Al día siguiente llegó la visita del fumigador, mientras Ethan no estaba en casa, Alma no había notado cuando su esposo salió sólo le dejó una nota avisándole que volvería más tarde. Dejándole la responsabilidad de llamar y atender al trabajador.
—Ya quedó listo señora —anunció el tipo calvo de maluco amarilloso—. No se debe limpiar el piso en por lo menos dos días, para que el veneno funcione.
Alma asintió mientras rebuscaba en su bolso, en busca de lo acordado.
—Si está bien —respondió dándole una sonrisa agradable—. Aquí tiene.
El hombre de mameluco recibió el dinero y mientras recogía su herramienta de trabajo, le dijo a joven:
—No debe de asustarse señora eso que se dice son puras habladurías de gente ociosa. Aquí no murió nadie, excepto esas aves...
— ¿Aves? —preguntó la confundida mujer recordando los ruidos que la despertaron.
—Sí, aunque es extraño, ¿cómo entraron?
El estómago de Alma se hundió, sin saber a ciencia cierta si fue a causa del bebé o por intenso escalofrío que recorrió su espina dorsal erizando su piel.
Después de que salió el fumigador subió a recostarse un momento, últimamente siempre estaba cansada y con los pies hinchados. No quería sugestionarse así que no volvió a pensar en las palabras del fumigador. Pero sí se prometió ir al día siguiente en busca de un sacerdote, quizá si su hogar era debidamente bendecido, ella podría estar más tranquila. Con calma cerró los ojos sintiendo como un fuerte sopor la arrastraba a ese estado de sumisión que es sueño.
—Vete se aquí —le exigió la risueña voz de una pequeña.
— ¿Quién eres? —preguntó la mujer intentando ver bien en medio de la suave penumbra.
—Vas a morir —cantó en medio de una risa escalofriante, anormal, metálica, casi grotesca.
Miró a su alrededor pero la poca luz que había se esfumaba a cada paso de la infanta, dejando a la mujer en un halo de oscuridad profunda, con la sensación de estar con una compañía más que peligrosa. Un intenso escalofrío recorrió su cuerpo llevándola a tocar su vientre, inexistente en aquel sueño, turbada comenzó a rascar con fuerza su brazo izquierdo, el que le ardía con intensidad. Una fuerte carcajada diferente a la de la pequeña inundó el lugar, la voz hueca y deforme se burlaba de ella.
Despavorida la mujer empezó a correr en medio de la oscuridad presa de unos pies muy pesados, era como si el aire se hubiera vuelto gelatinoso haciendo la huida lenta y pasmosa, mientras las risas incesantes de aquel engendro se mofaban de ella, taladrándole los oídos.
— ¡Muere! —gritó la pequeña ensangrentada apareciendo de golpe frente a la agitada mujer.
Alma se sentó de golpe en la cama un profundo grito de horror puro escapó de su garganta e instintivamente abrazó su vientre, encontrando en él un poco de paz.
Agitada y chorreando de sudor, miró a su alrededor, poco a poco fue volviendo a la realidad una en la que ya se había vuelto de noche. Su marido no había vuelto a casa. Y un fuerte golpe seguido del sonido de una carrera hizo que su piel se crispara.
— ¿Ethan? —preguntó poniéndose una mano en la cintura para poder levantar su pesado cuerpo.
Nadie respondió a su llamado así que apresurando sus pasos cerró la puerta de la habitación. Inquieta por los ruidos buscó con desesperación su teléfono móvil. No sabía la hora ni la razón de la demora tan poco usual de su marido.
El tomar el aparato la hizo consiente del temblor de sus manos, cerró los ojos un momento para respirar profundo pero volvió a escuchar ese ruido; era como si un animal se paseara corriendo por los pasillos y escaleras. Rápidamente desbloqueo el móvil, para encontrarse con algo aún más perturbador; ahí mismo frente a sus atónitos ojos, sostenido por las temblantes manos se encontraba una foto de ella sumida en aquella pesadilla.
Sí, efectivamente una foto de ella durmiendo y en cada facción del delicado rostro se dibujaba el terror, de inmediato volvió a su mente el sueño, un gélido aliento le sopló nuca haciéndola dar rápidamente la vuelta.
Un gritó se le escapó cuando se topó de frente con la imagen de Ethan al mismo tiempo que el móvil se hacía pedazos en suelo, lo había soltado por la impresión.
—Mi amor, ¿estás bien? —preguntó el angustiado esposo ante el notable mal estado de su mujer.
Alma se aferró del cuello de su marido en un apretado abrazo, intentando recuperar la calma perdido mientras las lágrimas surcaban ambas mejillas.
—Fue horrible —atinó a decir sin querer soltarse aún de sus brazos. Necesitaba con desesperación algo de cobijo.
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Editado: 15.07.2019