La puerta de madera de Doña Elena estaba reventada. Adentro, el aire olía a moho y a agua estancada. Doña Elena estaba ilesa, pero arrodillada, mirando fijamente un rincón oscuro como si el tiempo se hubiera detenido solo para ella. Fue entonces cuando Saira lo vio.
El Ahuízotl.
No era la figura de lobo acuático que contaban los cuentos, sino una abominación grisácea, con el pelo húmedo pegado al cráneo y ojos amarillos que brillaban con malicia líquida. Estaba encorvado sobre un cántaro de agua bendita volcado, sus garras de mono araña chorreando cieno. Su cola, rematada en una mano casi humana, latía como un corazón enfermo.
Saira sintió la punzada de las escamas arder en su cuello. Ignoró el calor y aferró la empuñadura de su machete. El metal se sintió frío al instante. Saira empujó su voluntad, su miedo y su furia controlada, dentro de la hoja. Con un estallido silencioso, el machete se encendió: Luz de Obsidiana. Un resplandor azul eléctrico llenó la cabaña, proyectando sombras fantasmales.
La bestia siseó, sorprendida, y se irguió. La Luz de Obsidiana era un veneno para las criaturas de la noche. El Ahuízotl no buscó la pelea; ya tenía lo que quería. Usando sus poderosas patas, saltó hacia la ventana rota.
-"¡No!"- Saira se impulsó. El machete brilló en el aire, cortando solo la sombra de la criatura. Alcanzó a tocar la punta de la cola del Ahuízotl. La Luz chamuscó la carne. El monstruo emitió un grito agudo, no de dolor físico, sino de una rabia elemental. En el segundo en que tocó el suelo exterior, la criatura se licuó en una mancha oscura que se deslizó hacia la orilla del río.
Saira bajó la Luz de Obsidiana. Las escamas rojas cubrían ahora su antebrazo y una frialdad insoportable le heló el pecho. Miró a Doña Elena. La anciana se puso de pie, secamente, sin una lágrima.
-"¿Quién es usted? Este desastre..."- preguntó Doña Elena, sin rastro de la calidez que había definido su vida. -"Llame a las autoridades. Yo debo irme."-
Se había ido. El Ahuízotl había robado el afecto. Saira envainó el machete, el azul desapareciendo. La cacería acababa de empezar, y si no se daba prisa, no solo perdería el afecto de todos los que conocía, sino también su propia alma.
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Editado: 17.10.2025