En el corazón de Sevilla, donde la luz del sol andaluz baña las calles empedradas y el aroma a azahar impregna el aire, se alza un monumento que desafía al tiempo y a la imaginación: la Catedral de Santa María de la Sede. Pero esta no es una historia de ladrillo y argamasa, sino el relato de una ambición sin límites, de una fe inquebrantable y de la voluntad de una ciudad por dejar su huella en la eternidad.
Su génesis se remonta a la Sevilla recién reconquistada en el siglo XIII, cuando el fervor cristiano decidió borrar el rastro de la mezquita aljama almohade que una vez dominó su cielo, para erigir un templo que eclipsara a todos los conocidos. La leyenda cuenta que los canónigos, inspirados por un arrebato de fe y orgullo, proclamaron: "¡Hagamos una Iglesia tan grande que los que la vieren labrada nos tengan por locos!". Y así fue. Lo que comenzó como un acto de devoción se transformó en una empresa monumental, una promesa de grandeza que resonaría a través de los siglos.
Este prólogo es la invitación a adentrarse en sus naves, a levantar la mirada hacia sus bóvedas estrelladas, a escuchar el eco de la historia en cada uno de sus rincones. Es la antesala a un viaje por el gótico más sublime, por el tesoro renacentista y barroco, por la tumba del Almirante de los Mares, Cristóbal Colón, y por el alminar transformado en campanario, la inigualable Giralda. La Catedral de Sevilla no es solo un edificio; es el alma de una ciudad, un testamento de su pasado glorioso y de la perenne aspiración del hombre a tocar el cielo.