La Cazadora Pelirroja

El ENFRENTAMIENTO ll

La Investigación y la Máscara de Hielo.

Saira se alejó de la cabaña. El cuerpo de Doña Elena, vacío de afecto, ya era un problema para los guardias locales; la presencia de la Cazadora pelirroja solo lo haría peor. Nadie en Río Místico creía en monstruos, pero todos creían en la mala suerte, y Saira era vista como un imán para ella. El brote de escamas rojas había retrocedido al envainar La Luz, dejando solo una extraña frialdad en la piel.

Necesitaba dos cosas: distancia y respuestas.

La distancia la encontró en la vieja biblioteca de su abuela, un cuarto polvoriento y oculto bajo la única casa de la que nunca se había despegado, una ruina silenciosa en las afueras del pueblo. Las respuestas estaban en los Códices Grineer, pesados volúmenes encuadernados en piel de animal con glifos que databan de siglos.

Se saltó los tomos de la Llorona y los Naguales. Iba a la fuente del dolor.

El códice del Ahuízotl era una pesadilla escrita en tinta oscura.

("No es la vida lo que toma, sino el eco de lo vivido. Bebe la emoción, el lazo puro, dejando el cuerpo como una cáscara ruidosa. Su cola es su arma y su debilidad; la mano es el nexo con el elemento. Quien lo hiere con Fuego Frío, lo obliga a buscar un cuerpo huésped donde sanar su esencia líquida.")

Saira frunció el ceño. -¿Cuerpo huésped?-La bestia estaba herida por La Luz de Obsidiana, lo que significaba que no huiría lejos. Estaba en el pueblo, escondida.

Dejó el códice y sintió el impulso de salir, pero entonces vio una anotación al margen de su abuela, escrita en una letra apretada y nerviosa.

-"Cuando el Ahuízotl tiene sed de Vida, la Llorona es su vigía. Y si la cacería es larga, el Chupacabras es su carroñero."-

No era una sola bestia. Eran tres. Un ecosistema de terror. Si el Ahuízotl era el ladrón de afecto, la Llorona era la distracción que ahogaba las advertencias, y El Chupacabras el limpiador que eliminaba los cabos sueltos.

Saira cerró el libro. La maldición de su linaje le había dado el poder para enfrentarse a uno, pero no a una trinidad.

Se puso su máscara de "Musa de Hielo" antes de salir a la luz del día, una necesidad para obtener suministros sin levantar sospechas. El pueblo bullía. Los murmullos sobre la desaparición de Doña Elena se mezclaban con las historias de otros "vacíos".

Saira caminó hacia el mercado, su gabardina de cuero negro y su cabello rojo la hacían destacar, pero ella lo usaba a su favor. Actuaba como si no temiera a nada. Si proyectaba confianza, la gente se alejaba o buscaba su luz.

-"Saira Grineer,"- dijo una voz cortante.

Se giró. Era el Alcalde Ramiro, un hombre bajo y nervioso que miraba a Saira como si estuviera viendo a la misma desgracia.

-"Alcalde,"- respondió Saira con un asentimiento frío y una sonrisa que no le llegaba a los ojos.

-"La forma en que su abuela lo dejó... su 'colección' de baratijas. ¿Ha visto algo que pudiera explicar los desastres? Es obvio que las creencias antiguas están volviendo, y usted y su familia siempre han estado en el centro de ellas."-

Saira sintió que las escamas se erizaban bajo su ropa. Un reflejo de su ira, no de su poder. Se obligó a relajarse.

-"Los desastres del pueblo son por falta de vigilancia, Alcalde, no por mis libros,"- dijo ella con una voz tan suave que era más afilada que su machete. -"Si me disculpa, necesito comprar hilo. El frío de la noche desgarra mis vestiduras."-

El Alcalde se quedó sin palabras, su rostro colorado. Ella había logrado su cometido: cerró la conversación, reafirmó su fachada de persona misteriosa y cortés, y le recordó sutilmente que él era el responsable de la seguridad.

Saira continuó. Pero no buscaba hilo. Buscaba el lugar más escondido, el lugar donde una bestia herida que teme al fuego azul se escondería. La pista estaba clara: un cuerpo huésped. El Ahuízotl se ocultaba dentro de un humano.

La cacería no sería a una bestia en el agua, sino a un vecino.




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