La Cazadora Pelirroja

LA REVELACIÓN ll

El Ahuízotl se licuó al salir del Padre Benito y se deslizó por el piso de piedra de la iglesia, dejando un rastro de cieno oscuro que olía a río muerto. Su forma, aunque libre, era torpe; la herida de la Luz de Obsidiana en la cola del Ahuízotl aún brillaba débilmente.

-"¡El río! ¡Va a sanarse!"-

gritó Saira.

Alejandro, aturdido, se acercó al Padre Benito. -"Está vivo... pero su mirada..."-

-"¡Déjalo! ¡Estará bien!"- Saira no tenía tiempo para consuelos. Las escamas rojas cubrían su antebrazo derecho, y un calor febril le nublaba el juicio. Su sangre Grineer pedía a gritos el agua, la transformación, la liberación.

Saira salió corriendo. El río estaba a menos de dos cuadras.

Al llegar a la orilla, la escena era dantesca. La niebla se había vuelto de un tono morado enfermizo, y las figuras de la Trinidad se manifestaban.

El Ahuízotl se arrastraba hacia el agua, sus ojos amarillos fijos en la sanación.

A la derecha, La Llorona no era un espectro, sino una figura casi sólida de energía negativa, sus lamentos ahora un grito de guerra que intentaba inmovilizar a Saira con oleadas de pena.

Pero la amenaza real vino desde arriba: El Chupacabras.

La criatura de la leyenda, con ojos rojos brillantes y alas membranosas, descendió en picada. No buscaba atacar, sino proteger al Ahuízotl. Era un escudo veloz, cuyo único propósito era ganar tiempo.

Saira estaba sola, enfrentando a tres leyendas al borde de su propia transformación.

-"¡Alejandro, el fuego!"- gritó Saira sin mirar atrás, sabiendo que él la seguiría.

La Llorona la atacó con una ráfaga de dolor psíquico. Saira sintió que su muro de hielo se desmoronaba. Vio el recuerdo más doloroso: su abuela, transformándose en una criatura escamosa en el lecho de muerte, pidiéndole que huyera. El machete tembló en sus manos.

-"¡Toma tu pena!"- gritó Saira, y por primera vez, usó su frío analítico no para defenderse, sino para contraatacar. En lugar de reprimir el recuerdo, lo abrazó.

La pena que La Llorona le envió chocó con la determinación de Saira -Prefiero ser una bestia de fuego frío que una cáscara vacía.-

La Llorona retrocedió, su lamento distorsionado por el choque.

Pero el Ahuízotl ya estaba en el agua. La herida de su cola comenzaba a cerrarse.

Y El Chupacabras se abalanzó, sus garras largas apuntando a la garganta de Saira.

Saira no tuvo opción. Si el Ahuízotl sanaba, sería invencible. Usó el poder que le había prohibido a sí misma. Concentró toda su voluntad, toda la rabia de su linaje, en la Luz de Obsidiana.

Las escamas rojas explotaron de su piel, cubriendo su brazo y su cuello, calientes como brasas. El dolor fue insoportable, pero el poder... el machete rugió con una luz azul cegadora.

El Chupacabras, al ver esa luz definitiva, dudó. Saira aprovechó el instante y lanzó el machete. No al Chupacabras, sino al Ahuízotl.

El machete, envuelto en fuego frío, voló como un dardo. Se hundió directamente en el punto débil de la bestia, donde el Ahuízotl se había metido al agua.

La criatura emitió un chillido gutural, su forma líquida se distorsionó violentamente, y el machete, al contacto con la herida curada, lo congeló por completo. El Ahuízotl se convirtió en una estatua de hielo azul y negro en el río.

El Chupacabras, su protector, dejó de moverse y se disolvió en humo. La Llorona, despojada de su amo, lanzó un último lamento de derrota y se retiró a la niebla.

Saira cayó de rodillas. Las escamas se extendían por su rostro. Estaba a punto de cruzar el umbral. De convertirse en lo que cazaba.

Pero entonces, sintió unas manos cálidas sobre ella. Era Alejandro. Él no había corrido. En lugar de traer un martillo, había traído fuego. Había encendido una pila de leña que tenían cerca, creando una barrera de humo caliente entre Saira y el río.

-"No te rindas, Saira,"- dijo Alejandro, su voz firme. -"Te prometí que te olvidaría si me lo pedías. Pero no lo hice."-

Saira lo miró con los ojos febriles, luchando contra la transformación. El calor del fuego y la inesperada conexión humana de Alejandro actuaron como un ancla. Lentamente, dolorosamente, las escamas rojas comenzaron a retroceder.

Saira Grineer estaba salvada... por ahora. El Ahuízotl estaba congelado, pero el hielo en el río se agrietaría. Y la maldición seguiría ardiendo en su sangre.




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