión, pero eso ni siquiera le importaba ahora.

—Entonces, señor Alberto, por favor cuénteme sobre aquellos días en los que trabajó en la casona Suller.

—Bueno, pero pronto me voy a la cama, puedo seguir contándote cosas mañana. —Borja asintió concentrado, no dejaría ni un cabo suelto en esta historia, había algo turbio o lo estaban haciendo tonto, ya lo averiguaría—. Nosotros fuimos contratados por Homero Suller, ya sabes, como ese escritor Griego. Aquel hombre era tan imponente como su nombre sonaba, a mis veinte años me temblaban las piernas en su presencia.

Borja anotó el nombre y una leve descripción, definitivamente aquella no debía ser una familia común. Alberto continuó hablando sobre lo relacionado a la construcción de aquella extraña bodega de almacenamiento, habló sobre las hermosas escalas de mármol blanco a la entrada de la residencia y que estaban acompañadas por unas grandes tinajas de greda una a cada lado de las escalas, dijo que siempre le habían parecido toscas y fuera de lugar comparadas con la finesa de otras partes de la casona y su impresionante colección de arte, que no pasaba sólo por hermosos cuadros y retratos de la familia, sino también por adornos de incalculable valor histórico, y hermosas esculturas que evocaban los más variados sentimientos en quienes las observaban en un hipnótico silencio contemplativo.

Luego de eso, ambos fueron a descansar. Borja intentaba hacer una idea mental de lo que le habían descrito, pero por más que lo intentaba, terminaba por recordar las películas de época, como si todo fuera una mera fantasía en la que estaba cayendo sin querer. Nuevamente actualizó brevemente a sus seguidores con unas fotografías, mientras las seleccionaba su dedo se paralizó en la pantalla táctil y el aire que entró por su garganta se atoró provocándole tos. Miró nuevamente aquella fotografía que enfocaba una de las fuentes del parque, en un costado se podía apreciar con cierta claridad, la figura negra de un hombre, el mismo que Borja creyó haberse imaginado.

Tal descubrimiento lo dejó intranquilo, no podía pensar en otra cosa cuando trataba de dormirse, haber estado tan cerca de alguien en medio de la nada, en un lugar que no le favorecía por no ser nativo, ni siquiera quería considerar la posibilidad de que aquel hombre fuera en realidad peligroso. Trató de enfocarse en lo racional, seguramente era un cuidador y al verlo merodeando por ahí había levantado sospechas y sólo se acercó a demostrarle que el lugar sí estaba siendo resguardado.




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